Mortum 3 Crónicas de las leyendas (libro 3)

Cap. 4. La mirada triste de una princesa (Parte 3)

—Podrías si enviases a alguien capaz de guiar mi recorrido, mercenario.

Fue la palabra mercenario la que hizo a Bruce evocar sus recuerdos.

—Samira.

La joven le sonrió, y aunque su sonrisa ya no resultaba tan tétrica como antes, sí consiguió arrancarle un escalofrío. Pero más allá de sentirse intimidado, el soldado estaba abiertamente sorprendido y aterrado.

—Samira, ¿de verdad eres tú?

—Tú inteligencia no ha cambiado.

—Es que… Te vi hace varios meses… Ni siquiera ha pasado un año y luces… ¿Cuántos años tienes?

—Te dije que no divulgaras mi futuro en vano. Yo soy la futura reina de la primera tierra, y por ende, mi poder puede manifestarse de diferentes maneras.

—Pero… Estás un tanto… Ah, ¿cómo explicarlo?

—No me molestaría si fueses más claro en tus preguntas.

—Samira, te vi hace casi un año y lucías como una niña de nueve, y hoy te vuelvo a ver y veo a una adolescente de trece. ¿Qué te ha pasado?

—Se ve que tu inferioridad no permite ver lo que sucede más allá de la magia.

—¿Gracias?

—Por qué no haces algo de utilidad y me sirves de guía en un recorrido por tu castillo, mercenario.

—Basta de llamarme así. Tengo un nombre y es Bruce. Y no, no te voy a dar un paseo por ningún lado. No soy una nodriza. ¿No se supone que deberías estar con el Rey Vallarte?

La sirena relajó su expresión. Se divertía mucho fastidiándole la vida a Bruce, pero al escuchar el nombre de su padre, un poderoso escalofrío de miedo y preocupación le recorrió el cuerpo.

—Solo… te estoy pidiendo un paseo. Me siento aburrida.

—Desabúrrete en otro lado, niña. Yo no tengo tiempo.

—Espera —Samira se paró frente a él, y vaya que la diferencia de tamaño era extremadamente abismal—. Solo… quiero salir de aquí. Por favor.

—Te llevaré a los abrevaderos, pero si me llegas a dar problemas, te encerraré en los calabozos.

—¿Tienen calabozos?

—Sí.

—¿En dónde?

—Fastídiame y lo averiguarás.

Bruce y ella caminaron fuera del castillo y cuando por fin llegaron a donde los guardias estaban cepillando a los impresionantes caballos, Samira no pudo evitar que su parte todavía infantil saliera a flote. La jovencita dio un brinco y corrió para acariciar a uno de los animales que relinchó gustoso por sus caricias.

—Intenta frotarle detrás de las orejas. A ellos suele gustarles.

—Tranquilo mercenario, que si sigues así podrías caerme bien.

—Eso sí sería una tragedia.

—Y dime… —Samira se acercó a él mientras daba vueltas imitando un espantoso vals de salón, con sus zapatitos de terciopelo haciendo ruido sobre la arena—. ¿Tú eres el jefe de combate del Mandato?

—¿El jefe de combate? ¿De dónde sacaste esa palabra?

—Solo la pensé. Eso se suele decir entre reinos.

—¿A sí? ¿Qué otra cosa se dice?

—Que el Mandato de Mortum posee un increíble ejército que aniquilaría a cualquier reino del Otro Mundo. ¿Es eso cierto?

Bruce comenzó a reírse.

—Los seres entre reinos son muy comunicativos.

—No has respondido a ninguna de mis dos preguntas.

—¿Y para qué quiere saberlo una niña?

—Ya te dije que no soy como los demás.

Bruce se le quedó mirando cuando esta apoyó sus delgados y pálidos brazos sobre el barandal de madera. Es verdad que aquella muchachita tenía unos hermosos ojos, una tierna carita y docenas de pequeñas pecas casi transparentes sobre su piel de fantasma que la hacían ver preciosamente bella, pero hasta ese momento, para Bruce era eso, solo una jovencita entrando a la pubertad que aparte de lucir como una joven aterradora y un tanto inquietante, parecía pedir a gritos un poco de atención.

—No. Es verdad, no eres igual a ellos. Los niños normales no dan miedo.

—Tu cinismo hacia mí me tiene sorprendida.

—Estás en mi palacio. No esperarás que te trate como si estuviese en tu reino.

Samira desvió su mirada hacia la costa. Ahí, pudo distinguir una enorme roca de la que parecían salir algunas plantas y algas.

—¿Bruce?

—¿Qué quieres?

—¿Me podrías llevar a la costa?

—Olvídalo. Suficiente tengo con arriesgarme a que tu padre te vea aquí y me llame la atención.

—Vamos mercenario, perdón, Bruce. Tengo ganas de juntar algunas conchas de mar y llevarlas a casa.

—Eres una sirena. Seguramente podrás encontrar millones de conchas en tu tierra.

—Pero estas están en el palacio de la muerte. ¿Me llevas? ¡Di que síííííí!




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