Entre los peñascos de una preciosa y mágica tierra, cabalgaba un hombre con gesto de preocupación y sentimientos destrozados. Sabe que ha obrado mal, y aunque e no supiera la verdadera identidad de la mujer que se atrevió a humillar y rebajar a una persona tan querida para él, no justificaba el que rompiera una promesa.
Märah arrancaba con sus dedos las pequeñas hierbas que crecían a su alrededor, sentada en medio de un claro con vista al más hermoso océano mientras su espalda se recargaba sobre Zermman. El caballo también estaba echado, tenía el hocico sobre el hombro de ella y relinchaba en respuesta de todas las cosas que Anetta le estaba contando.
—Dime, Zermman —ella lo miró, con los ojos más tristes de su ser—. Tú que lo conoces tan bien. Nunca podrá amarme tanto como yo le amo a él, ¿verdad?
Zermman bajó la cabeza en señal de respuesta.
—No sabes cuánto me arrepiento de lo que hice. No debí reaccionar así, pues lo único que conseguí fue exponer mis verdaderos sentimientos por él —el caballo relinchó—. Lo sé lo sé, lo mejor que puedo hacer es quedarme callada y disfrutar de esta tranquila mañana.
—¡Anetta! —el rey gritó a lo lejos.
—Al menos lo que queda de ella.
—Zermman, maldito traidor —le dijo, pero el animal altivó la cabeza—. Anetta, tenemos que hablar.
La mujer se levantó, se sacudió la falda y el caballo la siguió mientras Magnus bajaba de su montura.
—En eso tienes razón.
—Nunca fue mi intención faltarte al respeto. Sé que incumplí con mi promesa, pero nunca imaginé qué tan grande había sido mi error —la mujer se le quedó viendo—. Sé que fue ella quien te ladró todas esas feas palabras.
—¿Lo sabías y aun así permitiste que entrase al castillo?
—¡No! Bueno, lo supe cuando regresé a ponerme ropa. Ella… me lo dijo. Sé el daño que te causé, y también sé que prometí protegerte y te dije que me encargaría de que nunca más volviera a suceder un acto como ese…
—Y aun así ella regresó.
—Anetta… en nuestra conversación jamás me dijiste el nombre de la mujer que te faltó al respeto.
Y entonces su corazón pareció romperse en mil pedazos. Märah lo contempló y entendió todo. Magnus no se estaba disculpando por el hecho de haberse enredado con otra mujer, sino por haber metido específicamente a esa mujer al palacio. Y es que hasta cierto punto ella comprendió que él no tenía ninguna obligación de frenar sus encuentros clandestinos.
—¿Me estás escuchando?
—Sí… Magnus, te estoy escuchando… —pero entonces la mirada de la joven se desvió hacia el horizonte—. Barcos…
—¡Sí! ¡Barcos y bigotes es lo que está pasando por mi cabeza! Fui un estúpido al dejarla entrar sin haberte preguntado su nombre…
—No Magnus. Allá. Barcos.
El Monarca siguió la dirección de su dedo, y cuando lo vio, un terrible miedo se apoderó de su cuerpo. Había cuatro enormes navíos que se estaban acercando a Mortum con una velocidad impresionante. Sus velas azules ondeaban en lo alto de sus mástiles, y uno de ellos, el barco más grande de los cuatro, llevaba el símbolo de Alta Marea labrado en madera y oro. Sin embargo, el miedo de Hécate se intensificó más cuando los cuatro navíos abrieron sus escotillas y desplegaron seis impresionantes y aterradores cañones. Entonces dispararon.
—¡No, no, no! ¡Anetta, sube al caballo! ¡Zermman, sígueme!
Las dos bestias galoparon por todo el valle, destruyendo las ramas y rocas más débiles que había a su paso. La tierra temblaba, y aunque mucho tenía que ver los ataques que se estaban efectuando al palacio, también era causa de los pesados cascos de los animales.
Cuando Hécate y Anetta llegaron al castillo, el caos ya se había apoderado del reino. Bruce corrió a su encuentro, entregándole su espada de oro y observándole con horror.
—¡Nos están atacando!
—Lo sé —Magnus bajó a Märah del lomo de Zermman y después se montó en él permitiendo que Bruce ocupase al caballo gris—. ¡Llevadla al bunker y refugiarla ahí! ¡Los demás, saquen los cañones y disparen! ¡Levantad los arcos y las ballestas y eviten que las sirenas toquen nuestras costas! ¡Protejan a los vampiros y aíslenlos! ¡Tienen permiso de disparar a matar! —Zermman se levantó en dos patas y sus ojos se pusieron rojos mientras se dirigía al muelle de entrada.
No por ser el Mandato, Hécate Magnus se quedaría escondido detrás de la protección de sus guardias. Se había preparado tanto para un ataque como este, y por fin expondría todo su potencial como guerrero y estratega.
—¡Magnus! —Anetta se arremolinó entre los brazos de los soldados que la sujetaban. Gritaba y extendía sus manos mientras veía la figura de su amado perderse en la lejanía.
—¡Señorita, tenemos órdenes de protegerla!
—¡No dejen que nada le pase, por favor!
—Tranquila señorita. Nadie puede aniquilar a nuestro rey.
Estaban atacando a Mortum desde el Este, lo que significaba que Magnus tomó el punto Norte y Bruce el punto Sur. Los dos se dividieron y cada uno de ellos comandó a un pronunciado grupo de soldados que iban armados hasta los dientes. La escuadrilla de arqueros levantó sus arcos y entonces dispararon a los tritones que intentaban nadar hasta la bahía. Los demás vampiros, soldados de un peso más rudo, cargaron los cañones, alineándolos en una hilera de catorce, y entonces dispararon.
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Editado: 07.05.2024