Morgana's Coffee Shop

El señor Danus

Señor Danus, ya está todo listo.

El señor Danus permanece apoyado en la barandilla del balcón, mira los jardines floridos y el movimiento de los jardineros acicalando el parque de la mansión como si fuera la cabellera enredada de una princesa verde. Hace un gesto con una mano sin prestar atención a su secretaria, que comprende y avisa a los demás asistentes para que comiencen a preparar las diligencias especiales de este día.

Él se acomoda el traje gris, suspira y piensa en la estúpida idea que había tenido hace un año atrás, cuando pensó que la soledad etílica en la que estaba inmerso se solucionaría con el instinto paternal que nunca tuvo, pero que despertaba ahora. Entonces actuó como siempre, sin pensar. Todo siempre era cuestión de dinero, todo. Y encargó hijos como hacían los millonarios, contrario a la tradición de los Danus, que formaban familias numerosas y posaban para las fotos que adornaban el comedor central de la mansión. Él no podía hacer eso, era mayor para tener una familia, no había juntado afectos, pero sí dinero, mucho dinero. Igualmente, de aquellos Danus que sonreían desde los retratos de la mansión, no quedaba nada, solo él y la inmensa fortuna que podía gastar como quisiera durante 20 vidas, y aún quedaría para vivir unas cuantas más. Así que solo estaba él en ese momento para decidir. Pensó que todo lo solucionaba el dinero. Y lo hizo.

Fueron mellizos, hijos de la joven que subrogó su vientre para el millonario, con los óvulos donados de otra joven y su simiente. Habían firmado no reclamar jamás sobre esos niños a cambio de dinero, mucho dinero, y una casa. El contrato firmado decía claramente que jamás podían acercarse a los recién nacidos y mucho menos romper la cláusula de confidencialidad.

Él no estaba preocupado, las leyes del país donde se hizo el negocio tenían leyes muy claras al respecto y mucha experiencia efectiva y exitosa al respecto.

Lo que le preocupaba era otra cosa: cuando llegó la fecha indicada, algo pasó dentro de él. Era un hombre grande ya, solitario, y como lo chequeó varias veces esa mañana, sin instinto paternal, todo había sido un espejismo en un momento de soledad en aquella fiesta donde terminó borracho en el sector VIP del lugar, hundido en un sillón de cuero negro, rodeado de botellas y solo… Mientras el mundo saltaba al ritmo de las luces más abajo, él estaba solo, mientras la música sonaba estridente, él estaba solo y en silencio, y tuvo esa idea. La idea de no estar solo nunca más.

El dinero lo compra todo, incluso los espejismos de la soledad y la borrachera. Quizás puedo también comprar la forma de mantener la nueva adquisición alejada de él. El dinero todo lo arregla.

—Señor Danus… —
—Ya voy, Marisa, dile a Waldo que voy directo al helipuerto… y asegúrate de que las niñeras estén instaladas ya en la casa del parque…—
—Sí, señor, ya tenía esa orden… solo quería felicitarlo…—

El señor Danus miró a su secretaria y ella creyó ver tristeza, así que solo se apresuró a seguir los pasos del jefe sin preguntar nada más.

—¿Sabes cómo se llaman, Marisa?—
—¿Los niños, señor?— La mirada de fastidio la detuvo de esperar respuesta y contestó:
—Morgana la niña y Emanuel el varón, son hermosos nombres…—
—¿Lo crees?… No tengo idea cómo los elegí…—
—Los eligió Beltrán… usted se lo pidió—
—¿El jardinero?… Así ya recuerdo… Él estaba leyendo un cómic en su descanso… yo le pregunté quién era la heroína y me dijo Morgana y Emanuel… no recuerdo por quién es—
—Emanuel es el nombre del hijo de Beltrán…—
No hablaron más durante el viaje al sanatorio. Los bebés llegaron a la mansión en un transporte especial, primorosamente vestidos, acompañados por Marisa, quien nunca más pudo separarse de ellos hasta su muerte, 20 años después. El señor Danus volvió en su helicóptero y regresó a su trabajo, que se resumía en permanecer sentado en una gran mesa llena de asesores y abogados, y escuchar mientras otros tomaban decisiones sobre sus empresas, todo se trataba de dinero, el dinero hacía mover sus empresas.

Con los meses se despreocupó de los pequeños y encargó a Marisa que se encargara de ellos sin límite de gastos. Era una mujer cuidadosa y respetuosa, lo más parecido a una hermana. Y así lo hizo, mientras él se alejaba más y más del espejismo de esta familia inventada por capricho, se hundía en el alcohol, de fiesta en fiesta, de novia en novia, de viaje en viaje. Total, el dinero lo repara todo, lo protege todo.

Una vez, mientras sentado en su despacho, le acercó su secretaria una revista de celebridades, y allí se vio, sentado en el sillón de pana verde, majestuoso, sosteniendo sobre sus piernas dos pequeños perfectos, preciosos, inmaculadamente vestidos, y aún así no sintió nada.

—Señor Danus, Marisa envió la revista, salieron hermosos sus mellizos…—
—Bien… —dijo Danus— ¿qué fue de la cafetería de los Lagos, esa que mi tía doctora jamás abrió? ¿Pudimos alquilarla?—
—La secretaria dudó, pero recordó que en su tablet tenía la información que el señor le había pedido buscar.
—Sí y no, se alquiló el año pasado, pero parece que el negocio no marchó… volvió a la inmobiliaria hace unos meses—
—Bien, ve que permanezca protegida… a mi tía le encantaba… pero en ese pueblo tan frío… nunca funcionará…—

El señor Danus sacó de uno de los cajones una petaca brillante y empujó el líquido dorado que le mareó un poco, no esperó a que su secretaria se retirara, la joven pidió permiso y se retiró.

Allí quedó solo el señor Danus, solo, de nuevo, como el día en que murió, tapado de deudas, prohibiendo la entrada de sus herederos a su lecho de muerte. Porque solo necesitaba el dinero, y ya no lo tenía. Lo demás era un espejismo.




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