Morgana: Estatuas De Oro

Capítulo 2

Entre los bosques que rodeaban el pequeño pueblo, había un angosto camino de piedra que conducía a lo alto de una enorme montaña, que finalizaba a los pies de unas enormes paredes que custodiaban un hermoso castillo. Sus muros resguardaban extensos territorios cubiertos por un eterno invierno, ocultando jardines bajo una gruesa capa de nieve, y congelando cristalinos riachuelos.

La belleza del castillo contrastaba con la desolación que lo rodeaba, creando un aura de misterio que atraía la curiosidad de los más valientes, pero también el temor de aquellos que conocían las leyendas que susurraban los ancianos.

Desde las ventanas de las coloridas casas del pueblo, se podía contemplar esa helada y oscura imagen. Las luces parpadeantes de las chimeneas ofrecían un cálido refugio, pero la visión del castillo sumía a los habitantes en pensamientos sombríos. Historias de sombras que merodeaban por el jardín helado y ecos lejanos que resonaban por la noche alimentaban su imaginación. A pesar de la belleza invernal, había algo inquietante en esa majestuosidad congelada que mantenía a todos a raya.

Los habitantes evitaban adentrarse en esos dominios oscuros, temerosos de los terrores que escondían. Las noches eran especialmente inquietantes ya que el viento llevaba consigo susurros y lamentos que helaban la sangre. Cada vez que un joven mostraba interés por explorar el camino hacia el castillo, los ancianos les recordaban las historias de aquellos que habían desaparecido en su búsqueda. Así, el miedo se convirtió en una barrera invisible, protegiendo a la comunidad de lo desconocido.

Para proteger a los jóvenes, levantaron un alto muro que los separaba de esas zonas peligrosas. Este muro no solo era físico, sino también simbólico, ya que representaba la unión del pueblo frente a los misterios del castillo y sus tierras heladas. A medida que pasaban los años, el camino era consumido por la nieve y el olvido, mientras las historias se transmitían de generación en generación. Sin embargo, en los corazones de algunos jóvenes persistía una chispa de curiosidad que desafiaba el miedo, soñando por descubrir que secretos escondía aquel lugar prohibido bajo su manto invernal.

¡Anabella…Anabella! –Gritaba un hombre desde la puerta trasera de su casa- ¡Anabella! ¡¿Dónde estás?!

La voz del hombre resonó con una fuerza inusitada, extendiéndose en todas direcciones como un eco que reverberaba entre las piedras y árboles de la zona. Cada palabra parecía vibrar en el aire, llevando consigo un mensaje de preocupación que llegó a oídos de una hermosa joven. Su piel pálida brillaba bajo la luz del sol, mientras sus cabellos caían en suaves ondas alrededor de su rostro soñador.

Estaba absorta admirando la alta muralla que la separaba de aquellos misteriosos territorios, que siempre había deseado explorar, mientras sentía como su corazón latía con fuerza ante la posibilidad de lo desconocido. Con un último vistazo a la inmensidad del muro de piedra que se erguía frente a ella, la joven decidió no dejar pasar la oportunidad de poner una de sus manos sobre la áspera superficie, y con una enorme sonrisa en su rostro, corrió a toda velocidad en dirección al pueblo, cruzando los jardines traseros de varias casas, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo.

Y al llegar a las cercanías de su hogar, se detuvo en seco, conteniendo la respiración mientras observaba cada rincón y sombra que se dibujaba frente a ella. Buscaba una forma de entrar sin que su padre la atrapara, sintiendo que el mundo más allá de aquella muralla, podría ofrecerle todo lo que angelaba y más.

¡Lo tengo! –murmuró para sí misma, al recordar que la ventana de su habitación estaba abierta.

Caminó en dirección a una de las paredes laterales, donde fuertes enredaderas crecían a lo largo y ancho, llenando el espacio de su verdor vibrante. La curiosidad la llevó a acercarse, observando como sus tallos se entrelazaban formando un manto natural. Con cuidado, comenzó a treparlas, sintiendo la textura rugosa de las hojas entre sus manos mientras avanzaba en dirección a la ventana de su habitación. Una vez cerca, se deslizó por el marco con la esperanza de entrar sin problema. Sin embargo, su vestido de color rosa se enredó, atrapando sus movimientos. Intentó liberarlo varias veces, pero el tejido se aferraba con tenacidad, y con un último esfuerzo y un tirón decidido, el vestido se desgarró al fin, dejando una parte atrapada entre las hojas.

¡Anabella! –volvió a gritar su padre- ¡¿Anabella, dónde estás?!

¡Aquí estoy padre! –dijo ella, mientras bajaba las escaleras.

¡¿Dónde te habías metido?! –Dijo el hombre, mientras se acercaba- ¡Llevo horas buscándote!

¡Estaba en mi habitación, padre!

¡¿En serio?! –su padre la miró fijamente.

¡Sí, estaba dormida! –respondió, mientras dejaba escapar un largo bostezo.

¡¿Y por qué tú vestido está roto?! Cuestionó, señalando en dirección a la parte baja de su atuendo.

Bueno… este… yo… -balbució.

¡¿Estabas nuevamente en la muralla, verdad?!

¡Sí! –murmuró con su mirada en dirección al suelo.

¡Anabella! -el hombre dejó escapar un largo suspiro, mientras movía la cabeza de un lado hacia otro- ¡¿Qué voy hacer contigo?!

¡Pero…! –intentó decir, mientras seguía a su padre en dirección a la cocina.




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