Samira había logrado llegar a los mares de Mortum gracias a un escuadrón de varios soldados que se dirigían hacia la sexta tierra. La princesa tenía una orden clara, y cuando pudo hablar con una de las combatientes del ejército, se dio cuenta de que no solo tenía que asesinar al mano derecha de Hécate Magnus, sino también al hombre que las sirenas y los tritones comenzaron a llamar El Cazador de las Altas Mareas.
—Tienes que cuidarte de su látigo —le dijo la mercenaria.
—¿Su qué?
—Viste de negro, lleva puesto un sombrero y en la mano empuña el mango de una larguísima cuerda mágica. Nadie sabe de qué está hecha esa cosa, pero le ha permitido capturar a cientos de nuestros guerreros. Seguramente querrá utilizarlo contigo, y tienes que tener una cosa muy clara, princesa.
—Dímela, por favor.
—Los vampiros intentarán capturarte y así negociar con nuestro rey. Podrían pedir que frenen los ataques a cambio de no arrancarte la cabeza.
Los ojos de Samira se llenaron de lágrimas y pánico. Ella misma sabía que si aquello llegaba a suceder, su padre se rehusaría a negociar y preferiría que la asesinaran en lugar de parar la guerra. Qué destino tan espantoso le esperaba si no llegase a matarlo. Matar a Bruce.
Un par de golpes comenzaron a azotarse en la superficie, las piedras del fondo marino se movieron y afuera los árboles comenzaron a temblar. Seguramente era el galopar de los furiosos caballos.
—Es la hora. Estamos en tierra enemiga y nuestro tiempo de vida comienza a correr. Princesa, ataque y no tenga piedad.
—Son los vampiros o soy yo —se recordó a sí misma, aferrándose más fuerte a un cuchillo de caza que la mercenaria le había entregado.
Las sirenas emergieron del océano y se abalanzaron sobre los guardias que custodiaban la costa. Hubo gritos, golpes y chillidos. Samira temblaba, sus lágrimas le escurrían por toda la cara y su aleta comenzaba a darle picazón, indicio peligroso de que muy pronto su cuerpo se avejentaría unos meses más.
De pronto y en medio del polvo terroso que no dejaba de levantarse, apareció un impresionante jinete de gabardina morada, sombrero y botas altas. Las palabras de la mercenaria terminaron siendo ciertas, pues aquel hombre llevaba en la mano un espantoso látigo dorado con el que golpeaba salvajemente a las sirenas y las arrojaba al suelo para que los demás soldados pudieran capturarlas. Muchos años más tarde, esta imagen quedaría registrada en la visión de un joven dúrkel que creía haber soñado con sirenas, caballos negros y hombres peligrosos.
Samira tembló, y en su estremecimiento su cuchillo se le resbaló de las manos y cayó al fondo del océano. La muchacha lanzó un feroz gruñido cuando dos vampiros se le acercaron. Estaba rodeada y desarmada, por lo que no le quedó más que esperar su final. De la nada, sintió un fuerte tirón que agitó todas sus entrañas. Un empuje, un golpe de magia, una tromba acuática que hacía girar todos sus malestares y miedo. La fuerza de sus manos guió las olas y las arrastró por la costa hasta tomar a los vampiros y arrastrarlos para que el mar se los tragara.
Bruce miró el torbellino de caos, vio a la mujer y se decidió atacarla directamente sin importarle cuál fuese el resultado. Se adentró a los remolinos de viento y lanzó el primer golpe con su látigo que brilló tan fuerte como el sol.
Samira interpuso un golpe con ayuda del océano, miró directamente al hombre que apodaban el Cazador y trató de sujetarlo entre los remolinos de agua. Bruce luchó con todas sus fuerzas, descendió del caballo y se enfrentó a la criatura hasta que consiguió reconocerla.
—Samira —pensó, completamente asombrado por su cambio físico. Pues seguía sin comprender cómo era posible que una niña de nueve años ahora luciera como una muchacha de dieciséis cuando solo habían pasado algunos meses.
La princesa trató de evocar todo su poder, pero gracias a su inexperiencia, las olas se manejaron a su antojo y muchas estallaron antes de tocar al Cazador.
Eran cientos de sirenas y tritones los que Bruce había capturado, y docenas más que no había tenido otra opción más que asesinar. Pero lo que ahora tenía en frente, superaba cualquier trabajo que hubiese hecho.
El Cazador de las Altas Mareas levantó su látigo y lanzó golpes hasta que uno de ellos le dio en las costillas a la princesa. Samira se retorció, aquello le quemaba como si estuviese sintiendo la lumbre en su carne desnuda. La hizo flaquear y tambalearse, permitiéndole a él lanzar la cuerda y capturarle uno de sus brazos.
La sirena entró en pánico, no había ningún soldado de su tierra cerca, y por lo tanto nadie podría defenderla. Bruce le lanzó el otro extremo de la cuerda y consiguió atraparle el otro brazo. En sus manos aquel látigo parecía medir tan solo un metro, pero una vez en batalla, aquella cosa no dejaba de expandirse.
La sirena gritó, gruñó, le mostró sus dientes y peleó utilizando sus garras como último recurso. Trató de arañarlo mientras él la acercaba más y más. Pero finalmente y cuando Bruce consiguió tenerla lo suficientemente cerca, le asestó un descomunal golpe en la cara que la hizo desmayarse.
A lo lejos los gritos de los demás guardias le avisaron que se estaban acercando. Bruce tomó a la muchacha entre sus brazos, vio su aleta desaparecer y entonces sintió un espantoso golpe de pánico. Había capturado a Samira, la princesa de Alta Marea e hija del Rey Vallarte. Llevarla con Magnus le costaría bastante tiempo y problemas, pero si la seguía manteniendo bajo su poder, corría el riesgo de que los sirenos se enterasen de su captura y entonces sí, la sexta tierra recibiría más ataques con la intención de recuperarla.
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Editado: 07.05.2024