Mortum 3 Crónicas de las leyendas (libro 3)

Cap. 8. Los Mares del Oeste (Parte 3)

Samira tenía la mirada plantada en el salvaje oleaje que se golpeaba con el casco del barco. Sus lágrimas no habían dejado de escurrir, y aunque una parte de la princesa sabía que estaba momentáneamente a salvo, la otra lloraba desconsolada para regresar a casa. Sí, le tenía un especial pánico a las Kilfadas pero también temía por lo que Bruce pudiera hacer con ella. Pues al final de cuentas, él era un vampiro soldado de Mortum y serviría a su tierra hasta el final de sus días.

De pronto, un espantoso rayo descendió del cielo y se estrelló en una parte cercana del océano. Su luz iluminó las olas y cegó los ojos de la joven, pero cuando vino el trueno, la piel se le erizó y las escamas le picaron. Frente a ella se estaba formando una terrible tormenta de nubes negras y destellos horribles que azotaban las aguas y rugían como bestias salvajes.

—Oh no…

—¡Samira, aléjate de la orilla! —desde la cabina, Bruce le gritaba.

La princesa alejó sus manos del barandal y corrió escaleras arriba hasta donde el vampiro se esforzaba para controlar el timón.

—¿Qué demonios es eso?

—Nos acercamos a una tormenta. ¡Diablos, esto se va a poner feo! Escúchame bien sirena mágica, si sabes controlar tu elemento de vida, sería un excelente momento para hacerlo.

El pánico le acarició la espalda.

—¿Cómo lo hago?

Bruce le lanzó una mirada mordaz.

—¡No lo sé! No soy un tritón para saberlo.

—¡¿Qué quieres que haga?!

—Evita que las olas nos golpeen de frente o de costado ya que podrían volcarnos o hacer una perforación en el navío.

—Sí, eso haré.

—¡Ten cuidado!

La muchacha salió a cubierta, intentó acercarse a la barandilla para manejar mejor sus movimientos, pero una ola estalló y su espuma se lanzó como una espantosa muralla de acero. Samira retrocedió asustada y miró hacia la cabina de mando en donde el vampiro la observaba. La princesa apretó los labios y cerró sus puños, no podía dejar que Bruce la siguiera llamando enclenque, así que levantó sus manos y concentró todo su poder para mover las olas a su deseo.

El barco dio un espantoso brinco y luego cayó de nuevo entre la ferocidad de las olas. Los truenos resonaron por todos lados y entonces otro rayo azotó muy cerca de ellos.

—¡Samira! —Bruce gritaba desesperado por mantener el control del barco.

—¡No puedo! —la princesa lloraba. La picazón de sus brazos y espalda le estaba regresando, y aquello la hizo sentir peor.

—¡Samira, olvídate de eso, regresa aquí!

—¡Puedo hacerlo!

—¡Samira!

—¡Déjame!

—¡Maldita sirena testaruda!

Los vientos incrementaron y el oleaje se volvió cada vez más pesado y agresivo. Finalmente, la tormenta creó un dantesco remolino de agua y olas negras que agitó la embarcación y la hizo perder el rumbo de su viaje. La mayor preocupación de Bruce ya no era seguir navegando hacia los mares del norte, sino tener a flote el barco y alejarlo de aquella despiadada tempestad.

Samira regresó a la cabina de mando. El miedo la estaba volviendo loca, pues aunque sabía que tenía el setenta por ciento de probabilidades de sobrevivir en el océano si el barco se destrozaba, le aterrorizaba la idea de permanecer en un océano desconocido, con criaturas mitológicas como Krakenes de enorme tamaño, ballenas asesinas y dragones marinos. La princesa se abrazó a la espalda de Bruce y comenzó a llorar.

—¡Llévame con tu rey pero no permitas que muera aquí!

—¡Suéltame, Samira, no me dejas moverme!

—¡Quiero irme de aquí!

Los minutos pasaron y Bruce dejó hasta el último aliento de su alma inmortal en aquel timón. Finalmente y a las siete cuarenta y cinco de la tarde, el océano se calmó y las nubes de tormenta se alejaron. Por desgracia el Cazador había perdido totalmente el rumbo y la dirección de sus puntos cardinales. A su alrededor no había nada más que un amplio, gigante y aterrador manto de agua azul y calmada.

—¿Dónde estamos?

—¿Estamos perdidos? —Samira habló contra su espalda.

—¿Podrías soltarme? Ya no estamos en peligro como para que te sigas agarrando de mí.

—Disculpa.

Bruce dejó el timón y salió a cubierta. El viento había mermado y las velas ya no se movían más.

—Esto… esto está mal.

—¿Qué vamos a hacer?

—Tu magia. Eres la invocadora del primer elemento. Estamos rodeados de agua, sácanos de aquí.

—¿Cómo?

—¡¿Cómo que cómo?! ¡Eres una sirena, la heredera de Alta Marea! ¡Tú tienes que saber cómo funciona tu jodido poder!

—No me grites —las lágrimas escurrieron por sus mejillas.

—Esto no me está pasando, ¡esto no me está pasando! ¡Si tan solo hubiese ido a buscar a Magnus en lugar de robar una embarcación…! —entonces el nombrar a su mejor amigo le carcomió la garganta. Bruce pensó en Magnus y su coraje se desvaneció. No había forma de que Magnus lo encontrara. No la había.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.