En ese instante, el destello rojizo que emanaba del corazón de la bestia, comenzó a transformarse de manera asombrosa, ya que diminutos copos de nieve comenzaron a flotar a su alrededor, como si danzaran al compás de una melodía mágica. A medida que estos copos se acumulaban, un resplandor etéreo se expandía desde el interior del corazón, desdibujando su anterior forma ardiente. Poco a poco la estética sombría desapareció, rebelando ante sus ojos un hermoso y delicado corazón de hielo que resplandecía con fulgor, reflejando la luz en mil colores, convirtiendo el ambiente en un espectáculo de belleza inigualable.
¡¿Ese… es… el corazón de hielo?! –cuestionó Sophia en medio de su impresión.
¡Sí, ese es! –respondió la espada en un débil susurro. Al mismo tiempo que las lágrimas comenzaban a caer.
¡Es muy hermoso!
¡Pronto, destrúyelo! –le ordenó la espada.
Sophia sostuvo nuevamente la espada entre sus manos, sintiendo el frío metal familiar que le otorgaba una extraña fuerza. Se acercó al corazón de hielo, esa ominosa fuente de poder que había atormentado su mundo durante un largo tiempo. Y con todas sus fuerzas, atravesó la dura superficie, generando un desgarrador grito que se extendió como un eco aterrador por todos los rincones del bosque. A medida que el corazón se rompía en miles de fragmentos brillantes, comenzó a desvanecerse en una pequeña nube de copos de nieve, destruyendo por completo una parte de aquella fuente de oscuridad.
De inmediato, la espada comenzó a elevarse lentamente por el aire, rodeada de un halo resplandeciente que danzaba como estrellas fugaces. La escoba apareció a su lado, envuelta en un suave destello dorado, que iluminaba el lugar con un brillo cálido y acogedor. La luz etérea emanada por ambos objetos, se intensificó poco a poco, creando un resplandor cegador que se apoderó de todo el lugar. Sophia, deslumbrada por aquel brillo mágico, se vio obligada a llevar uno de sus brazos en dirección a sus ojos para protegerlos.
En ese instante, las sombras del bosque parecían cobrar vida y bailar a su alrededor, como si celebraran el fin de una parte de la oscuridad.
A medida que la luz comenzaba a desvanecerse, la espada tomó forma humana, un joven de tez bronceada y cabello oscuro emergió entre destellos plateados y dorados, como si estuviera surgiendo del mismo corazón del sol. Sus ojos brillaban con una chispa vivaz y llena de determinación. Al mismo tiempo, la escoba giraba lentamente en el aire, convirtiéndose en una elegante mujer con cabellera larga que fluía como ríos de oro bajo la luz del amanecer. Sus rasgos delicados irradiaban bondad y sabiduría ancestral, mientras una suave melodía envolvía el ambiente, como si las flores mismas celebraran su llegada.
La luz se extinguió por completo justo cuando ambos comenzaron a descender suavemente al suelo, dejando atrás las sombras del pasado y abriendo un nuevo capítulo en sus vidas.
¡Madre…Antonio! –susurró, mientras corría en dirección a ellos.
¡Mi querida, hija! –Su madre comenzó a sollozar, mientras le dedicaba un fuerte abrazo- ¡No sabes cuánto te he extrañado!
¡Y yo a ti!
¡Muchas gracias, Sophia! –el abrazó dedicado por Antonio fue aún más fuerte de lo normal.
Aquellos que habían sido separados de su familia regresaron a sus hogares, llevando consigo la felicidad que un día se les había arrebatado. Las calles del pueblo, antes sombrías y en algunos momentos silenciosos, ahora resonaban con risas y abrazos cálidos. Las familias se reunían, compartiendo historias de sus travesías y el valor que habían encontrado en su interior.
En un acto de humildad y determinación, los habitantes del pueblo decidieron construir una enorme muralla de piedra, un símbolo tangible de protección y esperanza. Esta muralla no solo serviría para resguardar a todos aquellos que pudieran internarse en el bosque en busca de aventuras, sino que también era un recordatorio constante de la lucha contra la bruja y la promesa de que ningún ser querido quedaría atrás.
En medio de este renacer comunitario, Antonio y Sophia se esposaron en una ceremonia llena de amor y emoción. Su unión marcaba el inicio de un nuevo hogar, un refugio donde los valores que sus padres les habían inculcado florecerían, como las flores en primavera. Con cada voto pronunciado reafirmaron su compromiso de luchar por mantener el amor y la bondad en sus corazones, propiciando un ambiente donde las enseñanzas pasadas se transmitirían a las futuras generaciones.