Morgana: Estatuas De Oro

Capítulo 4

Matías con la curiosidad brillando en sus ojos, Miró en todas direcciones y se quedó maravillado ante la imagen que tenía frente a él. Cada figura, tallada con maestría, era una hermosa estatua de oro que reflejaba la luz de los candelabros de manera deslumbrante.

¡Pero, ustedes son…! –Balbuceó Matías- ¡Tú eres…!

¡Una estatua! –finalizó Anabella con tristeza.

¡Todos lo somos! –añadió una de las estatuas cercanas.

¡Ahora es mejor que te marches! –Anunció Anabella- ¡La Dama del Invierno no tardará en notar tu presencia!

¿La Dama del Invierno? –preguntó Matías, sin saber de quién le estaban hablando.

Sí, ella es quien se apoderó de este castillo –informó Anabella- y para mantenerlo bajo su poder trajo el eterno invierno a sus territorios.

¿Qué sucedió contigo y con las personas que vivían aquí?

La Dama del Invierno llegó a estos territorios en tiempos lejanos, cuando el abuelo de mi bisabuelo Giorgio era tan solo un niño. Al principio, su presencia generó un profundo temor en las familias del pueblo, pues se decía que habitaba en las profundidades del bosque, asechando entre las sombras –Anabella hizo una pequeña pausa- sin embargo, un día, se mezcló entre los habitantes del castillo, logrando infiltrarse entre ellos hasta alcanzar su verdadero objetivo, convertirlos en estatuas de oro y apoderarse de todo el territorio. A medida que sus poderes comenzaron a debilitarse, se dio cuenta que necesitaba el sufrimiento de las personas para mantenerse fuerte. Fue entonces, cuando comenzó a secuestrar a los más jóvenes del pueblo, alimentando su magia oscura y extendiendo el eterno invierno a los rincones más remotos de este reino, dejando tras de sí un rastro de desolación y tristeza.

Se hizo un profundo silencio que envolvió el ambiente, como si el mundo mismo contuviera la respiración. En medio de esa quietud, se dejaron escuchar unos cuantos sollozos, suaves pero cargados de una tristeza palpable.

¿Qué puedo hacer para ayudarlos? –preguntó en tono sereno.

No hay nada que puedas hacer –dijo Anabella con rapidez- todos los que han llegado aquí para enfrentar a la Dama, sufren el mismo destino que algunos de los que están entre nosotros.

¡Es mejor que te marches, cariño! –Le dijo una de las estatuas- ¡Sal de aquí lo más rápido que puedas, y por ningún motivo te detengas!

¡? ¡¿Perciben eso?! –dijo un hombre.

¡Oh, por Dios! –sollozó una mujer.

¡¿Qué sucede?! –preguntó Matías en tono alarmado.

¡La Dama del Invierno ya sabe que estas aquí! –anunció otro hombre en tono preocupado.

¡Debes irte! –Gritó una mujer- ¡Rápido, corre, corre!

Matías se alarmó ante aquellas palabras, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Retrocedió unos cuantos pasos con nerviosismo, su corazón latiendo desbocado mientras dedicaba una rápida mirada a cada una de las estatuas, y al llegar a la puerta, posó su mirada en los ojos de Anabella, buscando en ella un gesto de esperanza, pero solo consiguió un rostro lleno de inexpresividad. Sin pensarlo dos veces, regresó por aquel largo pasillo a toda velocidad, mientras sus pasos resonaban con fuerza, en un intento de escapar de aquel lugar que se había vuelto tan amenazante.

¡Debo hacer algo para ayudarlos! –Pensó- ¡No puedo solamente huir de aquí y abandonarlos!

Cruzó las puertas que llevaban al vestíbulo con una determinación inquebrantable, sintiendo como la adrenalina recorría sus venas. Y sin perder tiempo, se lanzó hacia las puertas principales, mientras su corazón latía con fuerza ante la perspectiva de la libertad. Y con un tirón decidido, empujó las puertas con todas sus fuerzas, deseando que se abrieran de par en par, liberándolo de aquella extraña sensación pero, al sentir las heladas corrientes de aire, se detuvo en seco.

¡Debo salvarla! –murmuró para sí mismo.

¡¿Te vas tan pronto?! -la voz de una mujer resonó en la habitación, como un eco envolvente que capturó su atención de inmediato. Matías giró velozmente sobre sus pies, mientras observaba con asombro e impresión como la figura de una mujer parecía surgir de las sombras, irradiando una presencia cautivadora y al mismo tiempo inquietante.




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