Dejé el vaso sobre la mesada e incliné la cabeza hacia atrás, permitiendo que la pastilla recorriera mi garganta con dificultad. El sabor amargo persistía, como un eco de los últimos días. Los fuertes dolores de cabeza no cesaban, y según mi madre, eran consecuencia del estrés acumulado. Quizás tenía razón, aunque yo sentía que eran más bien un recordatorio físico de las cicatrices emocionales que cargaba.
En cuanto al colegio, seguía sin asistir. No porque no pudiera, sino porque simplemente no me sentía lista para enfrentar esas miradas, esos murmullos que sabía estarían esperándome. Según Ben, la expulsión de Lucian y los demás había causado un revuelo que no daba tregua.
Todos hablaban de ello.
"Mamá y papá están completamente decepcionados de Sara", me escribió Ben anoche, durante una conversación que se alargó más de lo usual. "Mis padres la regañaron y no pueden entender cómo fue capaz de hacer todo lo que hizo, todo lo que me hizo. Papá la obligará a asistir a un colegio militar. Y ya sabes cómo son allí. Aún así, ella jamás se disculpó."
Leí sus mensajes varias veces, incapaz de procesarlo del todo. Sara, la misma Sara que parecía intocable, enfrentaría algo tan estricto como un colegio militar. ¿Era suficiente? Quizás nunca lo sería.
Suspiré y apoyé la cadera contra la encimera, masajeando mis sienes mientras mis ojos se desviaban hacia las cajas junto a la entrada de la cocina. Algunas estaban cerradas, selladas con cinta adhesiva; otras, a medio llenar, como si reflejaran mi propia indecisión.
—Así que es hoy, ¿eh? —La voz de mamá rompió el silencio mientras entraba cargando una caja pesada. Su esfuerzo era evidente en su respiración.
Me apresuré a ayudarla, levantando la caja desde el otro extremo. La colocamos sobre las demás y me enderecé, sacudiendo las manos.
—Sí —respondí, haciendo una mueca—. Es hoy.
Ella me miró con una mezcla de comprensión y preocupación.
—¿Estás preparada?
Las palabras me pesaron. Dudé antes de responder:
—No lo sé. Con todo lo que ha pasado... si le sumamos esto, siento que es demasiada presión.
Mamá dejó la caja a un lado y se acercó, tomando mis brazos con suavidad. Me atrajo hacia ella, fundiéndonos en un abrazo cálido, uno de esos que parecían contener el mundo entero.
—Podrás hacerlo —me aseguró, con la firmeza que solo una madre puede transmitir—. Llegado a este punto, pienso que no hay nada que no puedas enfrentar.
Cerré los ojos y descansé la cabeza en su hombro. Por un momento, quise creerle.
—¿Estarán allí cuando todo termine? —pregunté en un susurro.
Se apartó ligeramente, lo suficiente para mirarme mientras apartaba un mechón de cabello de mi rostro y lo acomodaba detrás de mi oreja.
—Tu padre y yo estaremos en el auto, como nos pediste —me sonrió con ternura—. ¿Ya hablaste con tus amigos?
Sentí una punzada de incomodidad al recordar que no lo había hecho.
—No. Pensaba hacerlo después de la presentación.
Mamá asintió con comprensión, aunque no dijo nada más al respecto. Simplemente volvió a sus tareas, dándome el espacio que necesitaba para procesar lo que estaba por venir.
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Y así, el día continuó, llevando consigo una mezcla de nerviosismo, recuerdos y resoluciones. Todo parecía fluir hacia un punto de no retorno. Frente a las puertas del colegio, los años que pasé allí se sentían como una vida pasada. La entrada, que alguna vez me pareció familiar, ahora me resultaba ajena.
A mi lado, Devon permanecía en silencio, su presencia firme como un ancla. Observé el cuadro cubierto que sostenía con cuidado y no pude evitar recordar nuestras conversaciones, nuestras batallas compartidas.
—Tal como la primera vez —comentó, rompiendo el silencio.
Su voz tenía un tono calmado, pero sus palabras resonaron profundamente.
—Estoy aquí. No te abandonaré. Haremos esto juntos, como siempre.
Lo miré y asentí, sintiendo un poco de esa seguridad que él siempre parecía transmitir.
—Juntos.
—Sí, tú y yo.
Me permití una sonrisa pequeña mientras nuestras miradas se cruzaban. Por un momento, el caos en mi mente se desvaneció.
Al ingresar al colegio, los pasillos bullían de actividad. Miradas curiosas, conversaciones apresuradas. Y entonces, a lo lejos, la vi: Kayla. Su mirada se encontró con la mía solo por un segundo antes de desviarse al suelo. Sin decir nada, se marchó, desapareciendo entre la multitud.
—Fue sancionada —murmuró Devon, siguiendo mi línea de visión—. Pero fue ella quien entregó el celular de Lucian y Sara al director.
Parpadeé, sorprendida. No lo esperaba, pero algo en mi interior se suavizó al saberlo.
Y entonces, el anuncio.
"Se solicita que los alumnos se dirijan hacia el auditorio para dar comienzo con los proyectos escolares."
Era el momento.
Devon, siempre atento, tomó mi mano un instante, dándome el último empujón que necesitaba.
—Vamos—Desvié la mirada nuevamente hacia el edificio e inhalé profundamente — Jamie tiene la otra pintura en el auto. Él se encargará de llevarla — Asentí — ¿Entramos?
— Está bien.
A llegar localicé a Ben, sentado junto a Jamie y el resto de la familia Walker.
Sonreí levemente hacia ellos y luego de brindar un saludo general, tomé, con cuidado de no arruinar los cuadros, asiento en el único lugar vacío. Entre Devon y su hermana.
— Soy Maxine, tú debes ser Tessa — Susurró ella con una sonrisa.
Estrechamos manos— Un gusto.
—¿Te ha gustado? — Fruncí el ceño y ella se apresuró a señalar mi muñeca izquierda — La pulsera.
Oh.
—Me encantado.
Max suspiró aliviada —Me alegra — Rascó su ceja izquierda — Devon insistió en que debía ser perfecta. Ya sabes, algo perfecto para algo que consideramos perfecto. Eso siempre nos lo dijo mamá.
Mis mejillas se sonrojaron y aún más, al voltear y ser testigo de como Devon miraba mal a su hermana.
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Editado: 20.03.2025