Mortum 3 Crónicas de las leyendas (libro 3)

Cap. 1. Una presentación poco decente (Parte 3)

Los dos hombres caminaron todo el día y toda la noche durante tres días seguidos. En algún momento Bruce le preguntó a Magnus si el caballo no necesitaría descansar, a lo que el callana vampiro respondió: “Los muertos no se cansan”. Quizá era por esa misma razón que él no se sentía cansado o abatido.

Finalmente, y cuando pensó que seguirían caminando, el sonido de una impresionante cascada retumbó en sus oídos como el más sorprendente y maravilloso sonido que alguna vez hubiera escuchado. Bruce nunca había visto una cascada en su vida, y vaya que esta terminaría sorprendiéndolo.

El soldado se detuvo, en parte porque no podía apartar su mirada de la impresionante fuente de agua que descendía en medio de una densa neblina blanca, y en parte porque se preguntaba si era verdad que aquel hombre pensaba adentrarse al interior de sus aguas.

—¿Te quedarás de pie ahí o vas a venir conmigo?

—¿Estás consciente de lo que haces?

—Haces muchas preguntas irritantes. Tú solo sígueme.

Y así lo hizo. A pesar de que le parecía una verdadera locura, pronto se daría cuenta del increíble secreto que albergaba aquella fuente natural. Al otro lado, un impresionante, majestuoso y maravilloso mundo lo recibió con los brazos abiertos y con una vista abismal. Había árboles, pequeñas casitas, ríos, barrancos que desembocaban a un océano cristalino y de espuma blanca, y sobre todo, al centro de toda aquella maravilla descansaba taciturnamente un increíble castillo de mármol, desbordante de belleza y elegancia. Bruce estaba totalmente sorprendido que incluso se olvidó de que seguía caminando.

—¿Esto es real?

El vampiro y el caballo lo miraron al mismo tiempo.

—Por supuesto que es real.

—En Travonar nunca había escuchado sobre esto.

—Ese es el punto. Mortum es un palacio solo para vampiros y seres que son perseguidos por la sociedad gernarda.

—¿Gernarda?

—Humanos. Acabas de llegar a la sexta tierra, y por ende conocerás un nuevo idioma. El Aterkano, nuestra lengua natal.

Bruce no pudo evitar esbozar una amplia sonrisa. Estaba contento.

—Te juro que cuando dijiste reino, imaginé que terminarías arrojándome a los fosos esclavistas.

Magnus se tensó, apretó las riendas de su caballo y hasta este mismo percibió su incomodidad. Hécate detestaba los fosos esclavistas.

—No —contestó serio—, en Mortum no existen tales atrocidades.

—Mortum. ¿Así se llama este lugar?

—Así es.

—¿Me llevarás con el rey?

—Mmmm, te llevaré a uno de los aposentos y después él te visitará.

Magnus condujo al hombre a una estancia privada. Lo hizo recorrer varios pasillos y varias escaleras, pero al final consiguieron llegar a una impresionante alcoba, adornada con las más finas cortinas, los más finos muebles y las más finas prendas que reposaban en el enorme armario de madera. Había cuadros pintados con óleo, jarrones de porcelana, joyas de oro y diamante, y una hermosa vitrina que albergaba una enorme espada y una corona.

—¿A dónde me has traído?

Magnus ignoró su pregunta, se recostó en el acojinado diván y observó por la ventana. Su habitación tenía una de las más preciosas vistas al reino.

—¿Cuándo va a venir el rey?

—Yo creo que pronto.

—¿Crees…?

—¡Majestad! ¡Majestad!

Magnus puso los ojos en blanco cuando escuchó el ensordecedor grito de su mucama. Decidió ignorar la mirada de Bruce y entonces prestó su atención a la mujer que ya se hallaba cerca de él.

—¿Qué sucede, Abigail?

—¡Por los confinamientos del infierno! ¿Qué le sucedió en la ropa?

El hombre se cubrió el enorme agujero que la espada de bruce le había provocado, tanto en el pecho como en la espalda.

—Digamos que tuve una presentación poco decente.

—¡Quítese ese traje inmediatamente! El rey no debe usar semejantes andrajos.

—¿El rey? —cuestionó Bruce.

—¿Qué clase de pregunta es esa? —la mucama lo miró con desprecio—. Por supuesto que es nuestro rey. Nuestro alto Soberano y Monarca. El segundo Mandato Hécate Magnus. Brillante, elocuente, fuerte y muy apuesto.

—Un imbécil —una curiosa vocecilla resonó desde la puerta, y ahí, recargado bajo el arco de madera y sosteniendo un par de libros en la mano derecha, se hallaba Dimitrio.

—Dimitrio, ¿qué haces aquí? —el Mandato se levantó de su asiento. Su sonrisa desbordaba felicidad y sus ojos brillaban con una alegría que difícilmente se le podía ver.

—Vine por unos libros a la biblioteca, pero escuché a tu criada hablando maravillas de ti y no pude resistirme al impulso de contradecirla. El nuevo también debe conocer tus defectos.

—¡Dimitrio! ¡Criatura insolente!

El muchacho le sonrió.




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