Mortum 3 Crónicas de las leyendas (libro 3)

Cap. 3. El aviso de una posible guerra (Parte 1)

AÑO DE 1639

Cuando las embarcaciones de los cinco reinos atracaron en el puerto, los habitantes de Alta Marea se congregaron alrededor de sus escaleras. Niños, hombres, mujeres y ancianos que sonreían sorprendidos e interesados, deseosos de conocer a los gobernantes de cada palacio, pues nunca se había celebrado una reunión como aquella. Muchos de esos habitantes estaban ansiosos de ver y conocer al Mandato de la muerte, pues ya para ese tiempo Hécate Magnus se estaba convirtiendo en todo un escándalo. Se trataba de un atractivo vampiro de armas tomar, valiente y ostentoso. Sin embargo, aquel día, Magnus no era el único rey que se haría con la atención y el interés de los seis reinos.

La primera en bajar de su barco fue Celestia, la Majestad en el Reino de los Cielos y de las águilas, la dominante de los vientos y el mando supremo de la segunda tierra. La reina descendía de las escaleras de su buque con una larguísima capa de plumaje blanco, una despampanante corona de zafiros y una sonrisa blanca, tan deslumbrante como el sol. La reina tenía la piel blanca, el cabello oscuro y el color de sus ojos eran azules como el cielo mismo.

Casi enseguida apareció Kazuko y su esposa, la reina Adamaris. Aquel hombre era el increíble Monarca de los Leones en el reino de los Ikarontes, el dominante del fuego y el mando supremo de la tercera tierra. Con una espesa barba blanca que le llegaba a la mitad del pecho, una túnica roja y un cinturón de oro, el hombre andaba sobre un par de alpargatas que contaban sus pasos y dejaban remarcadas sus huellas en la arena. Su piel era brillante y morena y sus ojos eran verdes.

Kariomel fue el tercer rey en llegar, el Soberano de los osos en el reino del Pico de la Mira Negra, el dominante de la tierra y el mando supremo de la cuarta tierra caminó con una altura impresionante y rígida como cuán regio general. Vestido con un traje diplomático de hombreras gruesas, chaleco corto y botones labrados en oro, el rey destacaba sus más bellos atributos, pues tenía el cabello negro y una mirada de infierno que conseguía realzar ataviado con las más finas telas creadas en su reino. Kariomel era joven, el más joven de todos los reyes ahí presentes, pero aquello no le impedía tener una hermosa esposa. Desafortunadamente ese día el gobernante se presentó solo debido a que su cónyuge se hallaba en sus últimas semanas de una fatídica fiebre.

Después apareció el emperador Kiroto, rey de los Farkas lobunos y el mando supremo de la quinta tierra. Rubio, de una altura impresionante y amedrentadora, piel morena y ojos escandalosamente verdes. Vestido con las más finas pieles llegaba coronándose como el alto pontífice de la vida. A su lado, caminaba con cierta elegancia una hermosa mujer de cabello largo, túnica oscura y labios negros. Se dice que aquella mujer era en realidad Katrina Sartori, la abuela de la poderosa Saravasti.

Finalmente y completando el ciclo de la vida, Bruce le abrió camino al Mandato de Mortum, el dominante de la muerte y el mando supremo de la sexta tierra, Hécate Magnus. El monarca vestía un uniforme negro, con botas altas y una larguísima capa de seda negra que remarcaba más el grosor de su espalda y lo fornido de sus brazos. Caminaba con un aire señorial, una mano la llevaba suelta y la otra sostenía el llamativo mango de su espada hecha de oro y otras joyas preciosas.

Todos y cada uno de ellos, reinas y reyes poderosos, capaces de destruir un reino con el simple gesto de una mirada. Todos reuniéndose en un mismo imperio; el palacio supremo de Alta Marea. Un reino liderado por el rey Vallarte, el soberano de los mares y los océanos, el dominante del agua y el mando absoluto de la primera tierra.

—Es él —comentaban las sirenas—, el Mandato de la muerte.

—Es muy alto.

—Es muy guapo.

—Dicen que es un canalla y un libertino.

Bruce no pudo contener su sonrisa.

—Veo que tiene excelente fama, Majestad.

—Pensarías otra cosa si fuésemos al reino de los Ikarontes.

—¿Tan mal concepto tienen de ti?

—Una vez Kazuko me amenazó con lanzarme a uno de sus volcanes si volvía a poner un pie en sus tierras.

Bruce comenzó a reírse.

—Zacarías ya te habría arrancado la cabeza.

—Pero también me la habría vuelto a poner —Magnus pudo sonreír, pues después de muchos años, el hablar de su padre de conversión ya no le resultaba tan doloroso como antes.

Ya para ese tiempo Hécate le había contado a Bruce una pequeña parte de su vida con Zacarías. Y aunque solo le mencionó una pequeñísima parte de su historia, nunca le habló sobre la coronación y lo que el primer Mandato tuvo que hacerse a sí mismo para entregarle el trono a él. Eso sería un secreto que lo llevaría consigo hasta la muerte, y del que solo Dimitrio tendría conocimiento.

Alta Marea era un reino particularmente atractivo. Se trataba de una enorme tierra con cientos de canales de agua en su centro, con cuatro enormes puentes de madera que conectaban las islas exteriores con la isla interior; aquel agrupamiento de arena en donde se alzaba el impresionante castillo, con paredes de perla y floreros de oro macizo. Sin duda alguna, Alta Marea estaba considerada como uno de los lugares más hermosos en todo el Otro Mundo.

—Necesito que esperes aquí afuera. Los guardias prohíben la entrada a cualquier otro ser que no sean los reyes —Magnus le dio indicaciones a su soldado, pues era la primera vez que Bruce lo escoltaba a una reunión como aquella.




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