La idea fue de Alicia.
—Necesitas distraerte —dijo, ya con las llaves en la mano—. Aire, gente, cosas normales. Nada de vampiros misteriosos ni sombras raras. Vamos de compras.
Acepté más por ella que por mí.
Apenas salí del edificio, el mundo me golpeó.
No fue dolor.
Fue exceso.
El aire de la mañana me llenó los pulmones con una intensidad que me hizo detenerme en seco. Olía a asfalto tibio, a humedad vieja entre las grietas, a gasolina lejana… y sí, a hierba recién cortada de algún jardín cercano.
Cada olor era claro. Definido. Imposible de ignorar.
—Elena —dijo Alicia—, ¿todo bien?
—Es que… —cerré los ojos un segundo— nunca había olido así.
Los sonidos llegaron después.
Un autobús a varias calles.
Un perro ladrando detrás de una reja.
Pasos apresurados, llaves chocando, un corazón acelerado pasando junto a nosotras.
Abrí los ojos, aturdida.
—Es como… —busqué las palabras— como si hubiera pasado toda mi vida medio dormida y alguien acabara de despertarme.
Alicia sonrió, nerviosa.
—Eso suena bonito… y preocupante al mismo tiempo.
Caminamos hasta el centro comercial.
Mientras más avanzábamos, más clara se volvía mi percepción. No era solo oír y oler. Era entender. Mi cuerpo reaccionaba antes de que yo pudiera pensar.
Cuando entramos al centro comercial, el cambio fue inmediato.
El olor a hierba desapareció, sustituido por perfume, café dulce, plástico nuevo, tela recién desempacada. El zumbido constante de las luces me vibró en los oídos.
—Esto es… demasiado —murmuré.
—Respira —dijo Alicia—. Nadie ha muerto todavía.
Entramos a una tienda de ropa.
Las telas me rozaban la piel y cada una se sentía distinta: algodón honesto, sintético impaciente, lana áspera. Me reí sola.
—¿Qué te pasa ahora? —preguntó Alicia.
—Creo que acabo de enamorarme de una chaqueta —respondí.
Eso la tranquilizó.
Tomé varias prendas y entré al vestíbulo para cambiarme.
El silencio ahí dentro era distinto.
Más cerrado.
Más atento.
Me quité la camiseta frente al espejo. Mis ojos azules me devolvieron la mirada, brillantes, alertas… vivas.
Entonces lo sentí.
No miedo.
No hambre.
Atención.
Como si alguien hubiera fijado los ojos en mí.
Me quedé inmóvil.
—No —susurré—. No ahora.
Y entonces, por el espejo, lo vi.
Una sombra pasó rápido detrás de mí.
No fue un reflejo.
No fue imaginación.
Fue real.
Me giré de golpe.
—¿Alicia?
Nada.
El vestíbulo estaba vacío.
Pero el aire había cambiado.
Ya no olía a ropa nueva.
Olía a algo antiguo. A noche vieja. A recuerdo.
Me vestí rápido, con el pulso desbocado, y salí casi corriendo.
Alicia levantó la vista desde un perchero.
—¿Todo bien?
—No —dije en voz baja—. Alguien nos sigue.
—¿Un acosador normal o versión sobrenatural? —preguntó, seria.
—Uno que no camina como humano.
Salimos de la tienda.
Y entonces lo supe con claridad aterradora.
Esa presencia no estaba perdida.
No estaba explorando.
Me estaba buscando.
Mi sangre reaccionó, caliente bajo la piel, como si reconociera algo que mi mente aún no recordaba.
Un eco rozó mi conciencia.
No palabras.
Una memoria antigua.
—Elena… —susurró Alicia— estás pálida.
Respiré hondo.
—No es miedo —respondí—. Es como si algo… me recordara.
Y en ese instante entendí que salir de casa había sido un error.
Porque alguien había sentido mi despertar.
Y no pensaba dejarme escapar.
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Editado: 28.12.2025