Morada de espejismos.

Capitulo 19

El sonido de los pasos se iba haciendo cada vez más fuerte, como si al rebotar en las paredes se amplificara. Era rítmico, pesado, y cargado de una amenaza que hacía que mi corazón latiera con fuerza descontrolada. Por un momento, pensé que podría ser mi propio eco; quizás estaba tan alterado que mi mente comenzaba a jugarme trucos. Pero a medida que avanzaba, me era cada vez más claro. Los pasos estaban detrás de mí, firmes y persistentes, acercándose cada vez más.

El pasillo parecía estirarse frente a mí, alargándose como si nunca fuera a llegar a su fin. Las sombras proyectadas por las lámparas parpadeantes parecían cobrar vida, moviéndose de una manera que era imposible de ignorar. Mi respiración se agitaba mientras intentaba pensar, pero cada vez que trataba de detenerme, el sonido de los pasos me empujaba hacia adelante. Algo me perseguía, algo que no quería que me alcanzara.

En medio del caos, una puerta apareció en mi campo de visión, casi como si se hubiera materializado de la nada. Estaba parcialmente entreabierta, su marco cubierto de polvo, y su presencia parecía ser una salida. No había tiempo para pensar. Corrí hacia ella, mis pies golpeando el suelo con fuerza, y la empujé de golpe.

Cuando crucé el umbral, el sonido de los pasos desapareció. Todo quedó en silencio. Me giré rápidamente para mirar hacia atrás, esperando ver algo—o alguien—pero el pasillo estaba vacío. La puerta se cerró detrás de mí con un chirrido pesado, y por un momento el alivio llenó mi cuerpo. Pero no duró mucho.

Cuando volví la vista al frente, me di cuenta de que estaba en un lugar completamente diferente. La habitación era mucho más grande que cualquier otra que había visto en la casa, y las paredes estaban cubiertas de estanterías repletas de libros polvorientos. Era una biblioteca.

El ambiente era opresivo, pero no por el espacio en sí. Había algo en la atmósfera, una quietud inquietante que parecía observarme, como si las paredes mismas estuvieran atentas a cada uno de mis movimientos. La luz provenía de una lámpara colgante en el centro de la habitación, su brillo cálido iluminando las estanterías pero dejando los rincones en completa oscuridad.

Me acerqué lentamente a una de las estanterías, pasando los dedos por los lomos de los libros, sintiendo el polvo que cubría cada uno de ellos. Algunos títulos estaban borrados por el tiempo, mientras que otros parecían estar escritos en idiomas que no podía entender. Pero entonces, mi mirada se detuvo en un libro que parecía diferente. Su cubierta era negra, lisa, sin título ni marcas. Era el único en toda la estantería que parecía intacto, como si el tiempo no lo hubiera tocado.

Extendí la mano y lo tomé. Era más pesado de lo que esperaba, y su superficie estaba fría, como si acabara de salir de un lugar congelado. Lo abrí lentamente, y en la primera página encontré un título escrito con una caligrafía elegante pero inquietante:
"El Cazador."

Las páginas estaban llenas de texto y dibujos, cada uno más perturbador que el anterior. El libro narraba la historia de un hombre que había dedicado su vida a la cacería, pero no de animales. Las palabras eran precisas, casi clínicas, describiendo cómo el cazador estudiaba a sus presas, observándolas durante días, semanas, incluso meses, antes de hacer su movimiento. Los dibujos eran igual de perturbadores, mostrando figuras humanas en posiciones de súplica, con sombras oscuras acechándolas desde los bordes de la página.

Había algo en el texto que me resultaba familiar. A medida que leía, comenzaron a aparecer detalles que resonaban en mi mente como un eco distante. Lugares, eventos, incluso nombres que no podía recordar claramente pero que despertaban algo en mí, una sensación de reconocimiento que no quería enfrentar.

Mientras seguía leyendo, los susurros comenzaron a llenar la habitación. Al principio eran suaves, como el murmullo de hojas movidas por el viento. Pero pronto se hicieron más fuertes, más claros.

"Silas, ¿por qué corres?"

"Sabes que de mi no puedes esconderte."

Levanté la vista del libro, buscando la fuente de los susurros, pero no había nadie allí. Intenté ignorarlos y seguir leyendo, pero las palabras en el papel comenzaron a cambiar. Las líneas del texto se movían y se reorganizaban, formando frases que no estaban allí antes.

"Silas, tú conoces esta historia. Tú la escribiste."

Solté el manuscrito de golpe, dejando que cayera al suelo. Las luces de la lámpara comenzaron a parpadear, y las sombras en los rincones comenzaron a moverse. Por un momento, pensé que veía figuras humanas formándose entre las estanterías, pero cuando parpadeé, desaparecieron.

Me agaché para recoger el libro, y cuando lo abrí nuevamente, había algo diferente en la última página. Un dibujo ocupaba todo el espacio, mostrando tres figuras: un hombre, una mujer, y un niño. Estaban de pie frente a una casa que reconocí de inmediato. Era esta casa.

El hombre tenía algo en sus manos, pero el dibujo no era claro. Parecía un rifle, aunque también podría haber sido un cuchillo. La mujer estaba sonriendo, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas. El niño estaba mirando hacia abajo, sus manos cubiertas de algo que parecía sangre.

Debajo del dibujo, había una frase escrita en una caligrafía apresurada:
"El cazador nunca olvida, y tú tampoco deberías."

Las sombras se movieron de nuevo, esta vez más rápido, como si se estuvieran acercando a mí. La lámpara colgante comenzó a oscilar, proyectando luces y sombras en las paredes que parecían cobrar vida. Y entonces, lo escuché de nuevo. Los pasos. Estaban aquí, dentro de la biblioteca, acercándose desde todas las direcciones.

Intenté correr hacia la puerta, pero no pude encontrarla. Las estanterías se cerraban a mi alrededor, como si la habitación misma estuviera cambiando su forma. Me giré hacia el libro, buscando algo que pudiera ayudarme, pero ya no estaba en el suelo. Desapareció.




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