Mordida por error, enamorada por accidente.

CAPÍTULO 12 — Hambre, luna y huida.

Volví a la conciencia como si me arrancaran del fondo de un océano.

El primer golpe fue el dolor.
No un dolor puntual…
sino todo mi cuerpo a la vez.

Era como si cada hueso se estuviera rompiendo y reconstruyendo al mismo tiempo.
Como si mi sangre ardiera.
Como si algo dentro de mí estuviera despertando a la fuerza.

Abrí la boca para gritar.

No salió sonido.

Solo aire…
y un olor.

Miles de olores.

Demasiados.

El miedo de Alicia.
La madera del piso.
El metal del picaporte.
La electricidad en las paredes.

Y entonces…
la sangre.

No la veía.
La sentía.

Mi pecho se arqueó violentamente y aspiré con fuerza, como si llevara años sin respirar.

—Elena —dijo una voz grave—. Mírame.

Abrí los ojos.

Kael.

Estaba frente a mí, tenso, con los músculos marcados, los ojos brillando como si luchara contra algo salvaje.

A su lado…

Corvin.

Inmóvil. Elegante.
Con esa calma peligrosa que ahora me erizaba la piel.

—No… —logré decir—. No se acerquen.

Porque el hambre llegó después.

No como un pensamiento.
Como una orden.

Mi corazón volvió a latir de golpe.
Fuerte.
Descontrolado.

Y cada latido gritaba lo mismo:

Come.

Mi visión se agudizó tanto que tuve que cerrar los ojos.

—Está terminando —dijo Kael con urgencia—. ¿Qué le hiciste?

—Nada que debiera causar esto —respondió Corvin, serio por primera vez—. Esto no es conversión vampírica.

Yo me doblé sobre mí misma.

El olor de Alicia me golpeó como un puñetazo.

Su pulso.
Su vida.
Su sangre.

—Alicia… —susurré—. Aléjate.

—Elena, estoy aquí —dijo ella, temblando—. No me voy.

Y eso fue lo que me rompió.

Porque no quería hacerle daño.
Nunca.

Pero el hambre no preguntaba.

Me levanté de golpe.

Demasiado rápido.

Kael dio un paso al frente.

—Elena, espera—

No.

No podía.

Mis uñas se alargaron apenas.
Mi respiración se volvió irregular.
Mi piel ardía.

—Tengo hambre —dije, con la voz rota—. Y no… no soy yo.

Corvin me miró fijamente.

—Si te quedas, la herirás —dijo sin rodeos—. Lo sabes.

Kael gruñó.

—¡No la empujes!
—No la empujo —respondió Corvin—. La estoy escuchando.

Los miré a los dos.

—No puedo controlar esto —admití—. Pero sí puedo decidir dónde.

Antes de que alguien pudiera detenerme, corrí.

La puerta.
Las escaleras.
El aire frío golpeándome el rostro.

Corrí como nunca antes.
Mis pies apenas tocaban el suelo.
El mundo era nítido, vivo, brutalmente hermoso.

El bosque me llamó.

Oscuro.
Húmedo.
Lleno de vida.

Me interné entre los árboles, jadeando.

Los sonidos eran ensordecedores.
Los corazones de los animales latían como tambores.
El olor de la sangre salvaje era distinto… más crudo, menos humano.

Caí de rodillas.

—No… no… —me repetía—. Respira. Respira.

Pero el hambre ganó.

No pensé.

Actué.

Y cuando terminé, cuando el fuego en mis venas se calmó apenas, me quedé temblando entre las hojas, con las manos manchadas de tierra, no de culpa.

Lloré.

Porque entendí la verdad.

No era vampira.
No era loba.

Era otra cosa.

Algo que no debía existir.

Sentí pasos acercándose.

Levanté la cabeza.

Kael estaba ahí, respirando agitado, como si hubiera corrido medio mundo.

—Te alejaste para no hacerle daño —dijo en voz baja.

Asentí.

—Tenía miedo.

Él se arrodilló frente a mí.

—Y aun así pensaste en ella primero.

Detrás, Corvin observaba desde la sombra.

—Ahora ya lo sabes —dijo—. Tu cuerpo eligió.

—¿Elegir qué? —pregunté, rota.

Corvin me miró como si acabara de confirmar su peor sospecha.

—Sobrevivir.

Y supe, en ese instante, que nada volvería a ser simple.

Porque yo ya no era solo Elena.

Y lo que me estaba convirtiendo…

iba a cambiarlo todo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.