Tatiana revisaba papeles con su habitual energía. El cabello lacio caía desordenado sobre la camisa blanca formal. Con un gesto simple, colocaba mechones de cabello detrás de sus orejas, haciendo que las pequeñas piedras de strass brillaran. Era la hermana menor de Ana, la esposa de Rodrigo, y su familiaridad con el carácter de Rodrigo hizo que, cuando el matrimonio se separara, heredara el puesto que ocupaba su hermana mayor. Pero ambas eran muy distintas. Tatiana era eficiente y creativa; le gustaba que la agenda tuviese huecos, sobre todo durante la temporada en la que su sobrino regresaba a la ciudad. Ella imaginaba que en esos espacios, padre e hijo pudieran completarlos con charlas, cines, salidas. Ana nunca hubiese hecho esto; para ella, las cosas debían fluir, y así vivía. No dudaba del amor que ambos se tenían, pero jamás hubiese forzado nada entre ellos. Tatiana odiaba esa conducta y le recriminaba su pasividad ante estas cuestiones. Así trabajaba para Rodrigo: se adelantaba a los problemas, los resolvía, generaba oportunidades, proponía cambios. Esto impactó un poco a Rodrigo cuando tuvo que trabajar solo con ella. Era estructurado y no le gustaban los cambios, y Ana lo seguía en este camino. Si bien a Ana solo le interesaba acompañar a su marido, Tatiana tenía visión, le gustaba analizar las situaciones, los números en las planillas se le presentaban como oportunidades. Podía interactuar con los clientes y dueños y generar oportunidades. Por eso, después de terminar sus estudios, se sumó a su cuñado y su hermana en el negocio de los camiones y galpones. Aprendió todo lo que necesitaba y, después, cuando Ana se divorció de Rodrigo, quedó a cargo de todo, incluida la tarea de buscar espacio para su sobrino.
Tatiana, entonces, era una pieza fundamental en la vida de Rodrigo y Miguel, no solo afectiva, sino laboral. Para ella, esta estabilidad y promesa se profesaron solo por sus condiciones. Era el paraíso. Por eso, esta temporada esperaba que pasara igual que las demás temporadas de visita de su sobrino: cenas familiares, alguna feria de atracciones, el trabajo. Pero estaba preocupada realmente por las nuevas circunstancias.
La vio en la mansión. Ella, como siempre, se acercaba a hablar con Adriana para ver qué necesidades tenía allí: las compras, los víveres, los contratos de los empleados de mantenimiento, lo que sea, ella lo solucionaba. Mientras Adriana le mostraba los jardines nevados y los pisos pulidos de todas las habitaciones, luego seguro se quedaba a comer con Rodrigo y su sobrino. Si alguien entrara en ese momento y los viera, asumiría que se trataba de una familia. Lo era, sí, pero no la que hacía rato imaginaba Tatiana. Ella sería la señora de la casa, Rodrigo el señor y Miguel el hijo, conversando sobre las notas del año. Por eso, esa visita para ella no era solo de trabajo o de rutina, era a donde quería apuntar.
Estaba a punto de sumergirse en este sueño cuando la vio, ahí, en la mansión. Pelirroja, su figura elegantemente larga e interminable, los stilettos negros taconeando sobre los pisos pulidos, la copa de vino en la mano con uñas rojas. Esta imagen hizo que, instintivamente, se alisara con su mano la chaqueta negra que traía puesta y los vaqueros azules. Miró sus zapatillas blancas y se comparó inevitablemente. No tuvo mucho tiempo de pensar en esto porque, apenas Morgana enfocó sus ojos celestes sobre Tatiana, se apresuró a saludarla al grito de:
—¡La tía! ¡Llegó la tía! —mientras la abrazaba como si se tratara de una vieja amiga.
—¿Señorita? —titubeó Tatiana , mientras MOrgana la arrastraba al comedor y Adela, con su habitual parsimonia, le colocaba entre las manos una empanada envuelta en una servilleta de papel.
—Es mi jefa, tía —la voz de Miguel, masticando una empanada y sentado en la mesa, le llegó a los oídos.
—Morgana, es mi nombre, tía.
—No soy su tía, señorita…
Bajando las escaleras, regresaba Rodrigo con el celular en la mano:
—Acostúmbrate, Tatiana. La señorita Morgana suele etiquetar a todos…
Y así conoció a la dueña del café. Algo la tranquilizó: el fastidio con el que Rodrigo se refería a la mujer.
Y algo la alertó: la desfachatez con la que había cambiado todo su viernes.
Editado: 12.02.2025