—Oye, espera.
La voz de Devon detuvo mi apresurada caminata hacia el baño. No era autoritaria, pero tenía algo que hacía imposible ignorarla. Era el tipo de voz que te hacía sentir vulnerable, como si al detenerte estuvieras cediendo terreno en una guerra que ni siquiera sabías que estabas librando.
Desde el momento en que esas palabras escaparon de mi boca sin mi permiso, el timbre del final de la clase había sonado como una señal de emergencia, dándome la oportunidad de huir. Tomé mis cosas con una rapidez casi desesperada y salí del aula como si estuviera escapando de un incendio.
Y en cierto modo, lo estaba.
La vergüenza me envolvía como una manta pesada, y lo peor era que ni siquiera sabía por qué.
Cuando finalmente me giré, lo vi. Devon me observaba con una intensidad que me hizo retroceder un paso sin darme cuenta. Su mirada tenía el poder de dejarme expuesta, de desarmar cada una de mis defensas, aunque él no lo supiera.
Mis mejillas comenzaron a arder, y mi instinto fue apartar la vista. Lo único que pude hacer fue mirar el suelo, deseando que se abriera y me tragara.
—¿Qué quieres? —murmuré, intentando sonar indiferente.
Lo sentí sonreír. Era como si disfrutara de mi incomodidad, como si le fascinara analizar mis reacciones.
—Pues hablar contigo sobre el trabajo.
Me removí, incómoda bajo su escrutinio.
—Pinta lo que quieras de mí. —Las palabras salieron apresuradas, casi atropellándose unas a otras—. Diré que es cierto. En cuanto a la pintura en conjunto, luego veremos qué hacer.
Su ceño se frunció, y aunque intenté no mirarlo, podía sentir la desaprobación en cada línea de su rostro.
—¿Y qué pintarás tú sobre mí? —preguntó, con una calma que me puso nerviosa.
—Algo se me ocurrirá. —Me encogí de hombros, fingiendo una indiferencia que claramente no tenía—. Tú solo di que es cierto y ya.
Su silencio era más pesado que cualquier palabra. Sentí el impulso de huir nuevamente, pero mis piernas parecían enraizadas al suelo.
—No.
Mi mirada se levantó de golpe, sorprendida por su respuesta.
—¿D-disculpa?
—Dije que no. —Su voz era firme, inquebrantable. Cruzó los brazos sobre su pecho, y una sonrisa apareció en sus labios, desafiándome a replicar.
—Quiero pintar algo real.
Un nudo comenzó a formarse en mi estómago. Sentí que la sangre me abandonaba el rostro, dejándome pálida y fría.
—Y tú tienes algo que quiero pintar. —Su mirada se clavó en mí, inquisitiva, buscando algo que ni siquiera yo sabía que tenía—. Aunque todavía no puedo descubrir qué es.
Retrocedí un paso, tratando de poner distancia entre ambos.
—Puedes pintar lo que sea, no me importa. No será necesario pasar tiempo juntos, de verdad. —Mi tono era suplicante, casi desesperado—. Por favor.
—¿Es que no te agrado o qué?
Su pregunta me dejó sin aire.
¿No agradarme? Si tan solo supiera... Las veces que mis pensamientos volvían a él sin razón aparente, cómo mi corazón parecía acelerarse con cada interacción, o las noches en que su rostro aparecía en mis sueños.
No, claro que no era eso.
—No es eso.
—¿Entonces? —Su voz era más seria esta vez, como si no aceptara evasivas.
Abrí la boca para responder, pero algo detrás de él captó mi atención. El pánico se apoderó de mí al reconocer las figuras de Sara y Kayla acercándose.
Mis nervios explotaron como una bomba.
—¿Tess?
—Sí. —Mi respuesta fue frenética, cortante. Devon me observó, claramente confundido, pero yo no tenía tiempo para explicaciones—. Lo haremos juntos. Luego te veo.
No esperé su respuesta. Me giré rápidamente y caminé hacia el baño con pasos cada vez más apresurados.
***
El cubículo era pequeño, claustrofóbico, pero al menos me hacía sentir a salvo. Subí los pies al inodoro, abrazándolos contra mi pecho, tratando de hacerme invisible.
—¿Por qué actúas como frenética? —La voz de Kayla resonó en el baño, haciendo que mi corazón diera un vuelco.
—Sé que estás aquí. —Esta vez fue Sara.
El primer golpe contra la puerta me hizo saltar.
—¡Sal!
No tenía opción. Si no salía por mi cuenta, lo harían ellas, y sería peor. Con manos temblorosas, quité el seguro y abrí la puerta lentamente. Sara estaba ahí, su mirada afilada como un cuchillo.
Sin previo aviso, me agarró de la camisa y me sacó del cubículo con brusquedad. Mis manos intentaron amortiguar la caída, pero un dolor agudo atravesó mi muñeca, arrancándome un quejido.
—Veo que ignoraste completamente mi advertencia.
Kayla se mantuvo en silencio, como siempre. Su mirada era una mezcla de culpa y resignación, pero jamás hacía nada. Nunca.
—Tú y yo habíamos quedado en que no te acercarías a Devon. —Sara me miró con desprecio, su voz llena de veneno.
—¿Devon? —La confusión de Kayla era evidente—. ¿Qué ocurre con él?
—Esta mosca muerta está detrás de él. —La sonrisa de Sara era cruel, casi satisfecha.
Me mordí el labio, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse.
—Y no quiero que te lastimen. Sé que estás enamorada de él. Solo quiero protegerte.
Mentira.
Todo lo que hacía era una maldita mentira.
Un tirón en mi cabello me obligó a levantar la cabeza, encontrándome cara a cara con Sara.
—Un pajarito me contó que harás un trabajo con él. ¿Es eso cierto?
Intenté zafarme, pero su agarre era firme.
—Res-pon-de.
—Nuestra profesora nos puso en el mismo equipo. —Las palabras salieron con dificultad, el miedo empañando cada sílaba—Ahora déjame en paz.
Intenté pasar a su lado, pero un golpe en mi costado me dejó sin aire. Caí al suelo, abrazándome el abdomen mientras el dolor se expandía por mi cuerpo.
—No intentes jugar a la valiente conmigo.
Sara volvió a tomar mi cabello, arrastrándome de nuevo.
—Dame el celular. —Le ordenó a Kayla, quien vaciló antes de obedecer.
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Editado: 20.03.2025