Durante los días siguientes, la concentración de Giorgio se desvaneció, atrapada en un torbellino de pensamientos inquietantes. La imagen de aquellos tenebrosos ojos lo asechaba constantemente, apareciendo en su mente una y otra vez, como sombras que se cernían sobre su calma. Cada parpadeo se convertía en un recordatorio de la inquietante presencia que lo asechaba en momentos inesperados, incluso mientras dormía, se despertaba sobresaltado y empapado en sudor, ya que la imagen de aquel rostro se había grabado a fuego en su memoria. Era un ciclo interminable de desasosiego que lo mantenía al borde, incapaz de escapar de la pesadilla que se había filtrado en su realidad.
Por momentos, cuando la soledad se cernía sobre él en cualquier rincón de la casa, Giorgio se sentía invadido por un nerviosismo palpable. Sus ojos recorrían cada sombra y esquina, como si en cada rincón pudiera estar asechándolo aquella extraña mujer a quien no deseaba volver a ver jamás. La inquietud lo acompañaba, y la sensación de ser observado lo mantenía en alerta constante, como si su presencia se hubiera grabado en las paredes de su hogar. Cada ruido leve lo hacía sobresaltar, imaginando que ella podría aparecer en cualquier momento, y su deseo de evitar un nuevo encuentro se convertía en una carga pesada que lo perseguía a todas partes.
En varias ocasiones, Giorgio se encontró al borde de abrirse con su padre sobre la perturbadora sensación que aquella mujer había dejado en él, pero justo antes de articular cualquier palabra, se detenía en seco, ya que la duda lo invadía, y un profundo sentido de protección lo hacía guardar silencio, temeroso de perturbar la tranquilidad que su padre tanto necesitaba. Observaba su rostro sereno y pensaba que no quería cargarlo con sus propios miedos, ni arruinar los momentos de paz que compartían. Así, cada vez que la conversación amenazaba con desviarse hacia el tema oscuro que tanto lo atormentaba, optaba por callar, convencido que el silencio era el mejor refugio para ambos.
Entonces, al tercer día, la extraña mujer regresó al pueblo y una vez más el suave tintineo delas campanas anunciaron su llegada, resonando en el aire como un presagio ominoso. El joven panadero sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar el sonido, y un súbito sobresalto lo hizo reaccionar con rapidez. Corrió a toda velocidad, buscando desesperadamente un lugar donde esconderse y quedar fuera de la vista de aquellos tenebrosos ojos que lo asechaban. Su cuerpo se estremeció incontrolablemente, y su respiración se agitó en un vaivén errático, atrapado en la idea de tener que volver a verla.
- ¡Espero que hayan pensado muy bien las cosas! –soltó la mujer sin perder tiempo.
- ¡Ya se lo dije antes, madame, nuestro trabajo está aquí en el pueblo! –respondió el hombre sin titubear.
- ¡¿Estás seguro de ello?! –cuestionó la mujer, mientras la furia se apoderaba de ella y sus ojos se tornaban opacos.
- ¡Completamente! –contestó con firmeza.
Los oscuros ojos de la mujer se posaron sobre el panadero con una intensidad casi hipnótica, y en ese instante, su piel palideció aún más, como si la luz del día se extinguiera a su alrededor. Su figura era etérea, envuelta en un vestido negro que parecía absorber la luz, fluyendo como una sombra que desafiaba la realidad. A medida que avanzaba, una densa neblina oscura comenzó a cubrir su cuerpo, arrastrándose por el suelo como tentáculos de un profundo secreto que amenazaba con destruir todo a su paso. El aire se volvió pesado y difícil de respirar, cada inhalación se sentía como un esfuerzo titánico.
Las carcajadas resonantes de la mujer eran profundas y retumbantes, llenas de una malicia palpable que se extendía por todo el pueblo, como ecos de una tormenta inminente. Eran risas que parecían burlarse del temor que sembraban, reverberando contra las paredes de las casas, y haciendo vibrar el corazón de quienes las escuchaban. Giorgio, atrapado entre el horror y la incredulidad, se encogió de hombros involuntariamente, mientras su cuerpo se estremecía con más fuerza. El pánico lo inundaba ante aquella escena su realista. La mujer se movía con una gracia inquietante, cada paso resonando como un tambor en su pecho mientras sus ojos parecían leer sus pensamientos más profundos. Era un momento suspendido en el tiempo, donde la realidad y la pesadilla se entrelazaban en un abrazo mortal.
- ¡Dios mío! –Exclamó el hombre, mientras retrocedía unos cuantos pasos- ¡Es la bruja negra!
- ¡Te lo advertí desde el inicio, panadero! –la voz de la bruja era tan aguda que podía llegar a romper cada uno de los cristales que protegía la panadería.
Una vez más, la risa de la bruja resonó en todas direcciones, estremeciendo los vidrios de las casas del pueblo y llenando el aire con un eco siniestro. El viento azotaba las calles con furia, arrastrando hojas y susurros de temor entre los habitantes. La tormenta se desató como un rugido ancestral, y en medio de la oscuridad, intensos destellos de luz iluminaban el cielo, mientras veloces relámpagos danzaban en una coreografía aterradora.
- ¡Has despertado mi furia, y desde este momento lo pagarás! –la bruja se elevó por el aire, mientras evocaba un poderoso maleficio- desde este instante, tu hijo, se transformará en un espejo mágico, y así permanecerá por toda la eternidad. Quien se reflejé en él verá la verdadera esencia de su alma y corazón, rebelando aquello que no desean aceptar. Solo aquel de corazón puro y alma bondadosa, que acepté sin reproche cada parte de su ser, podrá romper este maleficio y liberarlo de su prisión. Para asegurar que mis palabras se cumplan, las sombras se apoderarán del techo de esta casa, dando vida a una terrorífica criatura que será la custodia de mi magia.
El cuerpo de la bruja se desvaneció en medio de una densa nube negra, como si nunca hubiera estado allí. La oscuridad la envolvió, tragándose su figura con un silencio inquietante, pero detrás de ella quedaron débiles y espeluznantes ecos de su malévola risa, resonando en el aire como un recordatorio escalofriante de su presencia.
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Editado: 18.03.2025