No se trata de si van a derribarte, se trata de si vas a levantarte cuando lo hagan.
Esa frase, justo ahí, al principio de la pizarra, me hacía hervir la sangre. Qué fácil parecía todo cuando estaba escrito con letras prolijas y se quedaba quieto en el papel, incapaz de enfrentarse a la vida real. Quise reírme de su ironía, de su optimismo maldito, pero lo único que logré fue sentirme más pesada, como si las palabras se convirtieran en un peso sobre mis hombros.
"Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento", decía Eleanor Roosevelt.
Pero yo no había consentido esto. No había firmado ningún contrato para convertirme en el blanco de las burlas, en la presa fácil de miradas burlonas y comentarios venenosos. Entonces, ¿por qué me sentía así, como si fuera mi culpa?
Apoyé los brazos sobre la baranda del primer piso y dejé que mi mirada se perdiera entre el grupo de alumnos que se congregaba en los escalones del patio. Jugueteé con mis dedos, un intento vano de distraerme, mientras mis ojos analizaban a los demás como si fueran piezas de un rompecabezas que no podía armar.
¿Qué habían hecho ellos para encajar?
¿Había algo que yo no sabía, una fórmula secreta, un hechizo que me hiciera invisible o, mejor aún, aceptada?
Morado y verde. Los colores de sus mochilas, de sus accesorios, del pequeño logotipo bordado en las sudaderas que compartían. No eran colores particularmente amenazantes, pero a mí me provocaban un vacío en el estómago. Porque no representaban amistad, al menos no para mí. Representaban los empujones en el pasillo, los murmullos ahogados que morían en carcajadas cuando pasaba, las miradas que me perseguían aunque tratara de ignorarlas.
Mis ojos se detuvieron en Devon. Era el único que parecía fuera de lugar, al menos para mí. Su risa era genuina, ligera. Se inclinaba hacia Thomas, dejando que las palabras lo arrastraran en una conversación que yo sabía que no era tan inocente como parecía.
Desde lejos, todos ellos parecían normales. Como si fueran simplemente adolescentes, disfrutando de un momento de camaradería. Pero yo sabía la verdad. Mi cuerpo la sabía. Mis recuerdos la sabían.
Quise apartar la mirada, alejarme de ese espectáculo que parecía tan mundano y que, sin embargo, contenía todo el peso de mi mundo. Me coloqué la capucha de la campera y conecté mis auriculares, buscando refugio en la música, en algo que llenara el vacío de mis pensamientos. Pero antes de que la primera nota pudiera empezar, lo sentí.
Elevé la mirada por un segundo y ahí estaba Thomas, observándome. Sonrió. No fue una sonrisa amable, ni siquiera una que pudiera malinterpretarse como algo casual. Fue una sonrisa cargada de intención, de algo oscuro que se escondía detrás de su aparente normalidad.
Mi auricular izquierdo cayó de mi hombro, y antes de que pudiera levantarlo, lo sentí.
El aliento cálido de alguien susurrando en mi oído.
—Hola, Tessa.
El tono de burla era inconfundible.
Lucian.
Mi cuerpo se tensó automáticamente. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, no de emoción, sino de puro instinto de supervivencia. Quise girarme, verlo a la cara, pero no podía. Mis pies parecían clavados al suelo, y el peso de su voz me mantenía prisionera.
—¿Nada que decir? —continuó, su voz apenas un murmullo. Su cercanía era opresiva, su presencia, un recordatorio de que no había lugar en este edificio donde pudiera sentirme segura.
Haz algo. Dilo.
Pero las palabras no salieron.
—Eres tan predecible, Tessa. —Rió suavemente, el sonido más cruel que había escuchado en mi vida. Parecía disfrutar mi incomodidad, el leve temblor de mis manos mientras intentaba agarrar el auricular.
Mis ojos buscaron a Devon, una última vez. Como si pudiera leer mi mente, como si pudiera ver lo que estaba ocurriendo desde lejos. Pero él seguía allí, lanzando una carcajada más ante alguna broma de Thomas, completamente ajeno.
—¿Estás buscando a alguien que te ayude? —preguntó Lucian, adivinando mis pensamientos.
Finalmente me giré hacia él, aunque fuera solo un poco. Quería que viera algo en mis ojos, cualquier cosa que le hiciera retroceder. Pero en lugar de eso, lo único que encontré fue su mirada divertida, su satisfacción al verme tan pequeña.
"Qué maravilloso es que nadie tenga que esperar ni un segundo para empezar a mejorar el mundo."
Las palabras de Ana Frank me cruzaron como un relámpago, pero se sintieron vacías, como si no fueran para mí, como si no tuvieran el poder de cambiar nada. Porque en ese momento, no podía hacer nada.
Lucian inclinó la cabeza, sonriendo de esa manera que siempre hacía cuando sabía que tenía el control.
—Nos vemos luego, Tessa. Esto apenas empieza.
Y con eso, se alejó, dejándome con las piernas temblorosas y el aire atrapado en mis pulmones.
Me quedé ahí, mirando el vacío, mientras las frases de la pizarra seguían repitiéndose en mi cabeza. Quise creer en ellas, en la fuerza que prometían, pero no pude. Porque en el fondo, sabía que no se trataba solo de levantarse.
Se trataba de aprender a sobrevivir las caídas.
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Editado: 20.03.2025