Kyle tardó un poco más de lo normal con el café, pero no me molestó. Alicia estaba ocupada reorganizando servilletas por nervios y yo… bueno, yo estaba dibujando un gato en una servilleta. Según yo era un gato. Parecía un murciélago deprimido, pero igual me hacía gracia.
La campanita de la puerta sonó otra vez.
No levanté la vista al principio.
Hasta que escuché pasos firmes, tranquilos, casi silenciosos.
Y una voz suave diciendo:
—¿Puedo sentarme en esa mesa de allá?
No sé por qué, pero eso hizo que levantara la cabeza.
Y ahí estaba él.
Un chico alto, moreno, de cabello negro ligeramente desordenado, ojos tan oscuros que parecían profundos. No intimidantes… solo intensos, como si notaran más cosas que los demás.
Se veía fuerte, de esos que solo existen para que el universo diga: “sí, la genética a veces se pasa”.
Kyle le indicó una mesa al fondo, pero antes de irse, el chico —que más tarde sabría que se llamaba Kael— desvió la mirada hacia mí.
No fue una mirada larga.
Pero fue suficiente para que mi cerebro dijera: ah, ok, hoy vimos a alguien muy bonito, gracias universo.
Alicia me dio un codazo.
—Elena —susurró—. Te está mirando.
—¿Quién? —dije yo, aunque sabía perfectamente a quién se refería.
—El chiquillo guapo.
—Alicia… todos te parecen guapos cuando estás nerviosa —respondí, pero igual me eché el pelo hacia atrás como si fuera algo que hacía siempre.
Kael tomó asiento, pero no dejó de mirar un segundo más hacia nuestro lado. No de manera rara… solo curiosa. Como cuando algo llama tu atención sin querer.
Kyle trajo nuestros pedidos, y el chocolate de Alicia quedó tan bonito que parecía una obra de arte minimalista.
—¿Y ese quién es? —preguntó Kyle, mirando discretamente hacia Kael.
—Ni idea —respondí.
—Parece recién mudado. Ha venido dos veces desde ayer.
Alicia abrió los ojos.
—¿Vienes mucho?
Kyle se rió.
—Trabajo aquí, Ali. Es diferente.
Alicia se hundió en la silla, roja.
Yo tomé un sorbo de mi latte y miré hacia Kael otra vez. Y esta vez, me sorprendió verlo también tomando su café… pero aún mirándome, como si intentara leerme el alma o algo parecido.
Pero lo raro fue que no me incomodó.
Era más como… interesante.
—Va, ve a hablarle —susurró Alicia.
—¿Ya empezaste? —Yo me reí—. Apenas es el primer día de vacaciones, cálmate.
—Pero míralo… se te está derritiendo.
—El que se está derritiendo es tu chocolate —le señalé.
En ese momento, Kael se levantó con su café en la mano para agregar azúcar. Pasó justo por nuestra mesa.
Y cuando pasó, se detuvo.
Miró mi servilleta con el gato-murciélago horrible y dijo:
—Me gusta. Aunque creo que tiene sentimientos complicados.
Me reí, sorprendida.
—No sé dibujar gatos.
—No son gatos —dijo él muy serio—. Solo espíritus confundidos.
—¿Qué? —pregunté entre risas.
—Broma —agregó Kael finalmente, sonriendo por primera vez.
Una sonrisa cálida.
De las que te sorprenden.
—Soy Kael —dijo.
—Elena. Y ella es Alicia —presenté.
Alicia levantó la mano tímidamente, como si estuviera en clase.
Kael asintió.
—Bonito nombre —me dijo. No supe si se refería al mío o al de mi amiga.
Pero por cómo lo dijo… sentí que era el mío.
Se fue de vuelta a su mesa.
Alicia me agarró del brazo en cuanto él dio la espalda.
—¡ELENA!
—¿Qué? Solo fue amable.
—¡No! Fue… fue… —ella agitó las manos—. Eso fue una escena de novela romántica.
Me encogí de hombros, aunque no podía negar que algo en mí sí se había movido un poquitico.
No enamoramiento.
No electricidad.
Solo…
Interés.
Curiosidad.
Y un “qué bonito muchacho” muy natural.
Cuando Kael salió, se despidió con un gesto y una sonrisa que parecía guardada solo para nosotras.
O bueno… para mí, un poquito más.
No lo pensé demasiado.
Solo era un desconocido atractivo en una tarde tranquila de vacaciones.
No sabía que ese desconocido iba a cambiarlo todo.
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Editado: 07.12.2025