Monte Cristo: El Inicio Del Carnaval

LA VERDAD SEA DICHA: SEGUNDA PARTE

1

Zoé no dejaba de temblar, ni con el arma, ni con la linterna.

Santiago empezaba a sentirse fatigado y Ricardo hacia muecas de dolor.

Llegaron al final del pasillo después de un rato y entraron en un cuarto amplió en el que había dos puertas, una llevaba a un patio y la otra a un oscuro almacén apenas iluminado en diagonal por un foco.

Los chicos avanzaron unos pasos cuando de la oscuridad del almacén salió Abigail.

—¡Abigail! —gritó Zoé con desesperación.

—¡Espera! —exclamó Santiago súbitamente.

Zoé se detuvo a verlo y luego volteó a verla a ella. Tenía un aspecto diferente, tenía el cabello completamente desarreglado, su vestido estaba desgarrado, estaba sucia de los brazos y las piernas, como si se hubiera peleado con alguien y su mirada estaba perdida. Todo esto estaba acompañado de una sonrisa en su rostro, lo cual le erizaba la piel a Zoé.

—Abigail —volvió a decir entre llantos—. ¿Qué te hicieron?

Abigail empezó a reír entre dientes.

—Esto…es lo que tú me has hecho…zorra.

Zoé empezó a llorar con más fuerza.

—Ahora tú y esos idiotas sufrirán aquí —acto seguido, golpeó levemente sus puños haciendo con la boca el sonido de un choque eléctrico.

Santiago y Ricardo tragaron saliva.

—¿No es así…querido? —preguntó en la oscuridad.

Una criatura similar a las anteriores salió de la oscuridad, pero esta tenía un miembro enorme colgándole hasta las rodillas y con los parpados en lateral.

—Te presentó a mi novio…querida hermana —dijo con voz coqueta

La criatura esbozó una enorme sonrisa mostrando enormes dientes.

Zoé no dejaba de temblar.

—Tranquilos, no les hará nada… aun. Así que…mejor corran.

Ambos se metieron al almacén y la luz se apagó, se escucharon algunos ruidos pequeños, luego, los gemidos de Abigail.

—¡NO! —gritó Zoé mientras se arrodillaba entre lamentos.

—Zoé, tenemos que irnos de aquí —exclamó Santiago.

Zoé apenas podía contenerse, no dejaba de temblar.

—Zoé…por favor —dijo Ricardo con dificultad.

Zoé volteó a verlo, estaba débil y no dejaba de sangrar. Se limpió las lágrimas, guardó el arma en la funda que llevaba Santiago, rodeó el otro brazo de Ricardo en su hombro sin que este soltara el bastón, lo tomó de la cintura y empezaron a caminar.

Salieron a un amplió patio rectangular, con pasto igual de forma rectangular que cubría casi toda el área, lo demás estaba rodeado de concreto.

Cruzaron en diagonal hasta el otro extremo del patio mientras que las criaturas los observaban desde las ventanas en las partes altas del edificio.

—Corre hermanita… ¡SI! ¡ASI!… corre cuanto puedas… ¡MAS! … que tú serás las siguiente —gritaba Abigail.

 

2

Los chicos avanzaron rápidamente por el pasillo hasta llegar a una amplia habitación con puertas de acero abiertas.

—¿Cuál debemos tomar? —preguntó Santiago.

—Derecha —dijo Ricardo en voz baja.

—¿Cuál? —preguntó Zoé.

—Derecha —volvió a decir Ricardo.

Los chicos obedecieron y siguieron por la derecha, la puerta se selló detrás de ellos.

Llegaron a un amplió pasillo iluminado con una luz amarilla, en donde estaban varias puertas de cuartos donde habían estado los pacientes.

—Quiero… descansar un momento —dijo Ricardo con dificultad.

Los chicos lo sentaron, recargándolo contra una de las paredes.

—Te voy a revisar —dijo Zoé con calma.

Le quitó la mochila, Ricardo dejó el bastón del lado derecho y Zoé sacó lo que había comprado en la farmacia antes de que empezara el carnaval.

Colocó un poco de alcohol en los costados (lo cual le ardió), y después le colocó una venda.




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