Morfeo (desterrados Libro 2)

Capitulo 4

 

En cuanto abrió los ojos, Driamma supo que estaba en la extraña sala en la que había soñado con su madre la noche an- terior. Solo que esta vez se encontraba perfectamente, y no tuvo problemas para erguirse y apoyar los antebrazos en el colchón.

Su visión tampoco era borrosa, y pudo distinguir con total claridad el místico lugar en el que había despertado.

La sala redonda estaba delimitada por cortinas blancas que, aunque no dejaban ver más allá, permitían el paso de un resplan- dor parecido al del sol al amanecer. Las cortinas no debían de ser pesadas, pues ondulaban movidas por una suave brisa. Estaba segura de que, si miraba más allá de estas, vería la playa, ya que el aire estaba impregnado de una humedad pegajosa y un aroma a gambas.

En el centro de aquel lugar, y como único mobiliario, estaba la cómoda cama. También redonda, era amplia con sábanas de satén, tan suaves que no podían ser reales. De hecho, nada en aquella habitación podía serlo, y, aun así, lo sentía tan auténtico como su propio cuarto.

—¿Qué le has hecho a tu pelo?

La voz apremiante que le llegó a su espalda la hizo dar un brinco sobre el colchón.

Las sábanas se le enroscaron en las piernas al girarse para ver al emisor.

 

 

 

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Esta vez no se trataba de su madre, sino de un muchacho al que no había visto jamás. Él provenía de las cortinas, pero se detuvo bruscamente al ver el rostro de Driamma.

—Discúlpame, me he equivocado —dijo, su tono más serio. Su pelo azabache bailaba en mechones desordenados alrede-

dor de su cara, más largos de lo que dictaba la moda masculina en la academia. Su piel tenía un bonito tono canela, pero lo que le llamó la atención fue la envidiable uniformidad de su color, sin máculas ni rojeces.

A Driamma nunca le había gustado el aspecto rechoncho que tenía su rostro, aunque la aniñara y por ello al envejecer fuera a parecer más joven. Alguna vez había intentado hacer gimnasia facial para darle un aspecto más prieto a su cara. Por eso envidió a aquel chico. Su piel era tersa y el rostro delgado, aunque su mandíbula rectangular masculinizaba su forma.

—Perdona de nuevo mi intromisión —repitió él tras el mo- mento en el que ella lo había analizado en silencio—. No te molesto más.

El joven se giró para regresar a la cortina y probablemente desaparecer tras estas.

Driamma se arrancó las sábanas de las piernas y se levantó rauda de la cama.

—¡Espera!

Él se detuvo y se volvió a medias. Driamma avanzó para dete- nerse justo frente a él y poder contemplarlo mejor.

—No creo que nos conozcamos —aseguró con un tono más relajado. Había interpretado su escrutinio como un intento por reconocerlo—. ¿Quién eres? —le preguntó, contemplándola con sus potentes ojos.

Driamma no sabía exactamente qué tenían sus ojos, quizá    la forma en la que se arqueaban hacia abajo en los extremos,    o el bonito color casi metálico, pero con un brillo ambarino.

 

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—Eso debería preguntarlo yo, que es mi sueño —se burló. Le sorprendió que su voz sonara igual en aquel lugar tan peculiar—. Nunca me habían preguntado quién soy en un sueño. Puede que esto sea uno de esos espiritualmente reveladores, como el de los nativos americanos tras días sin comer en el bosque fumando a saber qué plantas.




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