El aire en la habitación se volvió más pesado, como si la casa misma estuviera esperando que algo ocurriera. El mural de rostros en las paredes seguía siendo una presencia incómoda, sus formas retorcidas casi parecía que respiraban junto conmigo. La lámpara parpadeaba, desestabilizando la luz y proyectando sombras danzantes que hacían que la habitación se sintiera más pequeña. Sentí una opresión en el pecho que no podía ignorar, pero no era solo el ambiente. Era algo más, algo dentro de mí. Algo que estaba intentando salir.
Mientras giraba para observar el espejo fragmentado, el reloj detenido, y el libro cerrado sobre la mesa, escuché algo que me paralizó. Un susurro bajo, suave, pero inconfundible. No era de las paredes ni de ningún rincón oscuro que pudiera ver. Era desde mi mente. Era mi propia voz.
"Silas, ¿qué has hecho? ¿Recuerdas cómo comenzó?"
La voz parecía provenir de un lugar profundo en mi psique, un rincón que había estado cerrado durante tanto tiempo que ahora sentía como si se estuviera desmoronando. Me tambaleé, intentando mantenerme firme mientras una sensación de vértigo me consumía. Las paredes parecían desvanecerse y torcerse, y en un momento de debilidad, caí de rodillas frente al espejo. Mientras mi mirada se alzaba hacia el espejo, los fragmentos comenzaron a moverse, reflejando imágenes que no eran de la habitación. No eran incluso del presente. Cada fragmento mostraba un lugar diferente, detalles desconectados que mi mente no podía procesar al principio. Pero mientras los observaba, las imágenes se volvieron más claras, más familiares. Un acantilado. Una casa. Una tormenta. Mi respiración se agitó al reconocerlos. No era solo un reflejo. Era un recuerdo. Intenté apartarme del espejo, pero mi cuerpo no respondió. Sentí como si algo invisible me sostuviera en su lugar, obligándome a mirar mientras los fragmentos continuaban reproduciendo el evento. La escena en el espejo cambió, esta vez mostrándome a mí mismo de pie en un acantilado, mi rostro cubierto de lágrimas. Frente a mí había una figura que no podía ver con claridad, una mujer cuya silueta era apenas visible entre el caos de la tormenta. Su vestido ondeaba con el viento, y su cabello desordenado cubría parte de su rostro. La reconocí al instante. Era la mujer del cuadro, la misma que había caído.
Podía escuchar su grito, agudo y desgarrador, pero no entendía por qué estaba gritando. No podía ver el peligro, pero sabía que algo estaba allí. Una sombra detrás de ella, moviéndose rápidamente entre los árboles al borde del acantilado. Intenté gritar, advertirle, pero no salió ningún sonido de mi boca. Estaba atrapado, paralizado, observando cómo la escena se desarrollaba.
Entonces, la sombra se abalanzó sobre ella, y pude ver con claridad: era yo. Mi cuerpo, mi rostro, moviéndose con una determinación que no reconocía como propia. Mis manos estaban en su espalda, empujándola hacia el borde. La mujer cayó, su grito se ahogó con el rugido de las olas que chocaban contra las rocas abajo.
Mi cuerpo se tensó mientras la escena en el espejo se repetía una y otra vez, como un bucle infinito. Quise apartarme, pero algo dentro de mí me obligaba a mirar. Entonces, las voces regresaron, no una, sino múltiples, cada una con un tono diferente.
"Nunca has querido verlo, siempre te niegas a aceptarlo" dijo una voz fría y calculadora.
"No fue tu culpa. Tú solo observaste," respondió otra, temblorosa y débil.
"La culpa siempre fue tuya. Siempre lo será," intervino una tercera voz, grave y áspera.
Mi mente parecía dividirse con cada palabra, como si los fragmentos del espejo estuvieran reflejando no solo mi pasado, sino también las facetas de mi psique. Entendí en ese momento que estas voces no eran externas. Eran mías. Cada una representaba una parte de mí que había intentado suprimir durante años. El espejo finalmente dejó de moverse, devolviendo mi reflejo normal. Pero el daño ya estaba hecho. Me levanté, tambaleándome, y mi mirada se dirigió al libro en la mesa. Lo abrí con manos temblorosas, y las páginas comenzaron a llenarse de palabras. Eran frases desconectadas, pero juntas formaban un patrón inquietante.
"El tiempo se detuvo porque tú lo hiciste."
"La casa siempre guarda lo que dejamos atrás."
"Silas, ¿por qué corriste?"
Finalmente, en la última página, apareció algo más. Era un dibujo, uno que me hizo retroceder instintivamente. Mostraba tres figuras en el acantilado: la mujer, la sombra que la perseguía, y un tercer observador, escondido entre los árboles. El observador era difícil de reconocer, pero sabía que era yo. O eso pensé.
Las luces comenzaron a parpadear violentamente, y la habitación se sumió en oscuridad. Podía sentir el reloj en la mesa vibrar, sus tic-tacs volviéndose más irregulares. La voz regresó una última vez, clara y directa, pero más aterradora que nunca.
"El fragmento está roto, pero nunca perdido. Tú eres las piezas, Silas. Tú eres el cazador, la víctima y el observador."
Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo mientras las palabras resonaban en mi mente. El reloj dejó de moverse, y el libro cayó de la mesa, abierto en la página con el dibujo. Pero algo había cambiado. El observador en el dibujo ahora tenía un rostro. Era mi rostro.
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Editado: 08.04.2025