* UN HERMANO DE TELA Y BOTONES *
Cuando era niño, mis padres me trajeron un muñeco de tela, según ellos, para que no estuviese solo. Era un lindo pequeño de ropas de oscuro trapo, ojos de botones carmín y "cabello" compuesto de hilos negros y castaños. Su mayor característica, era su amplia sonrisa.
Me encantó desde el principio, y le bauticé Boris; mis padres me pidieron que le diera un nombre y ese me gustó.
Es triste que papá no haya durado un día más para vernos a Boris y a mí jugar felices. Un trágico accidente de tráfico se lo impidió, y quedamos solos junto con mamá. Pero no estaba dolido; Boris se encargó de hacer esos dolorosos días felices para mí.
Él me consoló y acompañó en mi tristeza, aguantando mis llantos y amarguras sin rechistar porque llenará su tela de lágrimas; perdonándome por mis líos y berrinches con su eterna sonrisa.
Por muchos años, él fue mi único compañero, éramos un dúo inseparable. Durante horas, me encerraba en mi cuarto y juntos imaginábamos los mundos más bellos y llenos de aventuras audaces, en los que salvábamos bellas princesas y luchábamos contra fieros dragones (aunque varias veces terminamos siendo amigos de estos últimos y los ayudábamos a escapar de los Caballeros).
Era realmente divertido.
Ahora que lo pienso bien, es algo extraño que mamá no me dijera nada por andar tanto tiempo y en todo lugar con un juguete.
Tristemente, los años pasaron y a la edad de diecisiete años ya no estaba tanto con Boris. Había crecido (curiosamente él también se veía más grande), y me sentía demasiado maduro como para andar con un muñeco de trapo. Aunque admito que lo llevé conmigo cuando decidí comenzar mi propia vida en un apartamento. Lo dejaba encima de mi mesa auxiliar, en mi cuarto, justo cuando salía a estudiar o a disfrutar con mis amigos.
Cuando regresaba, encontraba siempre al muñeco en frente de la puerta del cuarto (que siempre cerraba con llave por cuestiones de seguridad), muchas veces con sus manos en ella.
Había veces en las que encontraba la puerta arañada y sangre en las extremidades del muñeco. Cada día le veía más delgado...
Ha de ser que se le perdía o deshacía el relleno por los años. Y ni idea de por qué lo demás... Quizás esté... ¿poseído?
Igualmente, lo volvía a poner encima de la mesita y me acostaba a dormir si andaba muy cansado, tuviese o no la ropa sucia puesta. En la noche, sentía cómo él me observaba y pasaba sus frías y rústicas manos por mi cuerpo, como si intentase arrancar mi piel, arrastrarme con él al suelo. Yo temblaba, lo admito, pero me parece normal, en cierto punto. Boris siempre se movió; él siempre hacía esas cosas para asustarme.
Con los años, los vecinos empezaron a correr rumores de mí y de mi apartamento. Decían que cuando yo no estaba, se escuchaban pisadas, gritos y quejidos viniendo de este. Siempre lo negué, e igualmente al rumor de que había un niño allí. Allí sólo estaba el muñeco Boris, que me dio mi amado padre.
Varias de mis novias interrumpían el acto sexual en la sala, diciendo que escuchaban algo viniendo del cuarto. Una vez fui a ver y era sólo mi pequeño Boris, devorando una rata.
No había problema; sólo eliminaba un mal ser porque él es mi buen muñeco y compañero. Aunque no estemos tan juntos, siempre lo será; desde que nos mudamos come muchas alimañas, es como un gato. Sólo que no tengo que gastar nada en él.
Tristemente, la situación se repetía y mis parejas se espantaban cuando les explicaba que era mi muñeco.
Ellas huían.
Con el tiempo, esta situación empezaba a cansarme. Y este día, llegó a un gran extremo que aún ahora me aterra.
Estando en la cocina, escuché cómo la puerta de mi cuarto se abría. Miré hacia atrás y pude ver por el pasillo a Boris, caminando hacia mí con la cabeza baja con un andar muy torpe. Hasta ese momento, no había notado lo mucho que habían crecido tanto él como su cabello. Era anormal, ciertamente, pero me emocioné al pensar que quizás tanto tiempo juntos le dio vida.
Esperé a que se acercara, emocionado; quería detallar bien sus pasos.
Noté algo tarde que llevaba en su mano la navaja que normalmente dejaba entre mis cosas, en mi habitación... Apenas y con suerte logré esquivar su ataque, e igualmente cortó un poco la piel de mi costado.
Me encontraba confundido, asombrado, y en parte maravillado por los movimientos de Boris.
Atacaba una y otra vez, y en un punto, me di cuenta de la verdad: él era el nuevo villano que debíamos matar. Él se hacía pasar por el malo, atacándome para que yo lo eliminará sin remordimientos, de la misma forma que de pequeños matábamos dragones tranquilamente, simplemente porque eran malos.
Tranquilo, compañero. Yo terminaré el juego y te salvaré cual doncella, te degollaré cual bestia ; le dije.
Tomé un cuchillo de carnicero que colgaba de la pared de la cocina y con él corté su brazo armado. Gritó. Sabía que no sentía dolor, y que esa sangre era falsa, sólo quería agregarle drama. Lo sabía porque era él y era un muñeco; los muñecos no sienten ni sangran.
Seguí atacándole como él quería.
Para terminar con mi labor como guerrero, corté su cabeza. Rodó por el suelo y dejó un sendero de sangre. Me sentía extrañado... Sus ojos no se veían como un par de botones, su piel no era tela, sus entrañas no eran ni similares al relleno.
Ahora, estoy aquí, sólo a segundos de que esto hubiese pasado, y lo he recordado todo mientras observo la sangre en el arma homicida.
Ahora recuerdo que comía, que tenía necesidades, y que desde que vino conmigo yo no las atendí. Ahora recuerdo que le habían puesto en mis brazos siendo pequeño y regordete, y que le puse Boris porque mis padres me pidieron que le diera un nombre a mi nuevo hermano.
Ahora recuerdo que no era un juguete... ¿Qué me pasó? ¿Por qué creí mal? Me parece que estoy loco.
Entonces, ¿a quien vi como un juguete, que traté como tal, a quien cosí tantas veces y encerré durante horas en baúles y que dejé sin comer por tantos días... era a mi pequeño hermanito?
Y ahora, está allí, frente mío. Veo las lágrimas en sus cristalizados y muertos ojos carmín, producto de no haber logrado escapar del infierno que tal monstruo le dio...
Será mejor que compense esto. Ahora me siento a su lado, arrepentido, tomando su cabeza entre mis brazos. Le doy un beso en la frente como un "buenas noches" y tomó el cuchillo con el que le maté, preparándome para asestar un golpe en mi cuello.
Papá estará orgulloso de ti, Boris, que luchaste hasta el final, y encontraste al verdadero villano de nuestros juegos.
Muy orgulloso, pequeño.