¿Tiene nombre?
La pregunta de Rodrigo rompió el silencio que reinaba en el interior del auto. Migue respondió, se acomodó mejor en el asiento y siguió mirando su celular, ignorando la pregunta de su padre.
Rodrigo tenía mucha paciencia; había criado a ese niño con esmero, pero cada vez que volvía al pueblo al comienzo de las vacaciones, regresaba así: aburrido, sin voluntad para hacer nada. Por más que la casa de Rodrigo estuviera llena de atracciones para el joven y él tuviera todo el tiempo disponible para disfrutar de su hijo, Migue no cambiaba su actitud, como si estuviera obligado a estar con su padre.
—Dije que si tiene nombre, Miguel —repitió Rodrigo sin dejar de mirar la cafetería y sus veredas cubiertas de nieve y barro.
—Creo que se llama Morgana, es la dueña. Ella me contrató... —Migue guardó el celular en la campera azul e hizo ademán de abrir la puerta para salir.
—Es un nombre extraño para la cafetería...
—Es el nombre de la dueña, la cafetería no tiene nombre...
—...ni clientes, parece... —Rodrigo bajó del auto junto a su hijo, dispuesto a indagar dónde había decidido trabajar estas vacaciones. Por un lado, la idea de que su joven hijo pensara que el pueblo tenía algo para ofrecerle le agradaba; por el otro, saber que solo lo vería algunas horas al día lo incomodaba.
—Obvio, viejo, aún no abrió...
Ambos avanzaron hundiéndose en la nieve que se acumulaba, llegando a los cristales de la cafetería vacía y desordenada. Rodrigo iba concentrado en los pasos que daba para evitar accidentes. Levantó la cabeza justo cuando escuchó:
—Morgana, hay que resolver esta cuestión...
Una joven de rizos caoba desordenados estaba sentada en la única mesa de madera, con una silla colocada sobre el piso. Sostenía una latita en la mano, tenía las piernas cruzadas y el ambiente estaba desordenado y vacío. Ella estaba de espaldas a la puerta de ingreso por donde Migue y Rodrigo irrumpieron, creyendo que la joven hablaba por teléfono o con alguien más.
Rodrigo quiso decir algo, pero Migue lo frenó.
—Shhh. No la interrumpas... —le indicó que se quedara callado.
—Como decía "papá"... lo que no quieras hacer puede hacerlo alguien a quien contrates... —Morgana tomó un sorbo de cerveza. Aún tenía los guantes rojos puestos, y parecía que adentro hacía más frío que afuera.
Migue aprovechó la pausa para carraspear. Morgana se dio vuelta suavemente y sonrió al joven.
—Mike!, justo estaba hablando sobre vos. ¿Podrías ver qué hacer con la calefacción, niño?
—Él es...
—Sí, sí... la calefacción, Mike... la calefacción. Este lugar es una heladera...-a la joven no parece interesarle la precencia de Rodrido, vestido para la nieve, parado cerca de su hijo.
—¿Mike? —contestó Rodrigo casi en un susurro, mirando a su hijo un poco confundido. Una chica extraña que parecía hablar con alguien que nadie podia ver, una cafetería vacía y desordenada, y su hijo pensando en trabajar allí desmasiado para Rodrigo.
—Mike, Miguel, lo que sea, "papá". Ella me dice así... Voy a arreglar eso... —Migue fue camino a la cocina, prendiendo las luces a su paso como si supiera lo que hacía. A Rodrigo se le retorció el estómago.
—¿Vos sos "papá"? —Morgana se puso de pie. Miguel pensó que era muy alta, aun considerando los zapatos de tacón en los que estaba trepada.
—Soy el padre, señorita, de Migue. ¿Él va a trabajar aquí?
—No, no... ya trabaja aquí, desde ayer —Morgana revoloteó las pestañas cargadas de rímel sobre sus preciosos ojos celestes.
—¿Mi hijo?... Mi hijo no sabe nada de cafeterías... apenas está saliendo del secundario...
Morgana le hizo un gesto para que se callara y le indicó que se sentara en su mesa. Rodrigo hizo caso, bajó una silla de madera y la observó beber su cerveza mientras cerraba los ojos. La joven apoyó una mano de uñas rojas sobre su brazo. Imposible no hacerle caso. Rodrigo estaba confundido por la grotesca situación en la que se encontraba.
—"Papá"... "papá" de Mike. Lo veo preocupado por tonterías. Ya me advirtió Mike de esto, y la verdad, no tengo ganas de discutir. Tengo una cafetería que poner en marcha, tengo un empleado, Mike, y si usted no va a ayudar, mejor cierre bien la puerta al salir, porque entra el chiflete.
—Rodrigo, señorita. Mi nombre es Rodrigo... y yo...
—Shhh... ¿tiene algo que hacer acá, Rodrigo "papá"? Porque puede acomodar las cajas de la esquina. O puede cerrar bien la puerta... por el chiflete...
—¿El chiflete?... —Rodrigo estaba muy desconcertado, pero se tranquilizó al ver volver a su hijo entrar al salón.
—El chiflete, "papá", el chiflete... ¿Sos sordo vos? —Migue se apresuró a cerrar la puerta de la cafetería.
—Hijo... —le hizo una seña a Migue mientras Morgana se ponía un delantal negro y comenzaba a barrer. Era una imagen curiosa: esa mujer elegante barriendo el local, calzada con altos stilettos e ignorando a Rodrigo, quien seguía a Migue cargando cajas de servilletas a la cocina.
—Hijo, ¡por favor! Esto es una locura... Podés trabajar conmigo en la empresa...
—No... —contestó simplemente Migue y siguió apilando cajas.
—¿Así vas a pasar tus vacaciones?... ¿Acá? ¿Con esta... esta... ? —Se trabó, incapaz de describir a la joven que acababa de conocer.
—Sí... acá —Migue anotó en una planilla números que Rodrigo no entendió.
—Acá hace falta gente que barra... ¿vos querés, "papá"?... —Morgana le entregó una escoba a Rodrigo, quien desconcertado empezó a barrer.
Cuando se dio cuenta de lo que hacía, exclamó:
—¡No voy a barrer, señorita! —Se dirigió a Migue, apuntándolo con un dedo—. Está bien, Migue... pero yo te llevo y yo te traigo.
—Ok, "pa".
—¿Quién es Migue? ¿Mike? —Morgana se mostró confundida por un momento—. Ah, sí, sí. Migue, Mike, Mike, Migue... Qué gracioso. Bueno, "pa", es hora de irse si no va a barrer. Y recuerde el chiflete...
Editado: 01.01.2025