Morada de espejismos.

Capitulo 2

El murmullo de las hojas al viento me devolvió a esas noches solitarias en las que devoraba páginas sobre crímenes atroces y lo inexplicable. Siempre me han fascinado esas historias, aunque debo admitir que, con el tiempo, dejaron algo más que un interés pasajero. ¿Esas lecturas son las que alimentan mis pensamientos ahora, o es el aire pesado de este bosque lo que está jugando conmigo?

Todo era diferente antes de la carta. Mi vida seguía una rutina segura, predecible. Pero recuerdo el día en que ese sobre apareció en mi escritorio, entre mis libros sobre lo paranormal y los titulares viejos de casos olvidados. Un sobre amarillo, desgastado, que parecía fuera de lugar entre el orden meticuloso de mis cosas. Al abrirlo, el crujido del papel fue casi ofensivo, como si rompiera la quietud de mi mundo. Desde entonces, nada ha sido igual.

Aquella noche tuve ese extraño sueño. Un caos de imágenes que parecían mezclarse con lo que había leído. Cómo ya dije, me desperté con el corazón latiendo con fuerza, sin saber si había soñado o vivido aquello. Desde ese momento, algo cambió. Es como si una sombra invisible me siguiera, susurrándome al oído, pero siempre fuera de mi alcance.

Mientras conducía por esa carretera interminable rodeada de árboles, no podia evitar preguntarme si todo lo que dejaba atrás, mi rutina, mi calma, estaba realmente tan lejos como parecia... o si simplemente ya no podria regresar. Quizás esas historias que tanto me gustaban no eran solo entretenimiento. Quizás abrieron algo en mí, algo que ahora no puedo cerrar.

Escuché un rasguido afuera, el sonido de las ramas movidas por el viento. Miré por el retrovisor, pero no había nada ahí. O, al menos, eso quería creer. Todo es normal, ¿no? Sí, normal. Como siempre ha sido. Pero… no. No realmente.

Seguí manejando. El clima de pronto comenzó a cambiar. Al principio, la lluvia cayó con suavidad, como si el cielo estuviera tanteando hasta dónde podía llegar. Pero en cuestión de minutos, esa delicadeza desapareció, y lo que siguió fue un aguacero que azotaba mi auto con tanta fuerza que pensé que los vidrios no aguantarían. Las gotas se estrellaban contra el parabrisas con una furia inusitada, convirtiéndose en una cortina opaca que apenas dejaba entrever el camino. Los limpiaparabrisas, impotentes, se movían frenéticamente de un lado a otro, pero parecía una batalla perdida.

A cada trueno, el suelo parecía vibrar ligeramente bajo las ruedas del coche. Los relámpagos rasgaban el cielo, iluminando brevemente los árboles que flanqueaban la carretera. Durante esos destellos, las ramas se transformaban en figuras retorcidas, grotescas, como si algo invisible las estuviera manipulando. Por un instante juré que había visto una silueta entre los árboles, pero descarté la idea rápidamente. Solo mi imaginación… pensé, aunque el nudo en mi estómago se apretaba más con cada kilómetro.

El aire dentro del coche estaba cargado. La humedad parecía filtrarse incluso a través de las ventanas cerradas, y mi respiración se volvía más pesada, como si el mismo clima estuviera tratando de colarse en mi mente.

Entonces, de pronto, la carretera terminó. Frente a mí, al borde de un imponente acantilado, se levantaba la casa. Su silueta era tan oscura como las nubes que la rodeaban, y parecía alzarse en desafío contra el rugido de las olas que se estrellaban contra las rocas abajo. Durante un segundo, todo quedó en silencio. Un silencio extraño, antinatural, roto solo por el estruendo de un rayo que iluminó la escena.

La vi. En una de las ventanas, una figura inmóvil me observaba. No podía distinguir sus rasgos, pero era imposible no sentir que su mirada atravesaba el cristal y caía sobre mí, pesada como una sombra. Era la misma visión de mi sueño, el mismo lugar, la misma figura. Me quedé congelado, incapaz de moverme, mientras las olas seguían golpeando las rocas, como si quisieran advertirme de algo.​




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