Mordida por error, enamorada por accidente.

CAPÍTULO 13 — Ojos que no deberían existir.

Los vi entre los árboles.

No sabía cuánto tiempo llevaba de pie en el bosque, pero mi cuerpo estaba tenso, alerta, como si algo dentro de mí se negara a relajarse.

Kael estaba a la izquierda, serio, con esa postura suya que parecía proteger incluso cuando no decía nada.
Y un poco más atrás, envuelto en sombras como si no le perteneciera del todo a la luz…

Corvin.

Mi mente tardó un segundo de más en procesarlo.

—No… —susurré—. Esto no puede estar pasando.

Di un paso atrás.

El mundo se inclinó.

El hambre, el cansancio, el miedo… todo cayó sobre mí de golpe, como una ola demasiado grande.

Sentí que las piernas me fallaban.

Lo último que vi antes de caer fue a Kael moviéndose hacia mí, y a Corvin diciendo mi nombre con una urgencia que nunca antes le había escuchado.

Luego, oscuridad.

Desperté con un olor familiar.

Café barato.
Pintura seca.
El detergente que Alicia siempre compra porque “es más barato y limpia igual”.

Estaba en mi cama.

Mi cama.

El techo blanco del apartamento me devolvió la respiración de golpe.

—Estoy viva… —murmuré.

Me llevé la mano al pecho.

Mi corazón latía.

Fuerte. Regular. Vivo.

—Eso no tiene sentido…

Me incorporé lentamente. No me dolía nada. Al contrario: me sentía demasiado bien. Ligera. Clara. Como si mi cuerpo hubiera encontrado por fin la forma correcta de existir.

—Elena.

La voz de Kael llegó desde la puerta de mi cuarto.

Me giré de golpe.

Él estaba ahí, apoyado en el marco, con los brazos cruzados, visiblemente tenso.

—No te acerques —dije por reflejo—. No sé si…

—Ya lo sabes —respondió—. Si no, Alicia no estaría dormida tranquila en su cuarto.

Tragué saliva.

—¿Alicia está bien?

—Perfectamente —dijo—. No la tocaste. Ni siquiera te acercaste.

Respiré hondo.

Entonces lo sentí.

Esa presencia que no hacía ruido, pero ocupaba el espacio.

—¿Te sientes mejor?

Corvin.

Estaba junto a la ventana, la cortina apenas moviéndose detrás de él.

—Eso depende —respondí—. ¿Planeas decirme qué me hiciste?

—No te hice nada —dijo con calma—. Y eso es lo que me preocupa.

Me levanté de la cama.

Mis movimientos eran precisos, seguros. No tropecé. No dudé.

—Mírame —dijo Corvin de pronto.

—Ya lo estoy haciendo.

—No. Mírate tú.

Señaló el espejo del armario.

Me acerqué despacio.

Y cuando levanté la vista, sentí que el aire se me escapaba de los pulmones.

Mis ojos no eran marrones.

Eran azules.

Un azul profundo, intenso, imposible de ignorar.

—Eso… —susurró Corvin detrás de mí— no debería existir.

Me giré de golpe.

—¿Qué soy?

El silencio se tensó.

Kael apretó los puños.

—Respóndele.

Corvin me sostuvo la mirada.

—Eres vampira —dijo—. Pero no como nosotros.

Sentí un vacío abrirse bajo mis pies.

—No —negué—. Mi corazón late.

—Por eso —respondió—. Tu linaje nunca estuvo muerto.

Me llevé una mano al cuello.

—Mis padres…

—Fueron cazados —dijo Corvin—. Porque eran demasiado fuertes. Demasiado antiguos.

Kael frunció el ceño.

—¿El primer linaje?

Corvin asintió lentamente.

—Los originales. Los que podían enfrentarse a vampiros… y a lobos.

Mi garganta se cerró.

—¿Y yo?

Corvin no apartó la vista de mí.

—Eres la última.

El peso de esas palabras me cayó encima como una losa.

El orfanato.
La sensación constante de no pertenecer.
El hambre que no me volvía monstruo.

Todo encajaba.

—Entonces… —mi voz tembló— ¿esto no fue un accidente?

—No —respondió Corvin—. Fue un despertar.

Kael dio un paso hacia mí.

—Y no vas a enfrentarlo sola.

Miré mis manos.

No temblaban.

—¿Y ahora qué? —pregunté—. ¿Qué se supone que haga?

Corvin se acercó un poco más, serio, sin rastro de burla.

—Ahora sobrevives —dijo—. Porque cuando otros vean esos ojos…

Kael terminó la frase:

—Van a recordar por qué intentaron borrar tu sangre.

Levanté la vista hacia la ventana.

La luz del día entraba sin quemarme.

Y supe, con una claridad aterradora, que mi vida anterior había terminado.

Y que el mundo sobrenatural acababa de cometer un error al dejarme vivir.




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