Morada de espejismos.

Capitulo 10

La figura estaba ahí, lo sabía. Esa certeza era más fuerte que cualquier razonamiento lógico. No necesitaba pruebas ni explicaciones. Era un recuerdo, sí, pero uno que nunca había sabido cómo ubicar en el tiempo. La postura rígida, los ojos oscuros hundidos en un rostro casi inexpresivo, y esa quietud antinatural que irradiaba desde su cuerpo… me lo juré a mí mismo: lo vi, sentado, mirándome con una intensidad que aún ahora perfora mis sueños.Pero no fue lo único, ni lo primero, que me causó escalofríos. Esa mirada, aunque persistente, era un eco de algo más profundo, algo que había comenzado mucho antes de que ese recuerdo me alcanzara.

Mientras permanecía en la habitación, con el espejo distorsionando mi reflejo, las imágenes comenzaron a fluir nuevamente. No fue como antes, esta vez fueron más nítidas, más reales. Era como si alguien hubiera abierto un álbum de memorias en mi mente, y cada página revelara algo que no estaba seguro de haber vivido.

Primero, un callejón oscuro. La luz de un farol parpadeaba en la distancia, y había un cuerpo tendido en el suelo. No lo veía con claridad, pero algo en la escena me resultaba familiar. Había gritos, pero no de alguien pidiendo ayuda; eran más bien gemidos, ahogados, como los de alguien que ya sabía que no podía escapar. Y lo más perturbador… Yo estaba allí. En el borde de la escena, observando desde las sombras. No estaba seguro de si era un testigo o algo más.

La imagen cambió abruptamente. Ahora estaba en una casa diferente, no esta, o si?, pero con una atmósfera igual de asfixiante. El sonido de pasos resonaba en el piso superior, y una puerta entreabierta dejaba ver una luz tenue. Avancé hacia ella, aunque en realidad no estaba caminando; era como si la memoria misma me arrastrara. Dentro del cuarto, había una silla. Estaba vacía al principio, pero cuando parpadeé, alguien estaba sentado en ella. No podía distinguir su rostro, pero la postura me resultaba aterradoramente familiar. Era la misma figura. El mismo cuerpo rígido. Me miraba, y aunque su rostro estaba velado, sabía que estaba sonriendo.

Otra escena me atrapó, esta vez junto al acantilado. Era de día, pero el cielo estaba cubierto de nubes grises que amenazaban con estallar en cualquier momento. Había sangre en mis manos, y una sensación de poder recorría mi cuerpo, una euforia que no quería admitir. Frente a mí, alguien caía. Una mujer, con el rostro lleno de terror. Intenté alcanzarla, detenerla, pero mis manos permanecieron quietas. ¿La estaba dejando caer? ¿O simplemente estaba observando cómo el abismo la reclamaba?

El peso de las imágenes era insoportable. Retrocedí, tambaleándome, hasta que tropecé con algo sólido. Giré rápidamente, y mi corazón se detuvo. Ahí estaba: una silla. No la había notado antes en la habitación, pero ahora parecía destacar en medio del espacio como si siempre hubiera estado allí. Era simple, de madera desgastada, pero su presencia me resultaba inquietantemente familiar. Me acerqué a ella con cautela, y cuando pasé mi mano sobre su respaldo, un susurro llenó el aire.

No eran palabras; era como el murmullo de alguien respirando justo detrás de mí. Me giré, esperando encontrar a alguien allí, pero estaba solo. De nuevo, mi reflejo en el espejo llamó mi atención. Esta vez, no estaba de pie. Estaba sentado. La misma postura rígida, las manos apoyadas en las rodillas, pero algo había cambiado. Su rostro era más claro, y pude ver los rastros de sangre en su camisa. Era yo, pero al mismo tiempo no lo era.

“Te lo juro… estaba ahí sentado,” murmuré, como si repetirlo en voz alta pudiera darle sentido. Pero incluso mientras hablaba, sabía que esas palabras no eran mías. O tal vez lo eran, en algún momento que no podía recordar.

El diario en mi mano comenzó a pesar más. Lo abrí por una página al azar, y lo que encontré me hizo soltarlo de inmediato. Era un dibujo, hecho con líneas gruesas y desordenadas. Mostraba la silla, y en ella, una figura sentada. Debajo del dibujo, había una frase escrita con una caligrafía apresurada:
"El cazador siempre observa antes de atacar."

De pronto, sentí el impulso de revisar el suelo alrededor de la silla. No sabía qué estaba buscando, pero mis manos comenzaron a moverse solas. Fue entonces cuando lo encontré: una pequeña hoja doblada, casi escondida bajo una de las patas. La desdoblé con cuidado, y mi respiración se detuvo.

Era la misma carta. El sobre amarillo que había desaparecido de mi bolsillo. Pero ahora, estaba vacío.

Me levanté de golpe, sintiendo una mezcla de desesperación y desconcierto. La silla, el sobre, el diario, todo parecía confabularse contra mí, para empujarme hacia una verdad que no quería enfrentar. Miré de nuevo al espejo, buscando respuestas, pero lo que vi me dejó congelado.

No era mi reflejo. Era alguien más. Alguien que se parecía a mí, pero que no era yo. Su mirada era fría, distante, y sus labios se curvaron en una sonrisa que reconocí al instante. Era la misma que había visto en los rostros de los hombres que cazaban, los que disfrutaban del poder que tenían sobre sus presas.

El reflejo me observó un momento antes de inclinarse hacia mí, como si quisiera atravesar el cristal. Sus labios se movieron, pero no escuché nada. Solo entendí las palabras porque las sentí en mi mente, como un eco que siempre había estado ahí:
"El cazador nunca deja de observar. Y tú siempre has sido el cazador."




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