morgana, El Espejo Mágico

Capítulo 6

La chica se puso en pie, su corazón latiendo con una mezcla de emoción y curiosidad. Caminando lentamente en dirección al espejo, su mirada se detuvo en cada detalle del objeto mágico que tenía frente a ella. Le daba la impresión de ser un espejo antiguo, con un marco dorado y ornamentos que parecían contar historias de tiempos pasados. De él emanaba una energía cálida y familiar, como si sus destellos guardaran secretos de su propia esencia. A medida que se acercaba, podía sentir como la bruma de lo desconocido se entrelazaba con recuerdos olvidados, invitándola a descubrir lo que había más allá de su propio reflejo.

- ¡Es lo más hermoso que he visto en toda mi vida! –susurró la joven, mientras el cristal se iluminaba por completo y dejaba ver una lluvia de destellos de colores variados.

Maravillada por aquel espectáculo, llevó su mano hasta el marco y acarició el cristal, al mismo tiempo que su mirada fue atrapada por sus propios ojos, los cuales la observaban con ternura. De pronto, una poderosa sensación comenzó a crecer en su interior. Podía sentir la belleza de un corazón que latía lleno de nobleza y amor, y percibía el brillo que emanaba de un alma llena de pureza, humildad y sencillez. Era un efecto familiar que no experimentaba desde hace algunos años atrás, pero lo recordaba con pasión.

- ¡Todo esto es muy hermoso! –exclamó, mientras se acercaba aún más al cristal.

La joven cautivada por la belleza del cristal, se fue acercando lentamente como si una fuerza invisible la guiara hasta su destino. Cuando finalmente sus labios tocaron la superficie fría y pulida del cristal, un torrente de energía recorrió su ser, obligándola a cerrar sus ojos y entregarse a la experiencia. En ese instante, una nueva sensación invadió su corazón, como si miles de mariposas revolotearan en su pecho.

La luz que emanaba del cristal comenzó a intensificarse, transformándose en destellos de colores vibrantes que danzaban en el aire, iluminando todo lo que les rodeaba con un resplandor casi etéreo. Era como si el universo se hubiera alineado para presenciar aquel momento mágico. El panadero, atónito ante la escena que se desarrollaba ante sus ojos, levantó uno de sus brazos en un intento de protegerse de aquella luz cegadora que parecía tener vida propia.

A medida que la onda expansiva de magia blanca envolvía el espacio, el espejo comenzó a sufrir una metamorfosis extraordinaria, ya que las líneas del cristal, del marco y de la corona se suavizaron y tomaron forma, revelando poco a poco la figura de un joven chico cuya esencia era de una belleza inigualable.

Cuando sus labios finalmente se encontraron en un profundo e intenso beso, la joven sintió como el tiempo se detenía por completo. El roce de aquellos cálidos labios la envolvió en una ola de sensaciones desconocidas y embriagadoras. Sin embargo, al instante siguiente, abrumada por la intensidad del momento, se apartó rápidamente, mientras sus ojos desbordaban asombro e incredulidad al contemplar ante ella aquel ser encantado que parecía haber emergido de un cuento de hadas.

- ¡Tú! –exclamó la joven con ternura, mientras acariciaba el cabello de Giorgio.

- ¡Evangelin, has vuelto! –dijo Giorgio, mientras la apresaba en un poderoso abrazo.

- ¡Sí, te había prometido que al cumplir la mayoría de edad vendría por ti! -Evangelin, se separó un poco del abrazo para luego fundirse en un profundo beso.

El agotado panadero, dejó escapar un largo y profundo sollozo, pero esta vez lleno de una intensa alegría, ya que desde hace mucho tiempo no veía el rostro de su amado hijo, a quien esperaba tener de regreso junto a él.

- ¡Giorgio, mí querido muchacho! –gritó el panadero.

- ¡Padre! –la emoción del chico surcó la habitación, mientras corría a toda velocidad para reencontrarse con su querido viejo.

La alegría regresó al corazón del viejo panadero, como un cálido rayo de sol que atraviesa las nubes grises, iluminando su ser con una felicidad renovada. Y en honor al compromiso de su hijo con la hermosa Evangelin, decidió organizar un enorme banquete que sería recordado por todos en el pueblo. Con manos temblorosas de emoción, amasó masas y horneó panes de formas exquisitas, mientras el aroma de pasteles dulces recién salidos del horno se entrelazaba con las conversaciones alegres de los invitados. La mesa, desbordante de delicias, reflejaba no solo su destreza como panadero, sino también el amor y la esperanza que ahora llenaban su hogar. Cada bocado compartido era un brindis silencioso por un futuro lleno de promesas y sueños compartidos.




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