13 de junio de 2017
Paula
Estoy segura de que la vida es una maldita perra conmigo.
Miro hacia los lados cruzando la calle dejando atrás a un hombre que intentó robar a una pobre anciana, disfrute mucho ver como suplicaba clemencia por su vida, pero la primera regla interna de mi vida es: no dejar a ninguna escoria viva.
Tengo muy claro que yo también hago parte de esas escorias pero siempre busco ayudar al planeta desapareciéndolos, les hago un gran favor a todos los de este pueblo.
Retomando lo de la vida, si, es una perra; sería mejor no estar aquí. Los policías son ineficientes, solo ocupan su cargo por los beneficios que conlleva ser uno de ellos. Me conviene demasiado, gracias a eso me he librado de muchas investigaciones penales, un muerto más o un muerto menos en su lista no tiene tanta importancia.
Un claro ejemplo de ello es el caso de mis padres.
Hace tres días pase por el hospital y él aún no despierta; está en coma. Creo que se me fue la mano, yo no quería dañarlo... Solo lo estaba protegiendo, ¿Sí?, protegiendo de un maldito ser despreciable: yo.
Me odio a mí misma por haber dañado su hermoso cuerpo con mis manos, prometí protegerlo pero creo que esa "protección" no está resultando nada bien para su salud.
Me detengo mirando hacia mi destino, un puto hotel de paso; si, después de vivir en la mansión más grande y cómoda pasé a un hostal, pero prefiero mil veces esto a mi antiguo hogar, o mejor: infierno.
Miro a la recepcionista la cual me recibe con una sonrisa cálida, no tengo ánimo para devolver su gesto así que solo sigo mi camino hacia la habitación. Una mirada en mi espalda hace que voltee mi rostro para encontrar unos ojos verdes oscuros. Su mirada penetrante, no quiero verlo de nuevo, quiero que me deje en paz.
Empiezo a correr y llego al cuarto, intento abrir la puerta con la llave pero me es difícil ya que mis manos tiemblan como gelatina.
Cuando estaba por llegar el dueño de esa mirada, la puerta abre y en ese momento desaparece; maldito fantasma. Desde hace cuatro semanas me sigue a todas partes, sé que intenta hacerme daño, eso es lo único que hacen esos verdosos ojos.
Suspiro dejando caer mi cuerpo en la esponjosa cama, el colchón se hunde por mi peso y cierro los ojos dejándome llevar por el silencio aterrador que hay a mi alrededor. El celular suena interrumpiendo mi meditación, miro la pantalla y es un número privado.
Deslizo mi dedo en el contestador verde y procedo a oír lo que dicen al otro lado de la línea telefónica:
—Buenas tardes, me comunico del hospital San Rafael —abro un poco los ojos soltando el aire que tenía retenido en mis pulmones —. El señor Diego acaba de despertar, y supuse que usted querría saberlo.
—Sí, muchas gracias —Es tan sorprendente como el dinero puede volver corruptas a las personas. Cuelgo la llamada y mi cara de emoción se hace notar al instante. Mi sonrisa se borra al recordar todo lo que le hice, mis ojos empiezan a arder y me derrumbo en el suelo soltando todo lo que tiene mi alma corrupta, negra y despreciable.
Cierro los ojos y los recuerdos empiezan a llegar a mi mente: mi daga entrando en su estómago, sus ojos cerrándose mientras perdían su brillo único, su último te amo. Estoy segura de que es el último, mi corazón se encoge de tristeza, no quiero irme de aquí; pero ya está decidido... Me marcharé a otra ciudad y dejaré todo atrás, empezaré una nueva vida o eso creo, dejando al único hombre que me ha amado de verdad y me ha acogido como si fuera lo más valioso en su vida.
Levanto mi cuerpo del suelo poniendo todo mi peso en mis pies los cuales flaquean un poco, quito el rastro de mis lágrimas dejando solo el camino de rímel negro en mis mejillas; justo hoy tuve que maquillarme.
Ignoro todo a mi paso y saco las maletas del pequeño armario que tiene la habitación, descuelgo toda la ropa de los ganchos, la doblo dejándola en un lado del espacio de la valija, hago lo mismo con el resto de prendas.
Luego de un rato cuando ya tengo todo listo bajo a la recepción cancelando todas las noches que había pagado por adelantado, la chica me dice que por cuestiones de contrato solo pueden devolver la mitad del dinero. No le pongo atención a eso, tengo suficiente dinero como para sobrevivir toda mi vida: en cuestiones de cálculo, tendría que morir mañana; ok no.
La fortuna que dejaron mis señores "Padres" es muy jugosa y con eso me puedo abastecer por varios meses.
Camino fuera del hotel y para mi buena suerte hay un taxi disponible, el señor se baja y monta las maletas al auto mientras yo me subo en el asiento de atrás.
—Buenas noches —saluda —. ¿A donde?
Miro fijamente el espejo pensando un momento, no sé a dónde voy.
—A la terminal de transporte —respondo secamente. El asiente y arranca hacia allá.
(‡‡‡)
27 de octubre de 2017
Las gotas gruesas de agua se deslizan lentamente por la ventana logrando empañar el vidrio. La tarde esta nostálgica, y no sé como pero se logra acoplar a mi estado de ánimo.
Ya han pasado aproximadamente tres meses y medio desde que abandone Germania. No puedo decir que no extraño nada de allí porque me estaría mintiendo a mí misma. Me sentí una cobarde cuando salí del pueblo dejando al hombre que amo en un hospital.
Logré conseguir un apartamento bonito en un edificio que no llama tanto la atención, las personas de ahí son amables pero no he socializado con ninguno de ellos; no me interesa.
Levanto mi cuerpo y con pasos perezosos me alejo de la ventana, voy a la cocina y preparo un buen chocolate para bajar un poquito el frío que está haciendo, aunque este clima es muy rico me afecta un poco la salud.
El sabor medio dulce del chocolate quema un poco mi lengua, suspiro dejando la taza en la isla. La melodía del timbre del apartamento empieza a inundar mis oídos y camino hacia allí. Miro por el ojito y no veo a nadie. Dioses, me da rabia que se pongan a jugar.
#4331 en Joven Adulto
#14192 en Otros
#2278 en Acción
muertes odio asesinos, suspenso amor obsesión, persecuciones amnecia adicciones
Editado: 20.12.2022