Morada de espejismos.

Capitulo 15

El eco de mis pasos resonaba en el pasillo mientras avanzaba, aunque no estaba seguro de hacia dónde me dirigía. La casa parecía tener una voluntad propia, abriendo caminos que antes no existían y cerrando puertas detrás de mí. Cada rincón parecía susurrar mi nombre, cada sombra parecía alargarse solo para observarme. Fue entonces cuando la sentí. Una presencia. Algo suave, como el roce del viento en una noche cerrada, pero cargado de una energía que me erizó la piel.

Me detuve frente a una puerta que no recordaba haber visto antes. Era vieja, con la madera astillada y carcomida por el tiempo. Dudé por un momento, pero algo más fuerte que mi miedo me obligó a quitar la aldaba y entrar.

La habitación era extrañamente cálida, iluminada por un tenue resplandor que no pude localizar. Había un sillón junto a una ventana cubierta por cortinas pesadas, y en el sillón estaba ella. La mujer del cuadro.

Parecía débil, como si el peso del tiempo hubiera caído sobre ella. Su piel era pálida, y sus ojos, hundidos pero intensos, estaban fijos en mí. Intenté hablar, pero mi voz quedó atrapada en mi garganta. Ella, en cambio, fue quien rompió el silencio.

"Finalmente viniste," dijo, su voz apenas un susurro. "Pensé que nunca lo harías."

Me quedé inmóvil, con el pecho oprimido. Había algo en su tono, una familiaridad que me resultaba desconcertante. No sabía si me conocía o si estaba hablando con alguien más, alguien que había estado aquí antes.

"¿Quién eres?" logré preguntar finalmente.

Ella no respondió de inmediato. Se inclinó hacia adelante, sus manos descansando sobre sus rodillas, como si incluso ese pequeño movimiento fuera un esfuerzo monumental.

"No importa quién soy," dijo al fin. "Lo que importa es quién eres tú. Y lo que has hecho."

Sus palabras me golpearon como una corriente helada. "¿Qué... qué quieres decir?" Apenas podía mantener la voz firme.

"El cazador," murmuró, como si la simple mención del nombre le robara el aliento. "Siempre estuvo aquí. Siempre lo supiste."

Mi mente comenzó a llenarse de imágenes fragmentadas. Recordé el cuadro, su mirada perdida en el horizonte, la figura sombría a su lado y el niño entre ellos. Las piezas comenzaron a encajar de una manera que no quería aceptar. "¿Estoy soñando?" pregunté, pero mi voz sonó más como un ruego.

"Esto no es un sueño," respondió ella, mirándome directamente. "Esto es un recuerdo."

Me acerqué a ella, aunque cada paso parecía hacerse más pesado. Había algo en su mirada que me atraía, que me obligaba a seguir adelante, incluso cuando todo en mí gritaba que me detuviera. Cuando estuve lo suficientemente cerca, pude ver que sus manos temblaban levemente. En una de ellas sostenía un pañuelo manchado de sangre.

"¿Estás herida?" pregunté, inclinándome hacia ella.

Ella negó con la cabeza lentamente, pero no dijo nada más. En lugar de eso, alzó la mano y señaló hacia la ventana. Las cortinas se movieron ligeramente, dejando entrar una corriente de aire frío.

"¿Qué es lo que ves?" preguntó.

Miré hacia afuera, y el paisaje me resultó extrañamente familiar. Era el acantilado. La tormenta se cernía en la distancia, oscureciendo el horizonte, y las olas golpeaban con furia las rocas abajo. Pero algo más captó mi atención. Una figura estaba de pie al borde, mirando hacia el vacío. Aunque estaba lejos, sabía que era yo. Me giré hacia la mujer, con el corazón latiendo con fuerza. "¿Qué es esto? ¿Por qué me estás mostrando esto?"

"Esto no es algo que yo pueda mostrarte," dijo, su voz volviéndose más débil. "Esto es algo que la casa quiere que veas. Algo que siempre estuvo aquí, esperando a que recordaras."

Las sombras en la habitación comenzaron a moverse, alargándose y retorciéndose como si tuvieran vida propia. El aire se volvió más denso, y el olor metálico de la sangre llenó mis fosas nasales. Ella tosió, y el pañuelo que sostenía se empapó de sangre fresca.

"El cazador nunca olvida," dijo entre jadeos. "Y tampoco tú deberías."

"¿Quién es el cazador?" pregunté, mi voz alzándose en un intento desesperado por obtener respuestas.

Ella me miró con tristeza. "Tú ya lo sabes."

Las luces en la habitación parpadearon, y por un momento todo se sumió en oscuridad. Cuando la luz regresó, la mujer ya no estaba en el sillón. La habitación estaba vacía, pero el pañuelo manchado de sangre permanecía en el suelo.

Me incliné para recogerlo, pero en lugar de sangre fresca, lo único que encontré fue polvo. El olor, sin embargo, seguía ahí, impregnando el aire. Me giré hacia la ventana, pero el paisaje había cambiado. Ya no estaba el acantilado, ni la figura en el borde. Solo había un espejo, reflejando mi imagen distorsionada, con ojos que no reconocía como míos.

"El cazador siempre estuvo aquí," susurró una voz detrás de mí. Me giré rápidamente, pero no había nadie.

Y entonces lo entendí. No importaba si la mujer era real, si era un recuerdo o una proyección de la casa. Lo único que importaba era lo que me había dicho, y lo que significaba.

El cazador nunca olvida. ¿Y yo? ¿Yo lo había olvidado? ¿O simplemente me había obligado a hacerlo?




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