No se lo dije a Alicia de inmediato.
Ese fue mi primer error del día.
Caminamos de regreso a casa con bolsas en las manos, hablando de cosas absurdas —que si el café estaba muy caro, que si mi cara seguía teniendo “brillo sobrenatural sospechoso”—, pero yo apenas la escuchaba. El mensaje seguía ardiéndome en el bolsillo.
Esta noche. Ven sola.
—Elena —dijo Alicia de pronto—, estás haciendo esa cara.
—¿Qué cara?
—La de “voy a hacer algo peligroso y no quiero que me detengas”.
Suspiré.
—Te conozco demasiado —añadió—. Habla.
Me detuve en seco y le mostré el teléfono.
Leyó el mensaje despacio.
Luego lo leyó otra vez.
—Ajá —dijo, muy tranquila—. No. Absolutamente no.
—Alicia…
—No, no, no —enumeró con los dedos—. Uno: no vas sola. Dos: no vas de noche. Tres: no vas a ningún lugar donde alguien te cite como villano de novela barata.
—Sabe de mis padres —susurré—. Sabe cosas reales.
Eso la frenó.
—¿Qué tipo de cosas?
—Las que nadie más sabe. Las que ni siquiera yo entendía.
Alicia me miró con una mezcla rara de miedo y decisión.
—Entonces no vamos a ignorarlo —dijo—. Pero tampoco vamos a seguirle el juego.
—¿Y qué propones?
Sonrió. Esa sonrisa peligrosa que siempre significaba problemas.
—Llamar refuerzos.
—¿Refuerzos? —arqueé una ceja—. ¿A quién? ¿A la policía vampírica?
—No seas dramática —dijo—. Conoces a alguien que odia los secretos tanto como yo.
No tuve que preguntar.
—Kael —murmuré.
Como si decir su nombre lo invocara, el aire cambió. No de golpe, no de forma evidente. Pero lo sentí. Ese calor extraño en el pecho, esa presencia firme.
—No me gusta cuando lo dices así —dijo una voz grave detrás de nosotras.
Grité.
Alicia gritó.
Una señora gritó porque nosotras gritamos.
Kael levantó las manos.
—Ok, error mío. Aparecer de la nada no ayuda.
—¿TÚ CAMINAS O TE TELETRANSPORTAS? —le gritó Alicia.
—Camino —respondió—. Muy silenciosamente.
—Eso no mejora nada.
Kael me miró. Sus ojos oscuros estaban serios, alertas.
—Algo te sigue —dijo—. Desde anoche.
Sentí un escalofrío.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque yo también lo sentí —respondió—. Y porque Corvin está inquieto.
Ese nombre pesó entre nosotros.
—¿Lo has visto? —pregunté.
Asintió.
—Y eso no es buena señal.
Alicia cruzó los brazos.
—Perfecto. Entonces hagamos un resumen rápido: alguien la observa, alguien la cita, su ex-vampiro-problema está nervioso y tú apareces como guardaespaldas gratuito.
—No soy gratuito —dijo Kael—. Estoy preocupado.
Me miró a mí.
—Por ti.
Tragué saliva.
—Kael… —empecé—. Si esta noche voy…
—No vas sola —dijo con firmeza.
—Eso ya lo dijo ella.
—Y yo lo repito —añadió—. Porque quien te busca no es un vampiro común.
—¿Qué es entonces? —pregunté.
Kael dudó.
—Alguien que reconoce lo que eres.
El silencio cayó como una piedra.
—¿Y qué soy? —susurré.
Kael abrió la boca para responder.
Pero no lo hizo.
En su lugar, mi teléfono vibró una vez más.
Él no te dirá la verdad.
Nadie lo hará.
Esta noche, Elena. O seguiré recordándote lo que te quitaron.
Sentí que la sangre me ardía.
—Ya decidió por mí —dije, levantando la mirada—.
Alicia me tomó la mano con fuerza.
—Entonces decidimos juntas —corrigió.
Kael dio un paso al frente.
—Y yo me encargo de que vuelvas.
Miré a los dos.
A mi amiga humana.
Al lobo que juraba protegerme.
Y supe que, pasara lo que pasara esa noche, ya no había marcha atrás.
Porque alguien había pronunciado mi nombre como si lo hubiera estado esperando toda su vida.
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Editado: 28.12.2025