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La gente volvió a llenar el quiosco, esta vez, las emociones estaban divididas entre felicidad y angustia, pero algo era cierto, de no funcionar, la gente no podría ser controlada con tanta eficacia como las veces anteriores. Eso tenía preocupado al presidente municipal.
Una densa niebla empezó a tapar la mitad del rio.
A las 5:58pm, el presidente municipal tomó el micrófono.
—Señoras y señores —exclamó con algo de nerviosismo—. Sé que esta semana ha sido muy dura para todos, pero he de informarles que el puente, con la ayuda de todos, ha sido terminado satisfactoriamente —exclamó con más fuerza.
La gente empezó a aplaudir con entusiasmo.
—Coloca el puente— le gritó a un tipo que se encontraba en una grúa.
La grúa empezó a moverse cargando el puente. Eran planchas soldadas una a una y en los lados laterales estaban soldadas las vigas.
La grúa sobrepuso el puente de emergencia sobre los dos extremos de los puentes que seguían en pie. Cuando estuvo colocado, dos hombres se apresuraron a fijar con enormes clavos de acero las vigas al concreto del viejo puente.
El silencio reino del pueblo por unos segundos. De pronto, el hombre levantó el dedo pulgar de la mano izquierda hacia al presidente municipal.
—¡Ya quedó! —exclamó con alegría.
La gente gritó de gusto, algunos aplaudieron mientras que otros abrasaban a la persona que tenían al lado.
Ricardo y Santiago se encontraban entre la multitud, estaban aplaudiendo.
—Deberíamos avisarles a las chicas —opinó Santiago.
—Buena idea —dijo Ricardo.
Ambos amigos empezaron a caminar, cruzaron la calle y subieron a la camioneta.
—¿Te has dado cuenta de que, desde que llegamos, este espacio siempre ha estado disponible para estacionarse? —preguntó Ricardo
Santiago lanzó una risa pequeña.
Un grupo de personas empezó a correr desesperada hacia el puente, gritando algo inentendible.
—¿Qué mierda está pasando? —preguntó el presidente municipal.
El grupo de gente llegó a la mitad del puente cuando de pronto este explotó en una enorme bola de fuego, haciendo volar pedazos de gente en llamas y metal caliente.
Los fragmentos llegaron hasta algunos de los pobladores. El primero en morir fue el tipo de la grúa, que recibió un fragmento enorme de metal que atravesó el retrovisor y lo partió a la mitad, otros fragmentos cayeron sobre gente que empezó a incendiarse o eran asesinados por los fragmentos de metal.
La gente gritaba aterrorizada.
—¿Qué mierda acaba de pasar? —preguntó Ricardo asustado.
—¡No lo sé! —exclamó Santiago.
—Ese era todo el material que quedaba.
—Vamos a morir.
—No tenemos comida —gritaba la gente asustada.
—La culpa de todo… —dijo alguien de pronto en el micrófono, pero no era el presidente municipal. La gente empezó a reunirse en el quisco—. Es de los desconocidos, desde que llegaron, han pasado estas cosas horribles —gritó con más fuerza.
La gente empezó a asentir con la cabeza.
—Es cierto.
La gente volvió a reunirse alrededor del quiosco.
—Desde que ellos llegaron, solo han ocurrido desgracias al pueblo.
—¡Hay que matarlos!
—¡Si! —gritaron todos los reunidos en el quiosco.
—¿Dónde están? —preguntó la voz del micrófono.
—¿Quién mierda está pasando ahora? —preguntó Ricardo mientras movía la cabeza.
Santiago entre cerró los ojos, observó detenidamente hacia el quiosco, tardó un momento, pero vio la silueta de alguien pequeña, con un chal negro y pocas arrugas en la cara, era… la señora de la casa de en frente.
—Allá están —gritó de pronto.
Santiago abrió los ojos del susto e intento encender el auto, pero solo emitía un chasquido al girar la llave.
La gente estaba más cerca, empezaban a tomar fragmentos del metal del puente y palos.
Santiago giró la llave con más insistencia hasta que el auto lanzó un rugido y arrancó.