Mordida por error, enamorada por accidente.

CAPÍTULO 5 — El peor susto de mi vida.

Desperté con la boca más seca que una galleta vieja y con la cabeza sonándome como si un DJ hubiera estado viviendo en mi cerebro toda la noche.

—Ugh… nunca más bebo… —mentí, como siempre.

Me senté en la cama y sentí algo raro en el cuello.
Como un ardorcito, pero suave.

Me toqué…

Y casi me da un infarto instantáneo.

Porque mis dedos pasaron sobre dos agujeritos perfectos, uno al lado del otro.

—¿¡AH!? ¿¡QUÉ ES ESTO!? —grité como si me estuvieran asesinando en vivo.

Salté de la cama, prendí la luz, prendí el espejo del tocador, prendí TODO.
Y ahí estaban.

DOS MARCAS DE COLMILLOS.
Reales.
Claritas.
Hermosas.
Y aterradoras.

—¡OH. MI. DIOS! ¡ME COMIÓ UN MOSQUITO MUTANTE!
—me dije a mí misma porque mi cerebro decidió protegerme con estupidez.

Pero no, no era un mosquito.
¡Los mosquitos no dejan colmillos perfectos!
Eso lo sabía hasta yo, que saqué 46 en biología.

Me miré otra vez.
Las marcas brillaban un poquito.
Yo también, pero era sudor del pánico.

—¡ALICIAAAAA! —grité—. ¡ALICIA, DESPIÉRTATE, ME MUERO!

Salí corriendo del cuarto tan rápido que casi me mato con mi propia chancla.

Me tiré literalmente CONTRA su puerta.

—¡ALICIAAAAAA! ¡ABREEE O ROMPO LA PUERTA!

Se escuchó un golpe y después una voz dormida:

—Elena… ¿qué… hora es…?

No esperé.
Abrí la puerta yo misma.
Alicia estaba hecha un burrito humano, envuelta en su sábana, con el pelo parado para todos lados.

—¿QUÉ PASÓ? —preguntó con los ojos entreabiertos.

Yo hice lo más dramático que he hecho en mi vida.

Le tiré mi pelo hacia atrás como si fuera en cámara lenta y grité:

—¡¡¡MÍRAME EL CUELLO, ALICIAAA!!!

Ella parpadeó.
Se acercó.
Entre-cerró los ojos.

Y gritó también.

—¿¡TE CHUPÓ UN VAMPIRO!?
—¿¡QUÉ!? ¡NO! —grité—. ¡ESO NO EXISTE!
—PERO SON DOS COLMILLOS, ELENA, ¡DOS COLMILLOS!
—¡NO PUEDE SER UN VAMPIRO, ALICIA!
—¿Y ENTONCES QUÉ FUE? ¿¡UN HAMSTER CANÍBAL!?

Las dos nos quedamos en silencio.

Y luego gritamos las dos juntas:

—¡¡¡AAAAAAHHHHHHHHHH!!!

Alicia empezó a caminar en círculos alrededor de su cuarto.

—¿Llamo a la policía? ¿A un médico? ¿A un cura? ¡ELENA DIME QUÉ HAGO!
—¡NO SÉ! ¡YO ESTOY MORDIDA! ¡¿CÓMO VOY A SABER?!
—¿TE SIENTES RARA?
—Solo resaca.
—¿Te quieres chupar la sangre?
—¡¿QUÉ?! ¡NO! ¿TÚ ESTÁS LOCA?
—Tenía que preguntar.

Yo la agarré por los hombros.

—Alicia, ¿tú crees que puede haber sido…?
—¿Un vampiro?
—No, Kyle.
—¿Qué tendría que ver Kyle con tus colmillos, Elena?
—Nada, pero estoy confundida, ok.

Alicia me miró como si yo fuera un Pokémon legendario perdido.

—¿Te acuerdas de algo anoche?
—Del principio sí… lo demás está borroso.
—¿Te fuiste con alguien?
—Yo… no sé.

Entonces ella dijo lo peor que podía decir:

—Elena… ¿y si te mordieron EN LA FIESTA?

Me quedé fría.

Porque algo en ese pasillo, algo en ese beso con Corvin, algo en su boca en mi cuello…

Pero no.
No podía ser.
Era imposible.

Vampiros no existen.
No existen.
¿VERDAD?

Alicia me jaló del brazo.

—¡Vamos al baño a verte con buena luz!
—¿Y si me derrito?
—Eso es para brujas.
—¿Y si brillo?
—Eso es para las hadas.
—¿Y si me convierto en murciélago?
—Eso… es para mañana.

Me llevó al baño como si fuera una ambulancia humana.
Prendió TODAS las luces, incluso la que nunca prende porque hace ruido raro.

Levantó mi pelo.

Y ahí estaban.
Claritas.
Frescas.
Perfectas.

Alicia se quedó muda cinco segundos.
Yo también.

Hasta que ella dijo:

—Elena.
—¿Sí?
—Amiga…
—¿Sí?
—Eso no es un mosquito.

Yo me agarré la cabeza con ambas manos.

—¡AY DIOS MÍO, SOY UNA PELÍCULA DE NETFLIX!
—¡Y SIN PRESUPUESTO! —respondió Alicia.

Las dos empezamos a reír del pánico.
Ese tipo de risa que es mitad miedo, mitad estupidez.

Yo respiré profundo.

—Alicia…
—¿Sí?
—Nadie puede enterarse de esto todavía.
—¿Ni Kyle?
—MENOS Kyle.
—¿Ni Kael?
—¡NOOOO! ¡No quiero que piensen que soy un vampiro portátil!

Alicia me abrazó.

—Tranquila. Vamos a resolver esto.
—¿Cómo?
—Google.
—Alicia, NO voy a googlear “me mordió un vampiro ayer”.
—Tienes razón —dijo—.
—Gracias.
—Mejor lo busco yo en mi teléfono.

Le pegué un almohadazo.

Y así empezó la mañana:
con gritos, risas, resacas, agujeritos sospechosos…
y cero respuestas.

Pero algo dentro de mí decía que la mordida tenía nombre.

Corvin.

Aunque yo aún no lo quería aceptar.




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