Monstruo

Parte V

1

Un silencio sepulcral se había apoderado de aquella tranquila y calurosa noche de febrero en las afueras de San Antonio. Mientras la pequeña se había quedado dormida, completamente extenuada, Liam se encontraba en su habitación, sentado en una destartalada silla de madera junto a la ventana abierta de par en par. Las bocanadas del maloliente humo del cigarro barato que fumaba de manera intermitente, se entremezclaba con el aire puro que ingresaba del exterior. La luz de la luna llena ingresaba por entre las flameantes cortinas iluminando la oscuridad de aquel cuarto. Liam permanecía con los brazos cruzados, los pies apoyados sobre el marco del ventanal, sumido en sus pensamientos, mirando la luna de manera hipnótica. Parecía mucho más grande que de costumbre, se podía observar con pasmoso detalle todas las formas de su superficie, los cráteres y los valles. Había algo extraño en su blanquecina luz, parecía ejercer una extraña energía que perturbaba la serenidad nocturna. Liam sintió una extraña sensación, una angustia que le invadía el pecho. La horrible sensación de que algo terrible estaba por ocurrir. No pudo evitar pensar en aquellas siniestras visiones de almas en pena viviendo por él, y sobre todo, no pudo evitar pensar en el cuerpo putrefacto de aquel niño, la imagen de su cráneo desprendido y las vísceras chorreantes que lo hicieron sentir enfermo.

―Solo cálmate Liam. Todo está en tu cabeza. ―Intentó calmarse a sí mismo. Dando un último pitido al cigarro, arrojó la colilla todavía humeante por la ventana.

Cuando se disponía a acostarse, un leve sonido llamó su atención. Pareció ser el sonido de una de las teclas de la vieja máquina de escribir accionándose. Al mirar hacia el escritorio donde la misma reposaba, no vio nada. Se acercó hacia ella. Tocó sus teclas con suavidad, pulsó la tecla x y el mecanismo hizo que el cuño impactara contra el viejo papel que estaba colocado. ―Funciona perfectamente. ―Dijo, y de pronto, una inexpresable necesidad de escribir se apoderó de él.

 Vino a su mente el recuerdo del psiquiatra al cual había asistido en tantas ocasiones, el cual le había recomendado relatar cómo se sentía escribiéndolo en un diario. Por supuesto le había parecido una estupidez, pero luego de años guardando una enorme pena, sintió la desesperante necesidad de relatar todo por lo que había pasado y así se dispuso a hacerlo.

Encendió otro cigarro, colocó otra amarillenta hoja en la máquina y lentamente las palabras comenzaron a fluir.

“Hoy me he vuelto a sentir extraño. Extraño como otras tantas veces en mi vida, pero esta vez es diferente. Una angustia que me carcome el alma aflora cada vez con más intensidad. La mentira, la devastadora mentira y los horrendos pecados que he cometido vuelven para atormentarme.  

Al principio pensé que era este pueblo que había despertado algo en mí, pero luego me di cuenta que siempre he sido yo. Sin importar al lugar que vaya la pena siempre me perseguirá. El rostro de aquella joven, a la que puse fin a su vida de manera tan cruel siempre se encontrará allí, siempre observándome, esperando el momento en que todo el mal que he hecho finalmente me consuma.  He hecho tantas cosas atroces, he tenido tanto odio en mi ser que me ha llevado a convertirme en un monstruo. Si. Eso es lo que soy, un monstruo. Por más que lo intente cambiar, por mucho que trate de alejarme, eso es lo que soy. Y los monstruos solo pueden terminar de una manera, solos. Quizás sea eso lo que más me aterra, que la inmundicia que llevo por dentro termine arrastrando a lo que más quiero lejos de mí. Si ella supiera que le he mentido toda su vida su odio la alejaría de mí para siempre…”

Liam dio un gran suspiro. Arrojó la colilla del cigarro completamente consumido y encendió otro. Al principio pensó que era el humo del tabaco que le irritaba los ojos, pero luego se dio cuenta que se encontraba llorando. Las lágrimas no dejaban de salir, un llanto desgarrador e incontrolable se apoderó de él. La garganta casi se le cerraba haciéndolo toser.

―¿Que sucede papa? ―Lo interrumpió la pequeña, quien habiéndose despertado por la tos de su padre entró a la habitación para ver que sucedía.

―Nada hija. ―Le contestó secándose las lágrimas. ―Este cigarro barato me ha provocado tos.

―Deberías dejar de fumar. Ya he perdido a mamá por el cáncer, no quiero perderte a ti también.

―No lo harás hija. Siempre estaré contigo. Te lo prometo.

La niña le dió un fuerte abrazo a su padre. Era todo lo que él necesitaba.

― ¿Que escribes? ―Preguntó ella al ver las letras sobre el papel, pero él quitó la hoja con rapidez evitando que ella pudiera leerla.

―Nada hija. Solo cosas.

―Pero déjame leerla.

―No hija, me apena mucho. Algún día te lo enseñaré. Ahora vete a dormir. Es muy tarde y los niños no deben permanecer despiertos tanto tiempo.

Luego de acompañar a su hija nuevamente hasta su cuarto, Liam la cubrió con las sabanas con ternura y le dio un beso en la frente como era su tradición a la hora de ir a la cama. ―Buenas noches hija. ―Le dijo mientras ella se queda dormida.

2

La noche estaba serena. Solo el ocasional ladrido de algún perro famélico que revolvía los botes de basura buscando restos de comida con los que alimentarse perturbaba el silencio del pueblo. Eran exactamente las tres de la mañana cuando Ariel Smith salió de la casa de su amigo Pedro Peralta para caminar las cinco cuadras que lo separaban de su casa. Los amigos habían pasado una noche viendo películas de terror sin percatarse del paso de las horas, hasta que realmente se le había hecho muy tarde. En su mente solo había preocupación. Recordaba la advertencia de su madre que le había dicho que no volviese muy tarde. Sabía perfectamente lo que le aguardaba. Todavía podía sentir los fuertes golpes con el cinturón que había recibido la última vez que la había desobedecido.




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