— ¿Emocionada? — Leah preguntó sin dejar de observar la entrada al edificio en donde estaba siendo la exposición.
Me encogí de hombros, observando los delicados trazos dorados de las letras que formaban el nombre en el cartel.
"Pasiones y Pinceles"
En parte estaba emocionada. El arte siempre había sido mi pasión, así que, algo de emoción había.
Pero...
¿Por qué no me sentía completamente tranquila?
Mi mente voló a James. A sus palabras dirigidas hacia mí.
¿En serio él creía que no volvería? ¿Acaso el veía algo que yo me negaba a admitir?
Suspiré, llevando mis manos a mi abrigo, como si de alguna manera esa acción me consolara de alguna manera.
— Lo estoy — La observé con una media sonrisa — Gracias por esto.
Ella correspondió mi sonrisa y fregó sus manos con entusiasmo. Y de alguna manera, me sentí contagiada de eso.
— Entonces no esperemos más. Entremos.
Asentí. Y juntas ingresamos al edificio.
Mi boca se abrió de sorpresa al observar tanta belleza. No solo por las pinturas sino por el mismo edificio en sí. Desde el exterior parecía un establecimiento bastante aburrido, pero por dentro...
Por dentro era otra cosa.
La madera dorada, sutil y brillante decoraba los suelos. Las paredes blancas, repletas de cuadros colgando, le daba el toque rústico y atrapante que una galería de arte debería tener.
En el centro del pasillo, había una figura armada de acero dorado. Era como una especie de ángel, pero sin llegar a serlo aún. Intuí que se trataba de lo que sería en un futuro un ángel precioso. Pero aún no lo lograba.
— Buenas noches, damas y caballeros... — Ambas giramos hacia un hombre con bigote y cabello largo, situado en un pequeño escenario. Vestía un esmoquin verde oscuro y una corbata dorada en tonos oscuros.
— Linda combinación — Susurró Leah, con una facción disgustada.
—Qué puedo decir. Cosas de artistas.
— Ya — Comentó repasando el lugar para luego detenerse en el hombre frente a nosotras — Aun así, opino que debería recibir un curso de cómo combinar los colores de sus ropas.
Negué con una sonrisa y me dispuse a seguir escuchando el relato del hombre.
— Mi nombre es Bruno Stolen y me siento muy honrado de que muchos de ustedes hayan asistido a esta exposición, que con tanto esmero hemos preparado — Sonrió hacia todos — Quiero agradecer a la Universidad de arte de Michigan, quien hizo posible este proyecto... — Inclinó su cabeza hacia un grupo de personas, quienes parecían ser los directivos de la universidad — También me gustaría mencionar, que en esta exposición no solo se expondrán mis obras, sino que también, mis alumnos más avanzados, les darán un pequeño pantallazo de los nuevos artistas que comenzaran a nacer a partir de ahora — La gente a nuestro alrededor aplaudió levemente — Esperamos que disfruten y puedan sentir nuestras emociones retratadas a través de los pinceles. Que gocen de esta noche maravillosa.
Nuevamente los aplausos llenaron el lugar.
Junto a Leah recorrimos los pasillos, admirando los diferentes retratos. Eran preciosos.
—Probablemente es porque no es lo mío, pero ¿Cómo pueden dos líneas paralelas ser una gran muestra de arte? — Se preguntó Leah, admirando el lienzo — Es decir, yo también podría pintar, salpicar o lo que ustedes hagan y ya sería una gran obra maestra.
— Es más sobre retratar emociones, algo tan abstracto que no es posible explicarlo en palabras — Observé las líneas con fijeza — Por ejemplo, a mí me trasmite soledad. Ambas líneas están distantes entre sí, lo que me lleva a pensar que el aislamiento entre ellas, no es por querer, pero esa separación duele. Supongo que en algún punto esperan juntarse, aunque jamás suceda.
Leah silbó — Sí que tienes talento — Suspiró derrotada — Yo sigo viendo un par de líneas — Acomodó su saco —Iré al baño o me mearé aquí y sí que eso será una obra de arte... — Reí ante eso — No tardo.
La observé marcharse, para luego comenzar a recorrer el pasillo con lentitud.
Los murmullos a mi alrededor se difuminaban mientras mis pasos resonaban sobre el suelo de madera pulida. La luz tenue de la galería iluminaba los cuadros colgados en las paredes, cada uno contando una historia que solo su autor entendía por completo.
Fruncí el ceño al ver cómo la gente se dirigía hacia una dirección al final del pasillo. Era como si algo llamara su atención, lo cual también hizo conmigo.
Con curiosidad me dirigí hacia donde las personas se aglomeraban y fue en ese instante en que mi respiración se volvió errática. Cuando mis ojos se posaron en una pintura en particular.
Un rostro. Con pequeños destellos cruzando su rostro. Cinco destellos. Era una joven, con el mismo cabello que el mío, con las mismas facciones, con...
Esos destellos eran mis lunares.
Era mi pintura.
No podía ser.
Avancé con cautela, sintiendo el corazón martillar contra mis costillas. En el centro de la galería, destacando sobre todas las demás obras, estaba mi rostro plasmado en un lienzo enorme.
Era yo. Pero no la versión que había visto cada mañana en el espejo, esa que antes había aprendido a odiar y a esconder bajo capas de ropa y miedo. No.
Esta versión era distinta.
Mis ojos tenían un brillo que apenas reconocía, mi cabello se esparcía con libertad sobre mis hombros y el fondo… el fondo era morado y verde, entrelazados en una mezcla caótica pero armoniosa, como si ambos colores hubieran sido destinados a coexistir.
Como si la pintura lo supiera.
Y al final, en el costado derecho, una firma. O más bien, dos letras.
D.W
Mis labios se separaron ligeramente, pero no encontré palabras. Todo mi cuerpo se estremeció cuando una voz grave y familiar rompió el silencio a mis espaldas.
—No pensé que vendrías.
Cerré los ojos con fuerza.
Esa voz.
Era como si el tiempo retrocediera y me encontrara nuevamente en los pasillos del colegio, en las tardes de conversaciones a media luz, en las miradas que hablaban más que nuestras bocas.
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Editado: 20.03.2025