—¡Papá, por favor no lo hagas! ¡Tengo miedo! —Samira se desgarraba la garganta de tanto gritar y llorar. Los dedos de su padre ya se le habían marcado en la piel, y no importaba cuánto luchara o se sacudiera, éste mantenía firme su agarre y amenaza.
—¡Cierra la boca! ¡Es tu obligación, para eso te di ese poder! —Vallarte la tomó del cabello y la acercó a su rostro—. Irás a la sexta tierra y me traerás la cabeza del soldado más importante de Hécate Magnus, o yo mismo te arrancaré la tuya. ¡¿Entendiste?!
—¡Papá, no me obligues a ir, por favor! ¡Los vampiros van a matarme!
Y sin poner en discusión su orden, Vallarte arrojó el cuerpo de su hija al océano. Se sacudió las manos y entonces se marchó.
La princesa emergió del agua, y mientras miraba la sombra oscura del rey alejarse del precipicio, comenzó a llorar. Era solo una joven temerosa, aterrada y sin protección. No había sido entrenada, y por un antiguo, desquiciado y ruin hechizo que le habían hecho las kilfadas, ahora era una niña atrapada en el cuerpo de una muchacha de dieciséis.
De regreso a la sexta tierra, Magnus y su ejército trataban de darlo todo. El puesto del Mandato había levantado un muro de roca y troncos secos para evitar que las sirenas y los tritones disparasen contra ellos, pues aunque una simple flecha no era suficiente para herirlos de muerte, sí era incómodo tener el metal y la madera clavados en la piel.
Los barcos no habían dejado de llegar, y aunque Hécate no lo supiera, Vallarte ya había enviado más tropas para atacar a los demás reinos. Esto se estaba convirtiendo en una locura, una tremenda locura que, o terminaba con la vida de todos los Altas Mareas, o terminaba con la vida de las cinco tierras. Un cuervo negro surcó el cielo, sus ojos rojos revisaron el perímetro y se concentró especialmente en la pelea campal que se estaba llevando entre los tritones y el batallón de Magnus.
Los seres del mar salieron de las olas y sus aletas se transformaron en un par de piernas que les permitieron moverse por tierra firme. Armados con mangualas, ballestas, hachas, lanzas y espadas se dejaron ir sobre el muro y atacaron a cualquiera que estuviera cerca. Intentaron degollarles el cuello a los guardias, pero la inteligencia de Magnus iba un pie delante de ellos. Sus pesados aceros chocaron contra el metal del collar, y si bien los vampiros se llevaron un gran golpe que conseguía derribarlos, nunca consiguieron destruirlos.
Uno de los tritones comenzó a encender un perezoso fuego que amenazaba con extinguirse entre el viento de la costa, pero Hécate sabía que si aquel rescoldo de lumbre llegaba a tocar las reservas de pólvora, entonces sí estarían en problemas.
—¡Salgan de aquí! —les ordenó a sus soldados, y una vez que estuvieron lejos del peligro, Magnus enfundó con fuerza su espada de oro macizo y esperó a que los tritones llegasen por él. Aquello era un plan suicida, pero como ya lo hemos visto, Hécate Magnus no era feliz sin que su vida-muerte estuviese al borde del precipicio.
Los Altas Mareas entraron, apuntando al vampiro y riéndose de él. En el fondo creían haber capturado al gran vampiro mayor de la sexta tierra. Le lanzaron cuerdas y lo rodearon, forcejeando con una débil fuerza que Magnus estaba fingiendo.
—¡Vamos, aprésenlo ya! —se gritaban los tritones.
Uno de ellos consiguió lanzar una cuerda que se enroscaría alrededor del cuello de Magnus. Dos más tiraron de ella y consiguieron ponerlo de rodillas, pero cuando el cuarto se acercó a sujetarlo de la cabeza, cientos de pequeñas espinas envenenadas se clavaron en la palma de su mano.
—¡Maldito infeliz!
Hécate sonrió. Se había colocado las filosas espinas en toda la parte de su cabello, y cuando el tritón quiso sujetarlo de ahí, se llevó la peor sorpresa de su vida. La boca se le hinchó y su lengua le impidió el paso del aire. Desesperado comenzó a golpearse en la arena, a rasguñarse el rostro y a estropear la captura de sus compañeros.
Magnus se irguió con su total fuerza, sujetó las cuerdas y arrastró a los sirenos por los suelos. Un estridente relincho reverberó por todo el lugar. Un rayo cayó y enseguida el cuerpo de Zermman apareció de entre las sombras para llevarse a su amo.
—¡Que no escape!
Pero cuando el vampiro se alejó, una lanza con lumbre, arrojada por sus soldados, cayó sobre las cajas de pólvora e hizo explotar el lugar.
—¡Mandato! ¿Está bien? —lo recibieron sus propios guardias.
—Bruce tenía razón. ¡Las espinas sí funcionaron!
Las cuencas de los ojos de Dimitrio estaban a punto de salirse. El vampiro se había aferrado a la tinaja de agua cuando el cuervo que había enviado para revisar la zona, le mostrara aquellas tétricas imágenes de la pelea. Poliska le había ordenado no salir de su casa, pero el saber que parte de la tierra que lo había visto crecer se encontraba en un inminente peligro de destrucción, fue más grande que su propio miedo y egoísmo. Una parte de él sentía debérselo a Zacarías, y la otra sabía perfectamente que Carpathia estaría muy molesto al saber que el joven había abandonado a Magnus.
No resistió el impulso. Cogió su larga capa negra, se ajustó las botas y se colocó unos guantes, listo para salir y unirse a la pelea.
—Muchacho estúpido —la voz de Poliska resonó en su espalda, pero él no le hizo caso.
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Editado: 07.05.2024