Cada año, cuando el frío comenzaba a apoderarse del pueblo, la temida Dama del Invierno hacía su aparición, envuelta en un aura de oscuridad. Con su presencia, la atmosfera se tornaba sombría y un escalofrío recorría las calles desiertas. Era un ritual aterrador, seleccionaba a uno de los jóvenes y los secuestraba, llevándolo al castillo en lo más alto de las montañas. Esta cruel tradición sumergía a las familias en un luto profundo, dejando un vacío que pesaba como una loza sobre sus corazones. La tristeza se instalaba en cada hogar, y los rostros que antes brillaban de alegría se tornaban grises y apagados.
Los años pasaban y la familia de Anabella estaba atrapada en un ciclo interminable de tristeza y añoranza. Cada día despertaban con la esperanza de que el dolor disminuyera, pero el vacío que dejó su partida se sentía más pesada que nunca. La madre, con el corazón desgarrado, se sentaba en el viejo sillón donde solía contarle cuentos fantásticos. Allí, el eco de las risas infantiles se había desvanecido, dejando solo el murmullo de un pasado feliz que ahora solo parecía un sueño lejano.
Cada lágrima derramada era un recordatorio de lo que habían perdido, un testimonio incondicional de lo que aún sentían en sus corazones. La depresión de la madre se manifestaba en cada rincón de su ser. Su mirada perdida y su risa ausente hablaban de un dolor que no se podía medir. Sus amigos intentaban consolarla, pero sus palabras eran insuficientes para llenar el abismo que había dejado su hija.
En las noches más oscuras, cuando el silencio era ensordecedor, ella se aferraba a los recuerdos como si fueran un salva vidas. Pero cada recuerdo traía consigo una punzada de tristeza, y así pasaban los días, atrapados en una rutina marcada por la melancolía.
Un día, mientras la familia trataba de sobrellevar otro día gris, el fuerte sonido de unos cascos de caballo resonó en las calles del pueblo. La curiosidad despertó en los vecinos, quienes salieron a ver al joven jinete que cabalgaba con una energía desbordante. Al detenerse frente a la imponente muralla, sus ojos café se posaron sobre un enorme árbol cercano. Era un árbol viejo y sabio, cuyas ramas se entrelazaban con un roble robusto que se encontraba al otro lado.
Sin pensarlo dos veces, el Joven jinete se acercó y comenzó a treparlo con agilidad. Al llegar a lo alto, sintió como la brisa fresca acariciaba su rostro y lo llenaba de vitalidad. El príncipe respiró profundamente, llenando sus pulmones de aquella fragancia gélida que cubría el bosque, mientras posaba sus ojos en aquel camino de piedra que se perdía entre los demacrados árboles.
El príncipe descendió con cuidado por el tronco del alto roble, sintiendo la rugosidad de la corteza bajo sus manos, mientras sus pies buscaban un apoyo firme en las ramas más bajas. Cada movimiento era un equilibrio entre la emoción y respeto por la majestuosa criatura que lo sostenía. Finalmente, sus pies tocaron la hierba verde, aún fresca y vibrante a pesar de los estragos que dejaba el invierno tras de sí.
¡Aquí voy! –suspiró, y comenzó a caminar.
Sus pasos eran lentos y cuidadosos, cada uno resonando en el silencio del paisaje invernal que lo rodeaba. Mientras más se adentraba en el bosque, más helado se tornaba el clima, como si la naturaleza misma intentara disuadirlo de continuar con su camino. La hierba fresca que había pisado al principio fue sustituida por una gruesa capa de nieve, que crujía bajo sus pies y dificultaba su marcha.
Cada paso se volvía un desafío, y el frío penetrante le hacía sentir que el tiempo se había detenido en aquel lugar solitario. Las poderosas corrientes de aire golpeaban ferozmente su cuerpo, llevando consigo el helado invierno que congelaba todo a su paso. Con cada ráfaga, el príncipe podía sentir como la temperatura descendía aún más, envolviéndolo en un manto de gélido silencio. Sin embargo, la determinación ardía en su corazón, ya que sabía que debía avanzar hacia el castillo, donde las respuestas que buscaba lo esperaban. A medida que continuaba su travesía, la belleza sombría del paisaje invernal, le recordaba las historias de antaño sobre héroes y leyendas perdidas en el tiempo.
Horas después, las enormes paredes que rodeaban los inmensos terrenos del castillo se alzaban imponentes frente a él. La majestuosidad de la estructura contrastaba con la crudeza del clima, y ante sus ojos se erguía una enorme reja de plata que brillaba bajo la luz tenue del día. Con un nudo en el estómago, y una mezcla de ansiedad y expectativa, atravesó la reja con sumo cuidado, sintiendo como la historia del lugar lo abrazaba con cada paso que daba en dirección a los amplios jardines.
Se deslizó lentamente, mientras observaba algunas estatuas cubiertas por la nieve. Cuyos rostros reflejaban terror, como si pudieran sentir el miedo de los seres vivos. Las figuras eran testigos mudos de secretos olvidados y tragedias pasadas, y él no pudo evitar estremecerse ante su mirada petrificada. Con gran velocidad subió la escalinata de piedra que conducía a las puertas de madera, sintiendo una nueva mezcla de adrenalina y temor. Sostuvo uno de los grandes aros con firmeza y dio unos cuantos golpes resonantes. Segundos después, las puertas se abrieron lentamente para dejar ante él un elegante vestíbulo con altas escaleras que conducían a los pisos superiores.
¡¿Hola?! –La voz del príncipe reprodujo un suave eco que poco a poco se fue desvaneciendo en cada uno de los rincones del vestíbulo- ¡¿Hay alguien aquí?!
Una puerta situada a los laterales del vestíbulo se abrió con un espeluznante rechinar, llenando el espacio con una extraña sensación. El príncipe, con el corazón latiendo con fuerza, se acercó cautelosamente y se encontró con un largo pasillo adornado con una lujosa alfombra de color rojo que parecía absorber la luz. Las impresionantes armaduras, alineadas a los lados, relucían bajo el tenue brillo de los candelabros, creando sombras danzantes que parecían cobrar vida. Observando cuidadosamente cada detalle a su alrededor, el príncipe sintió que la tensión se desvanecía poco a poco, y cuando se sintió seguro, se adentró en el lugar.
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Editado: 16.12.2025