Mortum 3 Crónicas de las leyendas (libro 3)

Cap. 1. Una presentación poco decente (Parte 2)

Magnus yacía sentado sobre una enorme roca que le servía de apoyo tanto para sus pies como para su cabeza. Una diminuta línea de luz se escurría entre las hojas de los árboles y le tocaba la mejilla. Su caballo se hallaba muy cerca de él, mirando hacia los arbustos mientras escuchaba a los conejos moverse y mientras su amo contemplaba el maravilloso brillo de una manzana roja.

Es verdad que los vampiros no toleran ningún otro sabor que no sea el de la sangre, por lo que fue una verdadera estupidez cuando a Magnus se le ocurrió morder dicha manzana. Sus colmillos se le quedaron atorados en la superficie roja y húmeda.

—¡Argh! —gruñó, y por más que intentó tironear de ella para liberarse, sus esfuerzos fueron en vano.

—¡Tú! ¡Maldita criatura! —Bruce apareció, se abrió camino entre la maleza y trató de asestarle un fuerte golpe con su espada.

—¡¿Qué te pasa?! —el vampiro gritó, molesto y feliz por haberse podido liberar de la manzana.

—¡¿En qué me has convertido?! ¡Me hiciste un asesino!

—Cobraste tu venganza, ¿no?

—¡Me transformaste en un ser del demonio! ¡Asesiné a esos hombres!

—¿Y no se lo merecían?

—¡Yo no me merecía ser esto! ¡Maldito engendro del diablo!

—Oye oye, si me ensucias el traje te haré lamentarlo.

—¡¿Qué me hiciste?! ¡¿Qué clase de brujería utilizaste conmigo?!

Magnus se mofó de él.

—Lamento decepcionarte, pero yo no utilizo brujería. Prefiero mantenerme lejos de esas mujeres, sobretodo de la anciana roñosa de mi tierra.

—¡Debería convocar al pueblo, apresarte y que te ejecuten! ¡Eres un demonio!

—En realidad… soy otra cosa. Y en cuanto a la ejecución del pueblo, ¡inténtalo! ¡Ve y grita que te has encontrado con un ser del inframundo! Dudo mucho que tu amado pueblo se compadezca en no asesinarte a ti también.

—¿Qué demonios eres?

—Los colmillos, los ojos rojos, la piel pálida, estoy muerto y bebo sangre. ¡Soy Merlín!

Una sensación de espanto le escoció la garganta a Bruce. El pobre y aterrado hombre cayó en cuenta de la criatura tan peligrosa que tenía enfrente, así que se lanzó a un costado, cogió firmemente su espada entre sus manos y lo amenazó con ella. En la punta de su espada se hallaba grabada una hermosa cruz de plata.

—¡Aléjate o te juro que te apuñalaré!

Magnus enarcó una ceja y colocó uno de sus dedos sobre la cruz.

—Sssssssss… Me quemo.

—Te devolveré al infierno de donde saliste. Tu alma nunca tendrá descanso y a tus ojos se los comerán los gusanos.

—¿Terminaste? No tengo tiempo para escuchar sandeces. Ya te salvé la vida, te di la venganza que deseabas y te dije lo que soy. Ahora, ¿serías tan amable de dejarme ir? Gracias.

Pero en cuanto Hécate le dio la espalda, el mercenario aprovechó su distracción y le clavó la espada. Le atravesó por completo el estómago y vio con horror cómo una impresionante fuente de sangre salpicaba la hierba y las rocas de sus pies.

Su caballo relinchó y se paró en dos patas, el vampiro se tambaleó y una fuerte ira se apoderó de sus ojos. Tomó el mango de la espada y la retiró sin ningún esfuerzo. La herida comenzó a curarse.

Bruce retrocedió, cayó sentado sobre el pasto y su expresión se volvió aún más pálida de lo normal.

—Te dije —Magnus gruñó—, que con el traje, no te metieras.

—¡Auxilio! ¡Auxilio! Dios, me pongo en tus manos, perdonad mis pecados y acogedme en tu reino…

—¡Ya cállate! Deja de estar llorando y vete.

—¡¿A dónde me voy a ir, criatura del demonio?! ¡Me convertiste en una monstruosidad como tú!

Hécate deladeó la cabeza.

—Eres un soldado entrenado para matar a cualquier criatura que se proclame enemigo de tu rey, ¿y tienes el atrevimiento de llamarme monstruo?

—¿Por qué me mordiste?

La mirada del vampiro se tornó oscura.

—Porque te estabas muriendo.

—Hubiera sido mejor que esto. Me has convertido en un asesino.

—¿Y qué eras antes de que yo apareciera? —se montó en su caballo.

—¿A dónde irás?

—Yo sí tengo un hogar que todavía no está calcinado.

—Si me quedo aquí me van a matar.

—¿Es una pregunta? —y al no tener ninguna respuesta, ni siquiera un quejido, Magnus resopló, miró al frente y susurró—: Si deseas, podéis venir conmigo… Mi rey estará muy… complacido por recibirte.

—¿Tu rey? ¿Vives en algún reino? ¿Tiene ese reino contactos con Travonar o enemistades?

—Créeme, mi reino fabrica sus senderos muy lejos de cualquier otro contacto con los humanos. ¿Vienes?

—Al menos me gustaría saber a quién me estoy refiriendo.

—O a quién agradecerle.




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