La carta tenía algo extraño desde el principio, pero nunca imaginé que sería el puente hacia esto… hacia ella. Cuando la encontré, estaba entre las páginas de un viejo libro sobre asesinos en serie que había comprado hace años, casi como si hubiera estado aguardando ahí, escondida entre las palabras que tanto me obsesionaron. Su caligrafía desordenada parecía escrita con apuro, casi nerviosa, pero su mensaje fue claro: “Es tiempo. La casa te espera.”
No entendí nada en ese momento, y aún no lo tengo claro. Pensé que era una broma. ¿La casa me espera? Era absurdo, pero algo en mí insistió en que debía seguir las instrucciones de aquella nota desgastada. Era como si me hablara directamente, como si cada palabra hubiera sido escrita no solo para mí, sino desde mí… desde algún lugar que ni yo comprendía. Cada vez que releía la carta, una inquietud me invadía, una sensación de que el texto ocultaba más de lo que mostraba. Y mientras seguía el viaje hacia aquel lugar, esa sensación se volvió opresiva. Y ahora estaba ahi, frente a esa casa, y esa sensación que me habia acompañado todo el camino, se volvió aún más opresiva que nunca.
La casa parecia viva. Parecia que me observaba. Sus paredes oscuras y desmoronadas se alzan como una sombra que lo cubre todo, y las ventanas reflejan algo que no es el paisaje que las rodea; reflejan algo más. Nunca pensé que algo pudiera desmoronar la firmeza que había construido en mí, pero ahí estaba, enfrentándome a una morada que parece hecha de ilusiones, de fragmentos de todo lo que alguna vez imaginé, leí o soñé.
Queria entrar. No porque lo deseara, sino porque lo sentia inevitable. La carta y la casa parecian tener un lazo que no podía romper, una relación que me arrastraba sin darme opción. Cada paso que daba hacia la entrada se sentía más pesado, más irreal, como si cada centímetro fuera un espejismo que me acercara y al mismo tiempo me alejara de lo tangible. ¿Es la casa lo que me atormenta, o algo que ya está dentro de mí?
Empujé la puerta con cautela. El chirrido que produjo fue prolongado y agudo, como un lamento atrapado en la madera vieja. El sonido resonó en el aire húmedo, arrancándome un escalofrío que corrió por toda mi espalda. No había encendido ninguna luz aún; todo estaba envuelto en sombras, salvo los destellos ocasionales de los relámpagos que iluminaban fugazmente el interior. La oscuridad parecía respirar, como si la casa misma esperara que me adentrara más.
Entonces lo escuché. Una voz, clara y baja, que venía de mi lado izquierdo: "Bienvenido a casa. Te esperaba."
Me quedé paralizado. El aire pareció volverse aún más denso, y un leve zumbido se instaló en mis oídos. Giré la cabeza rápidamente, mirando detrás de mí. El umbral seguía vacío, el exterior oscuro y desierto. Las ramas de los árboles se mecían bajo la lluvia torrencial, pero no había rastro de nadie más. Solo yo, la lluvia y esta casa que ya sentía como si me estuviera observando.
"¿Quién está ahí?" murmuré, pero mi voz apenas salió como un susurro. No esperaba respuesta, y no la obtuve. Todo lo que escuché fue el crujir de las tablas del suelo bajo mis pies y el golpeteo constante de las gotas de lluvia en el techo. Había algo opresivo en ese silencio, algo que parecía reírse de mi desconcierto.
Tomé aire y di un paso dentro. Cerré la puerta tras de mí, y con ese simple acto sentí como si un peso invisible cayera sobre mis hombros. No pude evitar pensar que esa voz no había sido un espejismo. Que alguien, o algo, realmente me estaba esperando.
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Editado: 08.04.2025