Capítulo 19.
Lo Hiciste Espectacular
Monique no había visto tanta gente reunida en la escuela como ese día; e irónicamente se trataba de un sábado. El estacionamiento estaba lleno, no sólo de vehículos pequeños, sino también por cuatro autobuses con los colores y nombres de otras escuelas en sus costados. Tuvieron problemas para encontrar donde dejar su vehículo, y su madre tuvo que dar varias vueltas por la cuadra antes de encontrar un sitio adecuado; no era precisamente uno del todo legal, pero dado que ya iban peligrosamente tarde, Monique no podía ponerse quisquillosa.
Los Devil avanzaron hacia el gimnasio, cruzándose irremediablemente con más de una animadora, calentando, conversando, o dirigiéndose también hacia el mismo sitio que ellos. Varios acompañados, por supuesto, por sus padres, amigos, entrenadores… Y aquello fue aún mayor en cuanto cruzaron las puertas del gimnasio.
El sitio estaba prácticamente a reventar, con las gradas ya casi llenas de espectadoras, y los diferentes grupos de animadores congregándose poco a poco en sus respectivos puntos asignados. El único punto completamente despejado, de momento, era el centro de la cancha, en donde cada equipo realizaría su rutina; por lo demás, era difícil avanzar más de un metro sin tener que esquivar a alguien.
—Hay más gente de la que esperaba —masculló Monique, entre sorprendida, nerviosa… y asustada.
—Eso significa más gente que te vea triunfar, hija mía —comentó su padre, rodeando sus hombros de forma reconfortante con uno de sus brazos—. Disfruta su admiración, y aliméntate de ésta —profirió con ímpetu, alzando su puño al aire como si de una ferviente declaración de guerra se tratase.
—Sí, claro… eso haré —murmuró Monique, esbozando una pequeña sonrisita. De los tres, era claro que su padre era el más emocionado con todo ese asunto; quizás demasiado—. Bueno, debo ir y reunirme con el resto del equipo.
—Adelante, querida —indicó Harold, apartando su brazo de ella—. Buscaremos asiento y te veremos más tarde, ¿de acuerdo?
Monique asintió como respuesta. Se giró un momento hacia su madre, esperando quizás que le dijera algo, pero no lo hizo. Amanda estaba con sus brazos cruzados, mirando con enojo hacia un costado; prácticamente con la misma actitud que había tenido desde que pusieron un pie afuera de la casa. De los tres, era claro que la menos feliz con el asunto era ella.
Monique prefirió entonces adelantarse como había dicho, y comenzó a avanzar con paso cauteloso en busca de Karly y los otros.
—¡Rómpete una pierna! —le gritó Harold en alto mientras se alejaba.
—¡Eso es para el teatro! —le respondió Monique, un tanto alarmada. Luego añadió para sí misma en voz baja—: No creo que desear eso en este caso sea buena idea…
Harold la despidió efusivamente con un vaivén de su mano, hasta que la perdió de vista entre la multitud. Sólo hasta entonces Amanda habló al fin.
—No puedo creer que mi hija esté compitiendo en un absurdo concurso de animadoras —masculló con marcada molestia—. Después de todo lo que me he empeñado en reforzar sus habilidades, y encaminarla por el camino del bien…
—Exageras, Amanda —respondió Harold, más divertido que preocupado por el mal humor de su esposa—. ¿Por qué no lo ves más cómo una competencia atlética en donde tu hija podrá aplastar a los demás haciendo uso de las cosas que le has enseñado?
Aquella idea pareció captar el interés de Amanda, que se giró al instante a mirarlo con expresión inquisitiva.
—¿Es ese tipo de competencia en donde Monique podrá aplastar a sus rivales con el peso de su espada? —inquirió con curiosidad.
—No… definitivamente no —musitó Harold con precaución.
Comenzaron entonces a abrirse paso para buscar algún sitio disponible en las gradas, de preferencia en el centro donde pudieran ver mejor.
—Mejor sólo intenta olvidar tus traumas con las animadoras por un rato, y enfócate en animar a tu hija, ¿sí? —propuso Harold con voz animada.
—¿Y qué crees que hago? Estoy aquí después de todo, ¿no?
En ese momento, y de seguro inspirada por todo el cumulo de sentimientos negativo que la carcomían, Amanda se las arregló para hacerles un campo, aunque para ello tuviera que empujar a un sujeto por la espalda con una planta de su pie, y prácticamente hacerlo rodar gradas abajo entre la gente. Y sin remordimiento alguno, se sentó y se cruzó de piernas. Harold no tuvo más remedio que sentarse a su lado sin chistar.
—¿Y por qué tú estás tan de acuerdo con todo esto? —le cuestionó Amanda de pronto, volteándolo a ver de forma acusadora—. Eso hace que todo me resulte más sospechoso.
—Siempre tan paranoica, querida —exclamó Harold, agitando una mano en el aire con indiferencia—. Pero, hablando de eso…
El rostro del Sr. Devil se tornó un poco más serio de pronto, y comenzó a recorrer su vista por todo el gimnasio, o al menos por todo lo que alcanzaba a ver desde su posición.
—¿No sientes algo extraño en el aire?
—¿Además del molesto peso de la muchedumbre reunida en un espacio cerrado? —respondió Amanda con tedio.