Morir o Escapar

MIEDO

Capítulo 1

La dra. Jarah una mujer de 32 años rubia y de ojos grises, está maquillándose un par de moretones para ir al laboratorio. Su marido, la noche anterior, le había dado una golpiza brutal porque llegó dos horas más tarde de lo que “debía”. Frente al espejo del baño, bajo una luz demasiado blanca, Jarah aplicaba la base con manos temblorosas, tratando de cubrir la tonalidad violácea que subía desde su pómulo hacia la sien. Cada movimiento le ardía.

Respiró hondo. Una, dos, tres veces. Tenía que calmarse. Las niñas siempre lo notaban todo.

Se recogió el cabello 0en un moño apretado, ajustó la bata sobre los hombros y revisó que la credencial colgara recta. A simple vista parecía una mujer ordenada, lista para otro día de trabajo. Pero detrás de los ojos, apenas contenida, vivía la tormenta.

Caminó por el pasillo silencioso de su apartamento, evitando mirar el sofá donde la noche anterior él la había empujado. No debía perder tiempo. Tenía que llegar antes del primer chequeo de las gemelas.

Al salir del edificio, el aire frío le quemó las mejillas. El trayecto hacia la base militar siempre le revolvía el estómago, aunque también le daba una extraña sensación de alivio: era el único lugar donde no estaba él.

La entrada al complejo era gris, enorme y rodeada de torres de vigilancia. Jarah mostró su tarjeta, pasó por varios controles y descendió por el ascensor subterráneo hasta el nivel donde se encontraba el laboratorio de confinamiento especial.

Apenas se abrieron las puertas, el silencio cálido del lugar la envolvió. Ahí, detrás de cristal reforzado, estaban ellas.

Mara y Becka.

Dos niñas de diez años, sentadas en el suelo, con las piernas cruzadas y las manos entrelazadas. Ojos violetas que parecían brillar desde adentro, el cabello en bucles negros le caían por los hombros, ojos violetas y gestos absolutamente idénticos. Respiraban al mismo ritmo. Parpadeaban al mismo tiempo. Eran como un mismo latido repartido en dos cuerpos frágiles.

Cuando Jarah entró, ambas levantaron la mirada.

—Buenos días, Doctora —dijeron a la vez, con esas voces suaves y gemelas que a muchos les erizaban la piel.

Becka fue la primera en levantarse. Mara la siguió como un reflejo inevitable.

Ellas ya lo sabían. Por supuesto que lo sabían.

Becka frunció el ceño, una expresión cargada de ira contenida. Mara, en cambio, la miró con tristeza.

—Te duele… —murmuraron juntas.

Jarah apretó los labios. Las niñas eran empáticas, podían sentir emociones ajenas tan claramente como si fueran propias. No tenía sentido mentirles.

—Estoy bien, mis pequeñas. Solo… me golpeé con una puerta.

Becky soltó un bufido, incrédulo.
Mara bajó la mirada, pero no protestó. Nunca lo hacía.

Las dos niñas intercambiaron una mirada que ninguna otra persona en el mundo habría entendido. Era una conversación silenciosa, un hilo invisible que las unía más allá del espacio y del pensamiento.

—¿Qué pruebas tocarán hoy? —preguntó Mara con una sonrisa débil, siempre intentando complacer, siempre intentando que Jarah no se preocupara.

Jarah abrió la carpeta que tenía en la mano.

—Un nuevo test de control emocional —respondió—. Solo observación. Nada invasivo, lo prometo.

Becky chasqueó la lengua pero subió a la camilla sin protestar. Ese gesto, para ella, ya era un acto de rebeldía.

El monitor a su lado comenzó a encenderse, y las luces del laboratorio parpadearon —como siempre que las gemelas sentían demasiadas emociones a la vez. Jarah lo notó y puso una mano en el hombro de Becky.

—Estoy aquí —le susurró—. Siempre estoy aquí.

Mara sonrió, Becky desvió la mirada, y por un segundo, el cuarto dejó de ser un laboratorio militar y se convirtió en algo parecido a un hogar roto pero cálido.

Afuera, los científicos aguardaban.
Los guardias vigilaban.



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En el texto hay: familia, poderes sobrenaturales., gemelas identicas

Editado: 12.12.2025

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