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Los chicos avanzaron rápidamente sobre un sendero de piedras incrustadas en el suelo. El camino estaba rodeado por pasto y a unos metros de la entrada estaba la fuente de un ángel que algún momento escupía agua.
Rodearon la fuente y caminaron hacia la entrada. Era una enorme puerta de madera que se habrían de par en par, los chicos se colocaron dos en cada lado y empujaron, al hacerlo, se produjo un enorme chirrido. La abrieron hasta dejarla semiabierta y las chicas entraron, luego los chicos y volvieron a hacer el mismo procedimiento, pero esta vez para cerrarla, la puerta acabó provocando un ruido estruendoso.
Abigail, Ricardo, Zoé y Santiago voltearon a ver el lugar, estaba siendo iluminado por la luz de la luna que entraba por las ventanas, el piso de mosaicos blancos y negros estaba completamente sucio, del lado derecho se veía una cabina, la cual debía ser la recepción y al lado izquierdo, una puerta abierta con una ventanilla con barrotes que daba a un pasillo también iluminado por la luz de la luna que entraba en forma diagonal.
—¿Ahora qué hacemos? —preguntó asustada Abigail.
Ricardo se quitó su mochila, la puso en el suelo y sacó su estuche de linternas.
Santiago revisó lo que le había enviado Natalia en la bolsa, le dio la vuelta, cayó un papel enrollado y su funda con la pistola.
—¿Que eso preguntó? — Zoé con intriga.
—Es un arma… me la vendieron en el pueblo.
Zoé no podía quitarle la vista de encima, estaba intranquila, ya que sabía cómo había sido su novio en meses pasados y el que haya estado cargando un arma la ponía nerviosa.
Santiago se dio cuenta de eso, así que empezó a extender el papel en el suelo.
Ricardo tomó la linterna LIGHT&MOTION e iluminó lo que había en el papel.
Era un plano del hospital.
—Gracias Natalia —dijo Ricardo en voz baja.
Mientras los chicos discutían cual era el mejor camino para salir, alguien se encontraba observándolos, estaba parado en la puerta de la izquierda con una sonrisa macabra.
Abigail sintió escalofríos, volteó a ver hacia la puerta y solo vio el pasillo vacío, volteó la mirada hacia la galera, pero no había nada. Estuvo a punto de regresar a ver el plano, cuando algo llamó su atención, era un pequeño marco de madera que yacía en el suelo. La chica empezó a acercarse.
—Reconozco este lugar —dijo Ricardo señalando una parte del plano—. Vi este muelle cuando veníamos hacia aquí —exclamó.
—¿Y qué hay con él? —preguntó Santiago.
—Ahí estaba una lancha, puede ser nuestra única salida —dijo con voz nerviosa.
Santiago y Zoé se observaron el uno al otro.
—Chicos —dijo Abigail de pronto—. Miren esto.
Ricardo apuntó su enorme linterna hacia donde estaba Abigail, quien se agachó a recoger el marco de madera.
Los demás se acercaron y la rodearon. Ricardo apuntó con su linterna al marco y vio que era una fotografía.
—Yo ya había visto esta fotografía —dijo Ricardo con voz baja
—¿En dónde? —preguntó Zoé.
—En el libro de historia de este pueblo. Ahí decía que fueron los únicos pacientes sanos.
Abigail empezó a temblar, luego se tapó la boca con la mano izquierda, empezó a sollozar.
—¿Qué ocurre? —dijo Zoé.
—Una de las niñas… soy yo —dijo mientras lloraba con más fuerza.
—Imposible —exclamó Ricardo—. En esta fotografía esta la señora Andrea.
—Eso significa que tendría la misma edad que Abigail —agregó Santiago.
—¿Qué está pasando? ¿qué hago yo en esa foto? —preguntó Abigail entre llantos.
—Tranquila —dijo Zoé mientras la abrazaba.
De pronto, Abigail levantó la vista hacia su hermana, tenía la misma mirada que cuando empezaron el viaje.
—Acabo de recordar…fuiste tú…perra.
—Abigail n…no sé de qué estás hablando.
—Sí, si lo sabes. Por tu culpa me encerraron aquí, creyeron que estaba loca porque tú no me apoyaste.