Mortum 3 Crónicas de las leyendas (libro 3)

Cap. 2. El libre albedrio de un espíritu libre (Parte 2)

—Si gustas esperarlo, no ha de tardar. Se fue toda la mañana.

—Oh no, no hace falta. Solo dile que tomaré estos libros prestados y que más tarde vendré a dejarlos.

Pero antes de que Dimitrio pudiera salir, Magnus llegó y no estaba solo. Anetta venía tomada de su brazo.

—¿Alguien de los dos ha visto a Abigail? ¡Abigail! ¡Te necesito con urgencia!

La mucama bajó corriendo las escaleras mientras sus manos levantaban sus faldones y sus zapatos de gamuza le evitaban hacer el mayor ruido posible.

—¿Me ha llamado, Majestad?

—Abigail, ¿podrías llevar a la dama a una de las habitaciones y facilitarle cualquier vestido? Gracias, eres un amor.

—Estoy para servirle, mi señor —y tras una rápida reverencia de cortesía, la mucama se marchó siendo acompañada y observada por la joven visitante.

Magnus sonreía, pero todo vestigio de felicidad lo perdió cuando las crueles palabras de Dimitrio resonaron en sus oídos.

—¿Otra tabernera con la que vas a revolcarte?

Bruce se puso rígido y hasta el propio Dimitrio retrocedió asustado cuando Hécate le dedicó un ensordecedor rugido, en el que le mostró sus colmillos y la furia de sus ojos rojos.

—¡No la vuelvas a llamar así!

—¿Qué te pasa? Nunca me habías gritado.

Magnus trató de recuperar su compostura. Se sacudió el cabello y miró a su soldado.

—Bruce, ¿podrías ensillarme mi caballo, por favor?

—Enseguida, Majestad —y entonces salió como alma que lleva el diablo.

El Mandato volvió a centrar su atención en Dimitrio.

—No quiero que vuelvas a utilizar ese vocabulario en mi presencia.

—¿Disculpa? ¿Quién eres para darme órdenes?

—En este momento soy tu rey.

—Te hace falta la pulcritud de un rey. ¿Crees que es agradable salir a los pasillos y encontrarte con desconocidas? Ya no sé quiénes son tus amantes y quiénes forman parte de tu servidumbre.

—No veo de qué te quejas si tú ya ni siquiera vives aquí.

—Exactamente por eso, porque no soporto vivir contigo.

—Basta, Dimitrio. Retírate ahora mismo.

—¡No me trates como a uno de tus sirvientes porque no lo soy!

—¡Eres un habitante más de este palacio y por ende debes obedecerme!

—¿Solo porque eres el Mandato? ¡No lo serías si él no te hubiera colocado en ese puesto!

—¡Pero Zacarías ya no está aquí y ahora la autoridad la tengo yo!

—¡¡¡Mejor te hubieras muerto tú y no él!!!

Tanto Dimitrio como Magnus se mostraban mutuamente los colmillos, y solo cesaron cuando Bruce los interrumpió.

—Eh… Tú caballo te espera aquí afuera.

Magnus relajó sus hombros, miró hacia otro lado y se aproximó a la puerta, no sin antes escuchar la voz de Dimitrio que volvía a llamarlo. Una pequeña esperanza afloró en el interior del Monarca, una esperanza de disculpa o de cualquier otra cosa, menos lo que terminó escuchando.

—Hécate. Tienes razón —Dimitrio dejó los tres libros sobre una pequeña mesita de madera—. Yo ya no vivo en este castillo. Y no te preocupes, no volveré a poner un pie aquí dentro. No mientras tú estés aquí.

Magnus apretó los puños al verlo marcharse. Agradeció que Bruce no le dijera nada y también salió, montando a Zermman y alejándose, alejándose lo más lejos que podía de aquel lugar, de aquellas palabras y de aquel sentimiento.

Se fue al bunker de guerra.

El Mandato caminaba por el túnel oscuro, llevaba las riendas de su caballo en la mano y este lo seguía, consolándolo con la mirada y con unos pequeños empujones que de vez en cuando le daba con su hocico.

—Oh, Zermman, no entiendo por qué me detesta. Bueno, en realidad sí lo sé. Si yo no fuera rey, Zacarías estaría vivo. Estaría con nosotros.

Hécate levantó la mirada, había llegado al enorme agujero que había en el techo de la cueva y miró a través de él la hermosa constelación. Durante aquel mes era el turno de Epitekal, y su formación de estrellas relucía tan bonita que incluso podría asemejarse a los diamantes. Pero a él le interesaba otra cosa. Siguió andando y no se detuvo hasta llegar a una de las paredes. Dejó a su caballo y se acercó para acariciar la inscripción. Luz y Oscuridad.

Recordaba cuando Zacarías la había tallado, pues lo hizo dos días después de que Hécate se instalara en el castillo. El pobre hombre no era nada más que un cobarde, un miedoso y un pesimista, pero su padre de conversión le dio la fuerza suficiente para creer en sí mismo. Pronto no quedaría nada de aquel esclavo y el nuevo Mandato de Mortum estaría surgiendo de las cenizas.

Aquella leyenda de Luz y Oscuridad sirvió para impulsarlo, y desde entonces Hécate lo había creído tan firmemente que cada vez que se sentía triste y solo, acudía a la cueva y colocaba su mano sobre las hendiduras pensando en su propio poder.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.