Morada de espejismos.

Capitulo 1

Te lo juro, yo lo ví. Ahí estaba. Sentado. Me miraba, como queriendo decirme algo. Pero ahora, al recordar, siento escalofríos. Pero esa figura y esa mirada, que aún me persigue en sueños, no fue lo único ni lo primero que me causó y sigue causando esta sensación. Desde que decidí emprender este viaje, ya algo me helaba la sangre. Varios cientos de kilómetros en una carretera solitaria bordeada de árboles, cuyas ramas movidas por el viento parecían esqueléticas manos queriendo capturar mi vehículo, fueron solo el principio de esta maldita bendición. El ruido de las ruedas contra el asfalto parecía volverse cada vez más distante, como si el camino estuviera siendo devorado por la oscuridad detrás de mi. Los árboles, ahora más densos, se curvaban hacia mi vehículo, proyectando sombras retorcidas que danzaban al compás del viento. La sensación de encierro era ineludible, como si el bosque quisiera tragárselo. Mientras mantenía la vista fija en la carretera, un pensamiento surgió de repente: la carta. La había recibido días atrás, con un sobre amarillo desgastado que no tenía remitente. Recuerdo con claridad las primeras líneas: “Un regalo para ti. Algo que cambiará tu vida para siempre”. Al principio crei que era una broma de mal gusto, pero algo en la caligrafía irregular y temblorosa me heló los huesos. Ese recuerdo me llevó de vuelta al sueño que había tenido la misma noche en que llegó la carta. Era un sueño caótico, un remolino de imágenes sin sentido: una silueta parada frente a un espejo cubierto de polvo, susurros que no alcanzaba a descifrar, y una sensación persistente de estar siendo observado. Al despertar, mi corazón latía con fuerza, y durante unos segundos no supe distinguir entre el sueño y la realidad.​




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