Una semana después de la cena en la casa de Rodrigo, todo seguía igual para él. No había podido obtener información de Morgana, el grupo invitado se había sentado ese día en el salón principal y, sin demasiado decoro, procedieron a engullir empanadas, las miles que había horneado Adela. Algunas de esas estaban guardadas en el freezer de Rodrigo, custodiadas celosamente por Miguel, quien le había prohibido a Rodrigo tomar algunas.
Mientras comían, Rodrigo se alejó a su cuarto, incómodo por la invasión de personas. Fue en ese momento cuando llamó Ana, como todas las semanas, y Rodrigo se acomodó para tener una conversación.
– Ana…
– ¿Rodri… mi niño?
– No sé tu niño, pero aquí tengo un hombre que se afeita todos los días… – bromeó Rodrigo, mientras se deleitaba con la risa franca de su exmujer.
– ¿Cómo anda todo entre ustedes?
– Como siempre, perfecto – sentenció Rodrigo, mientras bajaba para ocultar el enojo.
– ¿Perfecto?… Mmmm… ¿pelearon?
Rodrigo suspiró y se acercó a la ventana donde podía ver caer la nieve, otra vez. Era sincero con Ana, no podía mentirle; ella siempre descubría los pequeños gestos que lo delataban y obtenía la verdad.
– No exactamente, Ana, pero quizás suceda hoy cuando se vayan sus amigos…
– ¿Perdón? ¿Sus amigos?… Pero eso es buena noticia, hablemos de esto.
– ¿Por quién empezamos, Ana… por la pelirroja que dice ser su jefa?… ¿o mejor por la otra, la que cocina como si debiera alimentar a un regimiento? – Rodrigo se aflojó la camisa y se tiró sobre su cama, manteniendo en alto su celular para observar los ojos cristalinos de Ana a través de la pantalla.
– Déjame ver… me interesa su jefa – rió Ana divertida con la incomodidad de Rodrigo.
– Bueno, ¿viste de Kimono? ¿Te acuerdas de ella? – preguntó Rodrigo.
– La…
– ¿Salchicha de Migue?
– ¡Sí, esa misma! Bueno, imagínatela humana y dueña de una cafetería… esa es su jefa.
La carcajada de Ana sonó en el cuarto, recordando a la mascota de Migue, una salchicha colorada que revolvía toda la casa y parecía estar siempre de fiesta.
– Bueno, Rodrigo, si tiene la personalidad de nuestra amada Kimono, ya me cae bien. Recuerda que Migue la adoraba y sufrió mucho su partida.
– Sí, inadecuada comparación ¡¿no?! – Rodrigo, pensativo, cerró los ojos y cambió de tema.
– Ana… ¿cuándo volverás a los Lagos?… a visitar, digo…
Ana suavizó su semblante y hizo un silencio.
– Ana…
– No puedo volver, Rodrigo, ya lo hablamos mil veces…
– Sí… pero quiero hablarlo de nuevo…
Se hizo un silencio entre los dos, un silencio espeso.
Se escuchó una exclamación en el salón.
– Parece que llegó Tatiana…
– ¡Oh, pásame con ella, por favor, Rodrigo!
Ramón sacó del recuerdo a Rodrigo, apretando su brazo al entrar a la oficina. En ese momento, Rodrigo volvió a enfocarse en números y planillas hasta las siete menos cuarto, cuando Tatiana le avisó que ya era hora de ir por Migue.
– ¿Puedes alcanzarme a mí? – preguntó Tatiana, ya poniéndose la campera. – Tengo que ir a conocer la cafetería, Morgana me invitó.
– Ya la conoces, Tati, es la misma de siempre pero con gente moviéndose dentro.
No intercambiaron palabras durante el viaje, palabras personales, pero sí comentaron las noticias de la radio que hablaban de nevadas intensas durante la madrugada. Tatiana aprovechó el viaje para deleitarse con el perfil de su cuñado, fuerte y masculino. Las pestañas arqueadas de niño la enternecían. Sí, Tatiana estaba enamorada de Rodrigo.
Editado: 29.03.2025