Morfeo (desterrados Libro 2)

Capítulo 9

—¿De qué estás hablando? —inquirió Nayakan, genuina- mente sorprendido. Tenía ambos brazos vendados y sujetos por un trozo de tela atado a su cuello—. Son el grupo de rebeldes que nos contactaron.

Ash y Sooz intercambiaron una mirada. La conversación que había escuchado entre Capi y Nayakan había sido de lo más in- criminatoria, pero en su discusión con los soldados había em- pezado a dudar de si lo había malinterpretado. O quizá fueran todos los mejores mentirosos de la historia.

—¿Dónde estamos? —le preguntó al piloto, cruzándose de brazos. Google le había quitado el vendaje a su mano, tras com- probar que estaba en perfectas condiciones.

Nayakan apretó los labios y miró hacia los soldados. Sully estaba preparando la cena en el fuego que había encendido a unos metros de ellos. Capi hablaba con la soldado al otro lado del campamento y Google rebuscaba algo en uno de los coches.

—¡Responde! —le chilló Sooz. Lograba parecer fuerte incluso cuando estaba sentada contra un árbol con la piel de un tono cetrino nada habitual en ella.

—Hay un topo en Noé, pero nadie sabe quién es —barbotó Nayakan.

Ash tuvo ganas de chillarle que sí lo sabían, eran él y Tesk. Ellos habían entregado las coordenadas de su planeta de agua a los progresistas, pero se contuvo para ver qué más iba a decirles.

 

 

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—El caso es que podría ser una de vosotras… Sooz se carcajeó con claro sarcasmo.

—No digo que seáis una de vosotras, solo digo que sin sa- ber quién es el espía, cualquiera es sospechoso —se apresuró en explicar Nayakan—. Por eso se os ha dicho que íbamos a aterri- zar en Australia. El capitán aún no confía en vosotras…, pero supongo que puedo hablaros de Sagalia.

—¿Sagalia? —repitieron ambas a la vez. Nunca habían escu- chado aquel nombre.

—El proyecto Noé no fue la primera vez que se creó un ecosistema de la nada —comenzó Nayakan—. En realidad, fue la segunda. Antes de edificar Noé, se construyó una isla en la Tierra. La llamaron Sagalia y tiene un ecosistema similar al de Nueva Zelanda.

—¿Ahí es dónde estamos? ¿En Sagalia? Nayakan asintió.

—Los progres no saben que esta isla existe y está oculta a la vista por sofisticados mecanismos de espejo.

—Como el backstreet de Noé —razonó Sooz.

—Bastante más complejo y sofisticado que un backstreet en Noé —se burló Nayakan—, pero algo por el estilo.

Las chicas intercambiaron otra mirada fascinada. No tenían ni idea de que la isla existía, y ni siquiera sus padres habían ha- blado jamás de Sagalia. Pero sin duda, tanto Jeckob como Mindi tenían que haber participado activamente en la construcción de aquel lugar antes de que Ash naciera. Entendía a sus padres. Ha- bían guardado el secreto de ella y Kara por su propia seguridad y la de la isla.

—¿Por eso no es necesario ocultarse del sol ni usar cremas solares aquí? —inquirió Sooz mirando el cielo sobre sus cabezas.

 

 

 

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En el claro no había árboles que los protegieran del sol, aun- que estaba anocheciendo y apenas les llegaban unos débiles rayos por el horizonte anaranjado.

Nayakan asintió.

—La atmósfera de la isla está controlada y el aire también es de calidad.

Mientras hablaban, Ash observó que el capitán caminaba ha- cia ellas, y sin poder evitarlo sus hombros se tensaron a la espera del encuentro.

Antes de decir nada, el joven los contempló a los tres en silen- cio quizá preguntándose de qué estaban hablando.

Nayakan no parecía sentirse culpable o preocupado por lo que el capitán debía de haberle dado permiso para contarles lo de Sagalia.

—He leído el informe de Tesk sobre vosotras —les dijo con los brazos cruzados sobre el pecho.




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