Morada de espejismos.

Capitulo 11

El susurro llegó primero, un eco tenue que parecía brotar de las paredes mismas. Al principio creí que era otro truco de la casa, pero esta vez algo era diferente. No era un susurro desconocido; era mi propia voz. Me llamaba, como si una versión distante de mí estuviera atrapada en algún lugar entre estas paredes. Sentí un escalofrío recorrer mi columna, pero también una extraña urgencia. Sin saber por qué, seguí el sonido.

Mis pasos me llevaron a un nuevo pasillo que antes no había notado. La casa parecía expandirse y reconfigurarse mientras caminaba, llevándome a un espacio que se sentía tanto íntimo como hostil. Al final del pasillo, una puerta entreabierta dejaba escapar un destello de luz. La empujé con cuidado, y lo que vi al otro lado me dejó sin aliento.

La habitación estaba llena de una claridad engañosa. La luz provenía de una lámpara antigua en el centro del techo, cuyo resplandor cálido iluminaba las paredes de manera uniforme. Pero era lo que había en las paredes lo que captó mi atención: un mural masivo que cubría cada superficie, compuesto de rostros.

Cada rostro parecía pintado a mano, con detalles aterradoramente realistas. Al principio me parecían desconocidos, pero cuanto más los observaba, más sentía que los había visto antes. Había mujeres, hombres y niños, sus expresiones oscilaban entre la angustia y la serenidad. Algunos rostros parecían mirarme directamente, mientras que otros parecían atrapados en el acto de apartar la vista. Mi mirada se detuvo en un rostro en particular, el de una mujer con ojos llenos de terror. Un escalofrío me recorrió al darme cuenta de que era la misma mujer que había visto caer en el acantilado en mis recuerdos.

Mis dedos rozaron la pintura, y sentí como si el aire alrededor de mí se espesara. Entonces, una voz resonó en la habitación. Era baja, casi un murmullo, pero la reconocí al instante.
"Ellos lo saben, pero no pueden detenerlo."

Salté hacia atrás, mi corazón latiendo con fuerza. Miré a mi alrededor, pero no había nadie allí. Y luego, otra voz, diferente pero igualmente familiar, se unió al coro.
"¿Crees que los puedes salvar? No eres más que un observador."

Era mi voz, pero no sonaba como yo. Era más fría, más calculadora, como si perteneciera a alguien que había estado conmigo toda la vida, escondido entre las sombras de mi mente. Me llevé las manos a las sienes, intentando callar las voces, pero solo se hicieron más fuertes.

En una esquina de la habitación, noté algo que no pertenecía al mural: una pequeña caja de madera, cubierta de polvo, como si hubiera estado allí durante años. Me acerqué lentamente, mis pasos resonando en el silencio que ahora reinaba en la habitación. La abrí, y dentro encontré fragmentos de papel, algunos arrancados del diario, otros diferentes, como si hubieran pertenecido a otra persona.

Tomé uno de los fragmentos y lo leí en voz baja:
"La casa siempre recoge lo que dejamos atrás. Pero nunca lo devuelve igual."

Otro fragmento mostraba un dibujo, el mismo mural que me rodeaba, pero había un detalle que me hizo temblar. En el centro del dibujo estaba yo, o al menos una figura que se parecía a mí, pintando los rostros en las paredes con una expresión de calma perturbadora.

Las voces regresaron, pero esta vez eran claras, nítidas. Y lo más inquietante era que parecían responderse entre sí.

"No puede ser él. No tiene el control," dijo una. Era la misma voz fría y calculadora que había escuchado antes.

"Claro que lo tiene. Siempre lo ha tenido," respondió otra, más aguda, más nerviosa.

"No recuerda, pero nosotros sí. Siempre recordamos," intervino una tercera voz, grave y pausada.

Me di la vuelta, buscando el origen, pero no había nadie. Las voces estaban en mi mente, y sin embargo, resonaban como si llenaran toda la habitación.

"¡Cállense!" grité, y por un instante, el silencio regresó. Pero entonces, una de las voces habló directamente.
"¿Por qué te alteras? Siempre has sabido quién eres."

Mi mirada volvió al mural, y entonces lo vi. Entre los rostros, había uno nuevo. Era el mío. No el rostro que veía en el espejo cada mañana, sino la versión que había visto antes, fría, distante, con una sonrisa apenas perceptible. Su mirada me atrapó, y sentí como si estuviera siendo absorbido por el muro mismo.

La lámpara parpadeó, y por un momento, todo se apagó. En la oscuridad, la última voz volvió a susurrar:
"Silas… ellos observan, pero tú decides."

Cuando la luz regresó, me encontré solo en la habitación. La caja estaba cerrada, los papeles habían desaparecido, y el mural ahora parecía vacío. Pero sabía que no era así. Sus ojos seguían ahí, observándome desde el otro lado de la pared.




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