Morada de espejismos.

Capitulo 16

El silencio de la casa era ensordecedor, una ausencia total de ruido que hacía que incluso mi respiración sonara como un rugido en mis oídos. Había algo antinatural en esa quietud, como si la casa misma estuviera conteniendo el aliento, esperando el siguiente movimiento. Todo a mi alrededor parecía inmóvil, pero sentía una presencia, una energía que no podía definir pero que me erizaba la piel. Avancé por el pasillo, mis pasos resonando levemente sobre la madera desgastada. Las paredes parecían cerrarse, alargándose como un túnel que me arrastraba hacia un destino que no podía ver. Había algo al final, lo sabía, aunque no tenía idea de qué era. Una fuerza invisible me guiaba, empujándome hacia adelante incluso cuando todo en mí quería retroceder.

Cuando llegué al final del pasillo, una puerta pequeña y aparentemente insignificante me llamó la atención. Su superficie estaba cubierta de marcas profundas, como si alguien hubiera intentado arañarla con desesperación. Mi mano temblorosa alcanzó el pomo y lo giró lentamente. La puerta se abrió con un chirrido agudo, y al otro lado encontré una pequeña habitación, apenas iluminada por una lámpara de pie que parpadeaba erráticamente.

En el centro de la habitación había una mesa vieja, cubierta de polvo y manchas oscuras que preferí no identificar. Encima de la mesa, vi un sobre. Su color amarillo sucio lo hacía destacar contra el fondo lúgubre. El sobre estaba cerrado, pero no sellado, y no tenía ningún destinatario ni remitente. Su simple presencia me llenó de una sensación de inquietud que no podía explicar.

Extendí la mano y lo tomé. Era más pesado de lo que esperaba, como si el papel estuviera impregnado de algo más que tinta. Mi mente se debatía entre abrirlo o dejarlo donde estaba, pero sabía que no podía ignorarlo. Algo en mi interior, una curiosidad oscura y persistente, me obligaba a saber qué contenía.

Con cuidado, deslicé el dedo por el borde del sobre y saqué una hoja de papel doblada. Al desplegarla, me encontré con una caligrafía familiar, aunque no podía recordar de dónde la conocía. Las primeras palabras me hicieron contener el aliento:

"Para ti, Silas."

La carta no era extensa, pero cada línea parecía cargar un peso que me aplastaba a medida que la leía. Decía:

"Sabía que eventualmente regresarias. Siempre lo haces. Esto no es una advertencia, ni una amenaza. Es un recordatorio. El cazador nunca deja de buscar, y tú nunca has dejado de correr. Pero el tiempo se agota, Silas. Sabes lo que hiciste. Sabes quién eres. Esta casa lo sabe también. Siempre lo ha sabido. Las paredes lo recuerdan, los pasillos lo susurran. No puedes esconderte para siempre. Lo que ocurrió aquí, ocurrió porque tenía que ocurrir. Y el cazador... él siempre encuentra a su presa.

Nos vemos pronto."

Las palabras parecían respirar en el papel, como si el peso de su significado no pudiera contenerse en los trazos de tinta. Me quedé mirando la hoja, esperando que algo más se revelara, pero la habitación parecía haberse detenido por completo. Solo el sonido irregular de la lámpara parpadeando rompía el silencio. Al terminar de leer, algo en mi mente se rompió. Como un dique que cede ante una inundación, los recuerdos comenzaron a regresar en fragmentos. Imágenes que no quería ver, escenas que había enterrado en los rincones más oscuros de mi conciencia.

Me vi de pie en el mismo pasillo, pero parecía diferente. Más joven, tal vez. Había sangre en mis manos, goteando sobre el suelo. Una sombra avanzaba detrás de mí, alargando sus brazos hacia mí, pero cuando me giré, no había nadie. La mujer del cuadro estaba allí, mirándome con una mezcla de miedo y tristeza, sus labios moviéndose sin emitir sonido.

Entonces, vi la figura. La misma que había visto desde el principio. Alta, con una postura imponente, y ojos que brillaban con una ferocidad inhumana. El cazador. Era yo, pero no lo era. Éramos la misma persona, pero también éramos completamente diferentes.

La habitación comenzó a oscurecerse, las sombras creciendo y retorciéndose como si tuvieran vida propia. El aire se volvió denso, sofocante, y el olor metálico de la sangre llenó mis fosas nasales. Intenté retroceder, pero mis pies no respondieron. Sentí que algo se movía detrás de mí, pero no tuve el valor de girarme. La voz llegó primero, un susurro bajo que parecía surgir de todas partes a la vez.

"Silas. Siempre supiste que este momento llegaría."

Giré la cabeza lentamente, y allí estaba. Una sombra con forma humana, sus contornos oscilando como humo en el aire. Sus ojos, si es que se podían llamar así, eran pozos oscuros que parecían absorber toda la luz de la habitación.

"¿Quién eres?" pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

"Soy tú. El verdadero tú. El que siempre has sido, aunque intentaste enterrarlo."

La sombra dio un paso hacia adelante, y con cada movimiento, las paredes parecían cerrar la distancia entre nosotros. Podía sentir su presencia en mi mente, escarbando en mis pensamientos, exponiendo recuerdos que no quería enfrentar.

"El tiempo se agota, Silas," dijo, extendiendo una mano hacia mí. Sus dedos eran largos, demasiado largos, y parecían fundirse con la oscuridad que lo rodeaba.
"No puedes escapar de lo que eres. No puedes escapar del cazador."

Con un último esfuerzo, corrí hacia la puerta, dejando caer la carta al suelo. Pero cuando llegué al pasillo, las luces parpadearon violentamente y todo quedó en tinieblas. Antes de que pudiera avanzar un paso más, sentí un peso en mi pecho, como si algo invisible me empujara hacia atrás.

La voz de la sombra resonó una vez más, ahora más clara y fuerte que antes.
"Nos vemos pronto, Silas. Esta vez, no correrás."




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