Sophia se alejó de la casa a toda velocidad, su corazón latiendo con fuerza mientras se adentraba en los jardines que se extendían a lo largo y ancho de los patios traseros. Las flores, atrapadas en su frenético paso, se tambaleaban ferozmente, sus pétalos golpeando entre sí como si quisieran resistir la embestida de su cuerpo. Al mismo tiempo, el viento golpeaba su rostro, llevándose consigo los suspiros, convirtiendo aquel momento en una huida desesperada.
¡Sophia, Sophia, Sophia, regresa!
Los gritos de su padre se desvanecieron lentamente, como ecos lejanos que se perdían entre los árboles. Cada palabra parecía flotar en el aire volviéndose un débil susurro que se mezclaba con el murmullo del viento. A medida que avanzaba, Sophia sentía como aquellos sonidos se alejaban cada vez más, dejando tras de sí una sensación de vacío. Los jardines traseros de las casas a su alrededor parecían desolados, como si la tristeza se hubiera apoderado del lugar, sumiendo todo en un silencio inquietante. Era como si el mundo mismo estuviera conteniendo la respiración, esperando lo inevitable.
Con paso firme continuó su camino hacia los límites de aquel reino invernal. Allí, la calidez de sus recuerdos chocaba con el frío penetrante que la rodeaba, creando una línea invisible que separaba a ambos territorios. Era un lugar donde la esperanza y la desesperanza coexistían en un delicado equilibrio. En su corazón, sabía que debía cruzar esa frontera para enfrentarse a lo desconocido y descubrir que había más allá de esos límites.
¡Te prometo regresar, padre! –miró atrás para observar el pueblo y guardar la imagen en su memoria, y con paso firme, cruzó la frontera y se adentró en el helado bosque.
Sophia se desplazó entre los altos y desgastados árboles, semi cubiertos por una capa blanca de nieve que se extendía a lo largo y ancho de aquel territorio. A medida que avanzaba, sus pasos dejaban débiles huellas en la nieve, pero pronto se desvanecían, ocultas por los copos que caían en todas direcciones. El viento helado soplaba suavemente, rozando su cuerpo y obligándola a cubrirse un poco más con aquel sobretodo de lana que había elegido para protegerse del frío invernal.
Miró en todas direcciones en busca de un camino por el cual seguir, pero el bosque parecía un laberinto desolado, sumido en un profundo silencio interrumpido por las suaves corrientes de aire que se deslizaban entre los arbustos secos.
A medida que Sophia continuaba su andanza, el lugar se tornaba más tenebroso. Las corrientes de aire aumentaban su fuerza, creando pequeños remolinos de nieve que dificultaban su andar y hacían que cada paso se sintiera como un esfuerzo monumental. La luz del día se opacaba ante aquel feroz clima, y la atmosfera se volvía cada vez más densa. Sin embargo, había algo cautivador en aquel paisaje gélido, una belleza sombría que la empujaba a seguir adelante, a pesar del temor que comenzaba anidar en su pecho. Pero aun así se mantenía alerta, consciente de que cada sonido podría ser un presagio de lo desconocido.
Fue entonces, cuando a lo lejos, y en medio de aquella tormenta de nieve, pudo visualizar un imponente muro de piedra con altas rejas en medio de su estructura. Deteniéndose por unos segundos, respiró con dificultad mientras admiraba aquel lugar que había observado desde la distancia durante años. Ahora se encontraba tan cerca que podía sentir la historia latente en sus muros cubiertos de hielo. Se aferró aún más a su abrigo mientras dejaba escapar un suspiro que se transformó en un helado aliento visible en el aire frío. Con una mezcla de temor y fascinación, Sophia decidió proseguir con su marcha hacia aquel misterioso destino que tanto había soñado explorar.
¡¿Pero qué es todo esto?! –murmuró para sí misma, mientras atravesaba las rejas y miraba en todas direcciones.
Atravesó los jardines con cautela, impresionada por todo lo que la rodeaba, ya que hermosos monumentos se alzaban con majestuosidad, y elegantes fuentes se erguían con agua cristalina congelada en el tiempo, creando un suave contraste único con la gruesa capa de nieve que cubría el suelo. Los amplios jardines se extendían a su alrededor como un paisaje de ensueño, pero había algo en el ambiente que la mantenía alerta, las estatuas distribuidas por todo el lugar, capturaron su atención de inmediato. Cada una de ellas, con rostros que expresaban miedo y pánico, parecían contar una historia oscura, como si fueran guardianas de un secreto aterrador.
Mientras las observaba por unos minutos, un extraño escalofrío recorrió su cuerpo, era como si las estatuas estuvieran vivas, atrapadas en un momento de desesperación y angustia. El aire estaba impregnado de una tención palpable, generando un ambiente terrorífico en el cual nadie desearía estar. La belleza del lugar se tornaba inquietante bajo la mirada de esas figuras petrificadas, y el silencio que reinaba solo aumentaba la sensación de aislamiento. Con cada paso que daba, sentía que la curiosidad luchaba con el instinto de huir.
Decidida a dejar atrás esa extraña sensación, aceleró su marcha en dirección a los escalones de la puerta principal del castillo. Con sumo cuidado los subió hasta llegar a las enormes puertas de roble que se alzaban imponentemente ante ella. Tocó unas cuantas veces, escuchando como el sonido se extendía en el interior del edificio, reproduciendo suaves ecos que se perdían en su mente. En cuestiones de segundos, las puertas se abrieron como por arte de magia, rebelando un interior oscuro y misterioso en el cual no había nadie al otro lado, como si el castillo mismo la estuviera invitando a entrar.