Mordida por error, enamorada por accidente.

CAPÍTULO 11 — El secreto de Kael y el silencio de su corazón.

Después de lo que Kael dijo —que Corvin había estado en mi cuarto, que algo en mí reaccionó sola—, el ambiente quedó raro.
Pesado.
Como si el aire tuviera miedo de moverse.

Alicia fue la primera en romper el silencio.

—Ok —dijo despacio—. Ya basta.

Kael levantó la mirada.

—¿Basta de qué?
—De hablar en acertijos —respondió ella—. Tú sabes demasiado. Demasiado para ser “solo un amigo preocupado”.

Mi estómago dio un vuelco.

—Alicia…
—No —lo interrumpió—. Sabes reconocer olores imposibles, sabes quién es Corvin, sabes lo que una mordida debería o no debería hacerle a Elena.

Kael se tensó.

—Así que —continuó Alicia— o eres parte de una secta muy rara… o no eres humano.

Kael cerró los ojos.
Respiró hondo.
Como si tomara una decisión que llevaba años evitando.

—Ella tiene derecho a saber —dijo al final.

Me miró.

—Soy un hombre lobo.

El silencio fue total.

—…
—…
—…

—¿PUEDO TOCARTE? —preguntó Alicia de pronto.

—¿QUÉ? —dijimos Kael y yo a la vez.

—O sea —dijo ella, emocionadísima—, científicamente hablando, eres increíble.

Yo me llevé una mano a la frente.

—Alicia…
—Elena, esto es HISTÓRICO.

Kael suspiró.

—Conozco a Corvin desde hace mucho tiempo —dijo serio—. No es alguien con quien quieras jugar.

No explicó más.
Y yo estaba demasiado cansada para preguntar.

El día pasó lento.
Pesado.
Mi cuerpo se sentía cada vez más débil.

Cuando cayó la noche, apenas pude mantenerme despierta.

—Voy a dormir —murmuré.

Kael me miró con preocupación.

—Si pasa algo…
—Te llamo —le prometí.

Me acosté.
Cerré los ojos.

Y todo se apagó.

A la mañana siguiente

( Alicia)

Golpeé la puerta del cuarto de Elena.

—¿Dormilona? —dije—. Vamos a llegar tarde.

Silencio.

—Elena —repetí—. Ya es de día.

Abrí la puerta.

Y algo dentro de mí se rompió.

Elena estaba en la cama.
Inmóvil.
Demasiado quieta.

—Elena… —susurré.

Me acerqué rápido y le toqué el brazo.

Frío.

—No… no, no, no…

Me incliné y apoyé la cabeza en su pecho.

Nada.

Ni un latido.

Sentí cómo el pánico me subía por la garganta.

—NO —grité—. NO, NO, NO.

Con las manos temblando agarré su celular.

Marqué.

Kael.

—CONTESTA, CONTESTA —decía mientras sonaba.

—¿Hola? —respondió por fin—. ¿Qué pasó?

—ELENA NO TIENE LATIDOS —grité—. NO RESPIRA, NO SE MUEVE, NO LATE.

Hubo un silencio horrible.

Después, Kael habló.
Su voz era firme, urgente… aterradora.

—No la muevas.
—¿QUÉ?
—Está transformándose.

Sentí que las piernas me fallaban.

—¿Transformándose en QUÉ?
—Todavía no lo sé —respondió—. Pero voy para allá. YA.

Miré a mi mejor amiga.

Pálida.
Quietita.
Como si estuviera dormida.

Pero yo lo sentía.

Elena no estaba muerta.

—Aguanta —susurré, agarrándole la mano—. No te atrevas a morirte sin explicarme nada… ¿me oyes?

Porque si algo había aprendido en estos días…

Era que mi mejor amiga ya no era solo humana.

Y lo que venía…
iba a ser peor.




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